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domingo, 11 de agosto de 2019

De sobra El laberinto entre el amor y el dolor

De sobra

El laberinto entre el amor y el dolor


No podía imaginar lo que iba pasar, después de tantas batallas que iba ganando; a un paso de ganar la guerra, ¡a un simple paso! Después de más de dos décadas de búsqueda de justicia, por mi madre, por mí; ahora me quedo con una incógnita de si haber ganado o perdido por lo que tanto había peleado en estos últimos años. Siento que he perdido la guerra. Eso es lo que puedo afirmar con certeza. Por eso no tengo palabras para expresar la manera en que traicioné a mí ser interior involuntariamente, solo suspiros profundos que no sé si son de mi alma, o solo es desahogo de mi corazón por esa derrota. 
Todavía recuerdo aquel 19 de junio, dos caras a la vez hacia la luz y la verdad ante los hombres el mismo día, no estaba planeado; el lado frío y el lado cálido a la vez, al presentarse de la alborada y la visita del ocaso con la caída de la noche. El lado frío porque aquella tarde estaría firmando mi sentencia de la derrota que quizás vaya a lamentar hasta donde la vida me dé, estaría llegando a firmar aceptando mi derrota, aceptando haber perdido la guerra; por eso a ese lado llegué a denominarlo el lado frío, el lado triste, por no llamarlo de mi mente el lamento. 
Hoy por eso tengo el dedo pulgar apegado en mi mentón, y suspirando a la vez a la par de mi discernimiento, queriendo encontrar la respuesta clara y concisa; ¿En qué me equivoqué? ¿Qué fue tan grave para que la situación se saliera de control? ¿Qué fue tan sutil para perder lo que nunca más podré recuperar? Después del 10 de febrero que fue un día muy importantísimo en mi vida, aquel 19 de junio será una marca en mi vida en el que recordaré lo que perdí. 
El 10 de febrero llegó el amor a mi vida después de una extenuante búsqueda y pacienciosa espera por muchos años que se volvieron eternos, tan infinitos como el azul del universo fue mi travesía, en los que en aquella senda hasta las sandalias que llevaba, ya se habían envejecido de tantas millas haber recorrido, con desgaste irreparable, aun así seguí caminando ya casi a punto de rendirme, hasta que aquella fecha llegó, y con ello mi vida cambió; de ahí en adelante mi rumbo sería diferente, muchos aspectos al día siguiente dieron un vuelco, como que el universo entero estuviese volcando su mirada hacia lo que iba siendo en mi vida de la mano con mi amada desde aquellos momentos, como que los ojos del universo por fin me había encontrado tras haber yo hallado también a ella. Desde ese momento la sonrisa se dibujaba en mis labios, mi corazón rebosaba de amor, alegría y la firme convicción de lealtad a lo que se había aferrado mi ser entero a pesar de las adversidades por las que seguía atravesando. Ésta sería el lado cálido de las situaciones que sucedieron en estos últimos tiempos, sería el lado feliz, el lado amoroso por no decirlo glorioso. Dos rostros a la vez, dos sentimientos encontrados para que mi ser se confundiera al intentar salir del laberinto y abandonar el túnel de la lúgubre.
Tengo el dedo pulgar en mi mentón en pos de discernimiento, que si he perdido la guerra, también he ganado el amor, el amor en mis tiempos de guerra, el amor en aquellos momentos en las que iba ganando batalla a batalla. Después de todo entiendo que el amor es más fuerte que el dolor, el amor fue más fuerte que la misma guerra perdida y eso consuela a mi alma, cada abrazo, cada caricia, cada –te amo-, cada mirada dulce y la ternura de su voz de mi amada Justina. 
Y es ahora que en las páginas de mis reflexiones me doy cuenta que hace mucho tiempo debí haber trabajado para cambiar el rumbo de los destinos con la esperanza de encontrar una luz que ilumine mi mente con relación a lo que siempre soñé desde muy pequeño, porque en casa de quienes son mis padres solo jugaba el papel -de sobra-, que mi presencia ahí estaba por demás, que mi despertar cada mañana solo fue para traer conflictos, riñas a muerte porque mi ser desde que nació fue considerado maldito, un ser viviente despreciable solo porque había nacido varón y no mujer como primogenitura de quienes serían mis padres. Y por ser varón maldito debía ser sacrificado en un acto de sacrilegio entre rocas con fuego por debajo en son de ofrenda a la Madre Tierra para que toda esa maldición se consumara con mi muerte; y por no consumarse aquello toda la familia padecería lo que fue desde ese momento, desde mi nacimiento. 
Sabiendo eso aunque muchas veces intenté alejarme para que todo eso cambiara, para que existiera un poco más de luz en el hogar sin mi presencia, en el intento me tropecé con un obstáculo, cual sería mi propia madre, y desde ahí mis intentos fueron truncados para que al final perdiera la guerra. Después de haber perdido, recién todo llegara a ser diferente a sus siete días, aquel miércoles 26 de junio por fin estaría extendiendo mis brazos de la mano con Justina, mi amada futura esposa para dirigir senderos hacia nuevos horizontes. Gracias a ella por quien es firme mi amor, pude llegar lejos, como despertar de un sueño profundo en las playas del Pacífico. Y es ahí mismo donde ahora me encuentro, disfrutando de las mareas y el canto de las gaviotas que con aires de ligereza vuelan para apenas ser divisadas sus sombras únicamente.
Pensé que todo se quedaría en los cálidos valles en donde fue mi inicio como simples recuerdos, todo desde esos momentos serían dulces quimeras solamente; sin embargo no pudo ser así, cada sueño se ha transformado en espejismo y regreso al punto de partida con las frías brisas al amanecer, cada noche se ha convertido en el transporte de un viaje exprés de ida y vuelta desde estas mágicas playas hasta aquellos valles cosmopolitas, para recoger todo lo que quedó allí como memoria o asunto pendiente en una transición de retrospección. Y así en este momento me encuentro en medio de una escena que en verdad me dejó pasmado al despertar, el aire me faltó, la sonrisa huyó de mí porque imagino que fue como toparse con las sombras del demonio en persona, en donde por tercera vez pude ver a mi padre muerto.
Quién pudiera imaginar que volviera a pasar esto, trágico, traumático para mi espíritu que volaba y sobrevolaba por los fríos aires aquí en las playas metropolitanas del mar chileno, cuando de un de repente recibo una llamada desde mi país, no podía ser otra persona sino aquel hombre que solicitaba mi presencia. Me preguntaba: ¿Qué más quería de mí? ¿Por qué me buscaba? ¿Por qué quería verme? 
—Tienes que regresar de inmediato a resolver asuntos. —solo eso escuchaba como si una orden fuere sin derecho a recibir explicación.
—¿Qué pasa? ¿Por qué quieres verme? ¡ya no tengo ningún asunto pendiente contigo! —intenté que me diera alguna explicación esporádica para tener idea del porqué tendría que viajar. 
—Llega pronto —sería lo último que escuchaba al otro lado del teléfono y fue colgado.
Claro que en aquel viaje por territorio chileno no me encontraba solo, mi hermana me acompañaba. Después de aquella llamada y previa conversación meditativa, decidimos retornar juntos, sería un viaje de tres días, con tres escalas. Llegamos al Valle Bajo cochabambino, después de esos tres días de viaje; al llegar, mi hermana decide cambiar rumbo, de tal modo más bien animada en ir a visitar a un familiar cercano. Entonces llego a casa directo a cruzar miradas con aquel espectro que había solicitado mi presencia para arreglar conflictos logrando convencerme con una sola llamada, ¡una simple llamada! Las miradas enajenadas poco a poco se iban uniendo más en odio, rabia, a punto de terminar en tremenda riña.
Él se encontraba solo, como era costumbre, siempre encima de sus quehaceres nada productivos, detrás la casa, me miraba con los ojos corroídos, mirada carcomida. No le saludé, claro, porque estuve enojado; entonces solo decidí ingresar a mi cuarto a descansar, los tres días de viaje me habían tenido agotados, él al verme solo vocifera queriendo llamar mi atención, cosa que no logra; entonces viene por mi atrás como un toro rabioso directo a incrustarme los cuernos por la espalda. 
—¡Qué carajos quieres aquí! ¡A qué has venido a fregarme la vida más de la que ya está! —Me gritó.
—¿Acaso no fuiste tú quien me llamó ah? ¡Desgraciado! ¿Qué quieres de mí?
—¡Quiero que me devuelvas mi tranquilidad y luego desaparezcas de mi vida! Estás de sobra aquí, siempre fuiste una sobra en esta casa desde que naciste. ¡Debiste haber muerto! 
—¡Ah! ¿Para decirme eso me hiciste venir hasta aquí? ¿Para decirme que debía morir? ¿¡Debiste haberme matado no!?
Y empezaron los empujones violentos dentro de mi habitación; intentaba sujetarme del cuello para asfixiarme, logro liberarme para volver a empujarle levemente solo para defenderme, él me mira como derrotado con veneno en su mirada; se toca el occipital izquierdo de su cabeza también con la mano izquierda tres veces, justo a la misma altura en el que en mi cabeza tengo la herida marcada para siempre, al tercer toque cae chocando bruscamente la cabeza contra el piso sin hacer más movimientos. Le miré de cerca, su cabeza se había partido y sangraba por la oreja
Mi ser entero entra en pánico al ver la última escena, atrapado en desesperación, queriendo huir y sin poder hacerlo; lo único que me nace hacer en ese momento entonces es agarrar el celular y llamar a mi madre, esperanzado a que me contestara, intenté tres veces, a la tercera me contestó a duras penas, 
—¿Hola?
—¡Hola mamá!, acabo de llegar a casa, —continúo— y al llegar, me encontré con él, discutimos, por poco llegamos a pelear, ¡es cuando él se tocó la cabeza tres veces, cayó y murió!
—¿Qué dices? ¡No te entiendo! —Me respondió.
—¡Eso que acabas de escuchar mamá! ¡Él murió!
—No te creo hijo, estás bromeando. —Y me colgó no respondiendo más mis llamadas.
De inmediato me animé a salir corriendo del lugar de los hechos, tenía que esclarecer mi mente de lo que había visto; cada vez se hacía más tarde, llego a Quillacollo para luego tomar un bus y dirigirme a la ciudad de Cochabamba, ubicar a mi madre, al lograr mi cometido y haberla hallado a ella en su puesto de venta, le volví a comentar de lo sucedido en casa, los tres toques, la caída y posterior muerte súbita; no sirvió de nada aquel nuevo intento, ella sumida en su incredulidad, hasta que cayó la noche, retornamos a casa, ella se constató del hecho, el cadáver seguía en su lugar más frío que en el momento de su muerte, no dijo nada mi madre por un buen tiempo, toda tranquila, es cuando mi hermana llegó de haber ido a visitar al familiar cercano; al ver al cadáver tendido en el suelo, comenzó con el escándalo como nunca en su vida.
—¡Por tu culpa maldito! ¡Por tu culpa mi padre ha muerto! —Me gritó desesperada, con cólera en su expresión lastimera— ¡Desgraciado! ¡Te voy a demandar! ¡te vas a podrir en la cárcel por asesino!
—¡Cálmate! —Intenté apaciguar la situación— cálmate y déjame explicar lo que realmente ocurrió.
Entonces mi madre intervino con su comentario.
—Estaba dicho, tenía que suceder siempre esto, él se volvió loco y su locura lo llevó a la muerte. Profesaron sus mismos sobrinos ¿Recuerdan?
—¿Y te quedas tranquila madre? ¿No vas hacer nada? —Le gritó mi hermana.
—¿Qué se puede hacer? ¡Ya está muerto! A ver, dime, qué más se puede hacer ¿Qué regrese a la vida? Saben que eso no es posible. Por fin la justicia divina cayó sobre él.
—Esto no se va a quedar así —siguió echándome la culpa mi hermana— Tú que tanto le has odiado hasta matarlo ¡Ahora de seguro estás feliz! ¡Maldito!
Los perros empezaron a aullar alrededor de la casa, una brisa fría pasó por el lugar. De un de repente llegó una mujer, bien arreglada hasta el último pelo, llevaba una cartera color café además de una mantilla color gris en la espalda, con pendientes que brillaban alrededor de su cuello y unos aretes grandes que colgaba en sus orejas. La miré más de cerca, ¡era conocida en el lugar! Más rejuvenecida solamente.
—¿Señora Macedonia? —Me sorprendí— ¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo llegó?
—Sí soy ella, me avisaron que algo pasaba aquí y por eso vine. ¿Qué ocurrió?
—Hay un cadáver —contesté entonces— se cayó tras tocarse la cabeza tres veces cuando discutíamos, y murió. Eso fue lo que sucedió señora.
Al escuchar mi breve relato, ella se percató del cadáver, al verlo solo se lamentó, suspiró profundamente, como que le pesaba en el alma aquella muerte. Entonces me recomendó que debiera hacer algo diferente aunque sea por única vez en mi vida, a pesar del tanto odio mutuo que nos teníamos.
—Te aconsejo que le hagas una cristiana sepultura, hazle un velorio para que pueda su alma descansar en paz.
—¿Hacerle esas cosas? ¡Nunca! ¡No se merece nada de eso! —Respondí furioso.
—Para qué gastar en velorios, en entierros y esas cosas —dijo también mi madre— hay que cavar una fosa aquí en los previos los que él decía una y otra vez que eran suyos, ahora que murió, que esos previos sean los que a él se lo devoren, y ahí que acabe esta macabra historia. ¿Gastar plata en su entierro? ¡Jamás! 
—Entiendo que tuvieron diferencias desde que naciste, se odiaron, se echaron maldiciones por doquier, él deseó tu muerte desde que naciste; pero ya todo eso pasó, él se fue de este mundo, y esas cosas que sucedieron en el pasado, jamás volverán a ocurrir; por eso te aconsejo que le hagas una cristiana sepultura, así para que puedas vivir en paz tú también a lado de tu esposa y tus hijos. Ama a tu padre aunque sea por única vez en tu vida y verás que todo cambiará para bien de tu porvenir, ama a tu padre así como amas a tu pareja, perdónalo en su tumba, y serás feliz.
—¡No puedo! ¡Ni ahora que él murió ni el día que yo muera! Mi amor solo es para mi esposa y mi hijo, no por un ser despreciable como lo fue él.
—Lamento tu decisión —me respondió al escuchar mis últimas palabras.
La señora se fue por donde vino. Tan elegante, con galantería digno de un ángel extraviado en las playas de aquí del pacifico en las que me encuentro. Las horas pasaron como la fresca brisa de la noche en su premura antes que sea descubierta por el brillo y candor de la luna, de quien hasta los astros más lejanos andan enamorados de ella también. Al seguir aquellos consejos, estábamos a punto de levantar el cadáver, cuando el reloj marcaría las doce en punto de la noche, mi hermana con toda su ira en contra mía, sujetaba una sábana blanca para cubrirlo, mi madre solo observaba y yo centralizando las fuerzas en mis brazos para poder levantar los restos mortales de aquel hombre que odié toda mi vida, de aquel individuo que me odió desde el momento en que nací. Nadie llegaba, ni nadie lloraba, nadie se encontraba triste; más bien parecía nacer un ambiente de paz y tranquilidad en casa. Cuando justo la palma de mis manos llegó a pasar por la piel de aquel cadáver, es cuando desperté, desperté súbito y un poco asustado. Miré el reloj y marcaba las seis de la mañana con treinta y cinco minutos.
Desde inicio me di cuenta que mi madre jamás estuvo de acuerdo con el proceso que había sido iniciado en contra de mi padre por Violencia Intrafamiliar, jamás estuvo de acuerdo con cada paso que se daba y era un punto más a favor de quienes habíamos sido afectados por esa violencia; como declaré en mi libro cuyas páginas narra la historia mía, -ingenua, obsesiva, sumida en los quehaceres cotidianos del diario vivir-. Jamás estuvo de acuerdo, es más cuando ya estábamos de llegada a la culminación del proceso penal, y ya se había dictado la sentencia para que pagara la pena condenatoria él, ella me dijo algo que me dolió en alma y corazón, -todas esas cochinadas de nada me ha servido, soy capaz de agarrarlas y tirarlas al fuego-. Refiriéndose a la documentación que se había acumulado del proceso. Con esa expresión mis sospechas estaban más que confirmadas, de que ella nunca estaba de acuerdo con todo esto. Esa tarde me sentí destrozado, todo el tiempo que había invertido por más de dieciocho meses en par de segundos fue tirado al fuego y se consumió. Con todo ese proceso ya estuve afectado, la moral decaída, bajos sentimientos, muchas noches sin poder haber dormido bien. Y hoy recordar todo eso me sigue doliendo aunque tan lejos me encuentro del lugar de los hechos, lágrimas se deslizan por mis mejillas, ¡es increíble que siga llorando aun ya estando lejos de toda esa pesadilla! 
10 de abril fue la fecha clave en donde se dictó la sentencia en contra de quien había agraviado mi vida por más de treinta años y, al final de todo se declarara culpable él mismo. Y ella seguiría sumida en su ingenuidad para que llegara aquel 19 de junio y decidiera por sí misma que todo regresara a como fue en el principio, motivo que no dejara que me quede con los brazos cruzados, no podía más después de muchas batallas ganadas haber perdido la guerra. Tuve que irme del lugar, abandonar para siempre y tratar de olvidar todo lo que había pasado hasta aquel día 19. 
Ya ha pasado mucho tiempo más desde aquella fecha, a los pocos días tenía todo listo para abandonar el sitio, recuerdo los cuatro días antes, quemé muchísimas cosas que sentí que desde ese momento no me servía más; quemé ropa, cuadernos, hojas sueltas de mis manuscritos, incluso libros viejos de consulta, me deshice de insumos e instrumentos que eran parte de mi trabajo como artista; por poco me doy por vencido que el arte no era lo mío, que solo era momentos de desahogo para serenar mi alma contrita, para escurrir las lágrimas de mis ojos reprimidos, para apaciguar mi mente confundida y conducta de agresividad reprimida como había sido diagnosticado por un especialista, además del estrés crónico que estuve padeciendo, y causa de esto la depresión aguda, los malestares en el cuerpo, el dolor de estómago, la espalda, pero principalmente el constante dolor de cabeza, que a veces llegaba al punto de volverme loco, causa por el cual no podía ya ni dormir noches enteras. Solo para desahogar todo eso había tomado los caminos del arte, en ese momento sentí que así era y no me servía para más por eso debía deshacerme. Aquella tarde mientras ordenaba el espacio para dejar vacía la habitación, por infortunio cae mi estante de libros con cientos de ellos dentro, al punto de romperse los vidrios y sus marcos, como diciendo: -Hasta este momento te serví, desde hoy en adelante ¿quién más utilizará mis espacios? Nadie. Te vas, me dejas, entonces me autodestruyo para dejar de ser lo que fui para ti- y eso fue lo que pasó. Aquel estante lo tenía desde el año 2007, por más de doce años conservó mis libros, recuerdo el primer libro que en él habitó, “La vida es sueño” titulaba y, detrás de él ingresaron muchos más durante los doce años hasta quedar repleto.
Todo eso sucedió durante esos cuatro días, por fin sentí que me había deshecho de casi todo, casi digo porque ahí intervino mi amada para animarme que no podía deshacerme de lo elemental que se convertía en lo mío, el arte por las letras, porque el ser artista corría por mis venas, aunque sentía que todo eso estaba de sobra en mi vida. En ese momento sentí que por más de 12 años había desperdiciado mi vida, ¡me daba coraje haber dejado que eso ocurra! ¿Pueden creer? ¡12 años desperdiciados! Aferrado a aquello que creía que era lo mío. Y ahí estaba mi amada, mi hermosa mujercita queriendo apaciguar mi dolor en esos momentos, me abrazaba, me animaba diciendo que lo que llevaba en la sangre no podía ser sustituido por nada en este mundo, que era sagrado y debía luchar por ello.
—Te amo —me susurraba al oído— te amo y quiero que conserves tu talento, no dejes que muera, que yo siempre te apoyaré, porque es lo que te gusta mi amor, escribir —y me abrazaba a tal punto de sacarme lágrimas de emoción y ella secaba mis lágrimas con sus cálidos dedos, me miraba fijo a los ojos—. Es por una buena causa que ahora tomas esta decisión de cambiar el destino y sabes muy bien que es temporal, pronto volveremos a estar juntos y juntos sacaremos adelante nuestro hogar, tu talento, nuestro sueño.
De ese modo me vine a donde ahora estoy con algo sagrado que llevo en el dedo anular izquierdo y no es otro sino el pacto del amor que sellamos juntos aquel 1 de junio a la medianoche en honor a sus cumpleaños, en frente de sus seres queridos, su familia. El honor se lo debo a aquel suceso que también fue causa motivante para estar aquí, lejos de mi tierra. No me lamento, aunque sí en momentos me quiere atrapar la tristeza, la nostalgia de haber dejado allá a mi amada Justina, mi hermosa chiquita y mi hijo; son ellos ahora mi razón de respirar, mi fortaleza para luchar día a día. 
¿Qué si extraño mi país o a mis padres o amigos o algunas costumbres? La respuesta es un rotundo NO, no extraño a ninguno de ellos más que a quien juré amor eterno. El honor y el respeto se lo debo al anillo que Justina me puso aquella noche prometiéndome amor eterno y afirmando mi lealtad a ella por aquel acto que fue sublime por primera y única vez en mi vida. Por honrar ese honor es que pude llegar a las costas del Pacífico, para deleitarme con el vuelo de las gaviotas, el canto fino y las olas de la mar, a la par del canto sereno de los leones marinos que en ella habitan; esperanzado que no me vuelvan a atormentar más esas horribles pesadillas; quiero olvidar todo lo que ya quedó en el pasado, quiero borrar de mi mente todo ese mal que fue sembrado. Por sobre todo, quiero olvidar a él, nunca más regresar a esos sitos que para mí fueron lúgubres. Quiero olvidar para siempre a aquel a quien alguna vez intenté llamar PADRE solo porque por mis venas corre su sangre y nunca pude porque no me nacía.
Nuevas experiencias van marcando en mi vida desde que llegué por estos lares, nuevas costumbres, modismos y más por aprender; nuevos amigos con quienes río y sonrío en cada puesta del sol, por fin con estas nuevas experiencias siento que vivo para mí, que por mí solo puedo valerme, siento que soy yo por primera vez; al ver el vuelo de estas aves marinas, al escuchar el fastuoso canto de los leones marinos siento que he recuperado mi identidad.
Mil veces gracias a la mujer dueña de mi vida por abrazarme y acariciar a mi alma con su amor, por sacarme esa sonrisa muchas veces soñada, por hacer en mí que regrese esa confianza; mil veces gracias por hacer que en mi renazca ese niño interior que parecía estar muerto. Por animarme con dulces palabras y la ternura de su voz que todo desde ese momento sería distinto para bien de nuestro hogar. El brillo de sus ojitos, dos hermosos luceros que hicieron magia en mi existencia, magia de amarla por amarme ella primero a mí; y en honor a ese amor que nos tenemos Justina y yo, en estos momentos me animo a llegar con esta reflexión hasta ustedes queridos lectores que me siguen desde diferentes lugares en este barco azul llamado Tierra.


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