De sobra
El laberinto entre el amor y el dolor
No podía imaginar
lo que iba pasar, después de tantas batallas que iba ganando; a un paso de
ganar la guerra, ¡a un simple paso! Después de más de dos décadas de búsqueda
de justicia, por mi madre, por mí; ahora me quedo con una incógnita de si haber
ganado o perdido por lo que tanto había peleado en estos últimos años. Siento
que he perdido la guerra. Eso es lo que puedo afirmar con certeza. Por eso no
tengo palabras para expresar la manera en que traicioné a mí ser interior
involuntariamente, solo suspiros profundos que no sé si son de mi alma, o solo
es desahogo de mi corazón por esa derrota.
Todavía recuerdo
aquel 19 de junio, dos caras a la vez hacia la luz y la verdad ante los hombres
el mismo día, no estaba planeado; el lado frío y el lado cálido a la vez, al presentarse
de la alborada y la visita del ocaso con la caída de la noche. El lado frío
porque aquella tarde estaría firmando mi sentencia de la derrota que quizás
vaya a lamentar hasta donde la vida me dé, estaría llegando a firmar aceptando
mi derrota, aceptando haber perdido la guerra; por eso a ese lado llegué a
denominarlo el lado frío, el lado triste, por no llamarlo de mi mente el
lamento.
Hoy por eso tengo
el dedo pulgar apegado en mi mentón, y suspirando a la vez a la par de mi
discernimiento, queriendo encontrar la respuesta clara y concisa; ¿En qué me
equivoqué? ¿Qué fue tan grave para que la situación se saliera de control? ¿Qué
fue tan sutil para perder lo que nunca más podré recuperar? Después del 10 de
febrero que fue un día muy importantísimo en mi vida, aquel 19 de junio será
una marca en mi vida en el que recordaré lo que perdí.
El 10 de febrero
llegó el amor a mi vida después de una extenuante búsqueda y pacienciosa espera
por muchos años que se volvieron eternos, tan infinitos como el azul del
universo fue mi travesía, en los que en aquella senda hasta las sandalias que
llevaba, ya se habían envejecido de tantas millas haber recorrido, con desgaste
irreparable, aun así seguí caminando ya casi a punto de rendirme, hasta que
aquella fecha llegó, y con ello mi vida cambió; de ahí en adelante mi rumbo
sería diferente, muchos aspectos al día siguiente dieron un vuelco, como que el
universo entero estuviese volcando su mirada hacia lo que iba siendo en mi vida
de la mano con mi amada desde aquellos momentos, como que los ojos del universo
por fin me había encontrado tras haber yo hallado también a ella. Desde ese
momento la sonrisa se dibujaba en mis labios, mi corazón rebosaba de amor,
alegría y la firme convicción de lealtad a lo que se había aferrado mi ser
entero a pesar de las adversidades por las que seguía atravesando. Ésta sería
el lado cálido de las situaciones que sucedieron en estos últimos tiempos,
sería el lado feliz, el lado amoroso por no decirlo glorioso. Dos rostros a la
vez, dos sentimientos encontrados para que mi ser se confundiera al intentar
salir del laberinto y abandonar el túnel de la lúgubre.
Tengo el dedo
pulgar en mi mentón en pos de discernimiento, que si he perdido la guerra,
también he ganado el amor, el amor en mis tiempos de guerra, el amor en
aquellos momentos en las que iba ganando batalla a batalla. Después de todo
entiendo que el amor es más fuerte que el dolor, el amor fue más fuerte que la
misma guerra perdida y eso consuela a mi alma, cada abrazo, cada caricia, cada
–te amo-, cada mirada dulce y la ternura de su voz de mi amada Justina.
Y es ahora que en
las páginas de mis reflexiones me doy cuenta que hace mucho tiempo debí haber
trabajado para cambiar el rumbo de los destinos con la esperanza de encontrar
una luz que ilumine mi mente con relación a lo que siempre soñé desde muy
pequeño, porque en casa de quienes son mis padres solo jugaba el papel -de
sobra-, que mi presencia ahí estaba por demás, que mi despertar cada mañana
solo fue para traer conflictos, riñas a muerte porque mi ser desde que nació fue
considerado maldito, un ser viviente despreciable solo porque había nacido
varón y no mujer como primogenitura de quienes serían mis padres. Y por ser
varón maldito debía ser sacrificado en un acto de sacrilegio entre rocas con
fuego por debajo en son de ofrenda a la Madre Tierra para que toda esa
maldición se consumara con mi muerte; y por no consumarse aquello toda la
familia padecería lo que fue desde ese momento, desde mi nacimiento.
Sabiendo eso
aunque muchas veces intenté alejarme para que todo eso cambiara, para que
existiera un poco más de luz en el hogar sin mi presencia, en el intento me
tropecé con un obstáculo, cual sería mi propia madre, y desde ahí mis intentos
fueron truncados para que al final perdiera la guerra. Después de haber perdido,
recién todo llegara a ser diferente a sus siete días, aquel miércoles 26 de
junio por fin estaría extendiendo mis brazos de la mano con Justina, mi amada
futura esposa para dirigir senderos hacia nuevos horizontes. Gracias a ella por
quien es firme mi amor, pude llegar lejos, como despertar de un sueño profundo
en las playas del Pacífico. Y es ahí mismo donde ahora me encuentro,
disfrutando de las mareas y el canto de las gaviotas que con aires de ligereza
vuelan para apenas ser divisadas sus sombras únicamente.
Pensé que todo se
quedaría en los cálidos valles en donde fue mi inicio como simples recuerdos,
todo desde esos momentos serían dulces quimeras solamente; sin embargo no pudo
ser así, cada sueño se ha transformado en espejismo y regreso al punto de
partida con las frías brisas al amanecer, cada noche se ha convertido en el
transporte de un viaje exprés de ida y vuelta desde estas mágicas playas hasta
aquellos valles cosmopolitas, para recoger todo lo que quedó allí como memoria
o asunto pendiente en una transición de retrospección. Y así en este momento me
encuentro en medio de una escena que en verdad me dejó pasmado al despertar, el
aire me faltó, la sonrisa huyó de mí porque imagino que fue como toparse con
las sombras del demonio en persona, en donde por tercera vez pude ver a mi
padre muerto.
Quién pudiera
imaginar que volviera a pasar esto, trágico, traumático para mi espíritu que
volaba y sobrevolaba por los fríos aires aquí en las playas metropolitanas del
mar chileno, cuando de un de repente recibo una llamada desde mi país, no podía
ser otra persona sino aquel hombre que solicitaba mi presencia. Me preguntaba:
¿Qué más quería de mí? ¿Por qué me buscaba? ¿Por qué quería verme?
—Tienes que
regresar de inmediato a resolver asuntos. —solo eso escuchaba como si una orden
fuere sin derecho a recibir explicación.
—¿Qué pasa? ¿Por
qué quieres verme? ¡ya no tengo ningún asunto pendiente contigo! —intenté que
me diera alguna explicación esporádica para tener idea del porqué tendría que
viajar.
—Llega pronto
—sería lo último que escuchaba al otro lado del teléfono y fue colgado.
Claro que en
aquel viaje por territorio chileno no me encontraba solo, mi hermana me
acompañaba. Después de aquella llamada y previa conversación meditativa,
decidimos retornar juntos, sería un viaje de tres días, con tres escalas.
Llegamos al Valle Bajo cochabambino, después de esos tres días de viaje; al
llegar, mi hermana decide cambiar rumbo, de tal modo más bien animada en ir a
visitar a un familiar cercano. Entonces llego a casa directo a cruzar miradas
con aquel espectro que había solicitado mi presencia para arreglar conflictos
logrando convencerme con una sola llamada, ¡una simple llamada! Las miradas
enajenadas poco a poco se iban uniendo más en odio, rabia, a punto de terminar
en tremenda riña.
Él se encontraba
solo, como era costumbre, siempre encima de sus quehaceres nada productivos,
detrás la casa, me miraba con los ojos corroídos, mirada carcomida. No le
saludé, claro, porque estuve enojado; entonces solo decidí ingresar a mi cuarto
a descansar, los tres días de viaje me habían tenido agotados, él al verme solo
vocifera queriendo llamar mi atención, cosa que no logra; entonces viene por mi
atrás como un toro rabioso directo a incrustarme los cuernos por la espalda.
—¡Qué carajos
quieres aquí! ¡A qué has venido a fregarme la vida más de la que ya está! —Me
gritó.
—¿Acaso no fuiste
tú quien me llamó ah? ¡Desgraciado! ¿Qué quieres de mí?
—¡Quiero que me
devuelvas mi tranquilidad y luego desaparezcas de mi vida! Estás de sobra aquí,
siempre fuiste una sobra en esta casa desde que naciste. ¡Debiste haber
muerto!
—¡Ah! ¿Para
decirme eso me hiciste venir hasta aquí? ¿Para decirme que debía morir?
¿¡Debiste haberme matado no!?
Y empezaron los
empujones violentos dentro de mi habitación; intentaba sujetarme del cuello
para asfixiarme, logro liberarme para volver a empujarle levemente solo para
defenderme, él me mira como derrotado con veneno en su mirada; se toca el
occipital izquierdo de su cabeza también con la mano izquierda tres veces,
justo a la misma altura en el que en mi cabeza tengo la herida marcada para
siempre, al tercer toque cae chocando bruscamente la cabeza contra el piso sin
hacer más movimientos. Le miré de cerca, su cabeza se había partido y sangraba
por la oreja
Mi ser entero
entra en pánico al ver la última escena, atrapado en desesperación, queriendo
huir y sin poder hacerlo; lo único que me nace hacer en ese momento entonces es
agarrar el celular y llamar a mi madre, esperanzado a que me contestara, intenté
tres veces, a la tercera me contestó a duras penas,
—¿Hola?
—¡Hola mamá!,
acabo de llegar a casa, —continúo— y al llegar, me encontré con él, discutimos,
por poco llegamos a pelear, ¡es cuando él se tocó la cabeza tres veces, cayó y
murió!
—¿Qué dices? ¡No
te entiendo! —Me respondió.
—¡Eso que acabas
de escuchar mamá! ¡Él murió!
—No te creo hijo,
estás bromeando. —Y me colgó no respondiendo más mis llamadas.
De inmediato me
animé a salir corriendo del lugar de los hechos, tenía que esclarecer mi mente
de lo que había visto; cada vez se hacía más tarde, llego a Quillacollo para
luego tomar un bus y dirigirme a la ciudad de Cochabamba, ubicar a mi madre, al
lograr mi cometido y haberla hallado a ella en su puesto de venta, le volví a
comentar de lo sucedido en casa, los tres toques, la caída y posterior muerte
súbita; no sirvió de nada aquel nuevo intento, ella sumida en su incredulidad,
hasta que cayó la noche, retornamos a casa, ella se constató del hecho, el
cadáver seguía en su lugar más frío que en el momento de su muerte, no dijo
nada mi madre por un buen tiempo, toda tranquila, es cuando mi hermana llegó de
haber ido a visitar al familiar cercano; al ver al cadáver tendido en el suelo,
comenzó con el escándalo como nunca en su vida.
—¡Por tu culpa
maldito! ¡Por tu culpa mi padre ha muerto! —Me gritó desesperada, con cólera en
su expresión lastimera— ¡Desgraciado! ¡Te voy a demandar! ¡te vas a podrir en
la cárcel por asesino!
—¡Cálmate!
—Intenté apaciguar la situación— cálmate y déjame explicar lo que realmente
ocurrió.
Entonces mi madre
intervino con su comentario.
—Estaba dicho,
tenía que suceder siempre esto, él se volvió loco y su locura lo llevó a la
muerte. Profesaron sus mismos sobrinos ¿Recuerdan?
—¿Y te quedas
tranquila madre? ¿No vas hacer nada? —Le gritó mi hermana.
—¿Qué se puede
hacer? ¡Ya está muerto! A ver, dime, qué más se puede hacer ¿Qué regrese a la
vida? Saben que eso no es posible. Por fin la justicia divina cayó sobre él.
—Esto no se va a
quedar así —siguió echándome la culpa mi hermana— Tú que tanto le has odiado
hasta matarlo ¡Ahora de seguro estás feliz! ¡Maldito!
Los perros
empezaron a aullar alrededor de la casa, una brisa fría pasó por el lugar. De
un de repente llegó una mujer, bien arreglada hasta el último pelo, llevaba una
cartera color café además de una mantilla color gris en la espalda, con
pendientes que brillaban alrededor de su cuello y unos aretes grandes que
colgaba en sus orejas. La miré más de cerca, ¡era conocida en el lugar! Más
rejuvenecida solamente.
—¿Señora
Macedonia? —Me sorprendí— ¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo llegó?
—Sí soy ella, me
avisaron que algo pasaba aquí y por eso vine. ¿Qué ocurrió?
—Hay un cadáver
—contesté entonces— se cayó tras tocarse la cabeza tres veces cuando
discutíamos, y murió. Eso fue lo que sucedió señora.
Al escuchar mi
breve relato, ella se percató del cadáver, al verlo solo se lamentó, suspiró
profundamente, como que le pesaba en el alma aquella muerte. Entonces me
recomendó que debiera hacer algo diferente aunque sea por única vez en mi vida,
a pesar del tanto odio mutuo que nos teníamos.
—Te aconsejo que
le hagas una cristiana sepultura, hazle un velorio para que pueda su alma
descansar en paz.
—¿Hacerle esas
cosas? ¡Nunca! ¡No se merece nada de eso! —Respondí furioso.
—Para qué gastar
en velorios, en entierros y esas cosas —dijo también mi madre— hay que cavar
una fosa aquí en los previos los que él decía una y otra vez que eran suyos,
ahora que murió, que esos previos sean los que a él se lo devoren, y ahí que
acabe esta macabra historia. ¿Gastar plata en su entierro? ¡Jamás!
—Entiendo que
tuvieron diferencias desde que naciste, se odiaron, se echaron maldiciones por
doquier, él deseó tu muerte desde que naciste; pero ya todo eso pasó, él se fue
de este mundo, y esas cosas que sucedieron en el pasado, jamás volverán a
ocurrir; por eso te aconsejo que le hagas una cristiana sepultura, así para que
puedas vivir en paz tú también a lado de tu esposa y tus hijos. Ama a tu padre
aunque sea por única vez en tu vida y verás que todo cambiará para bien de tu
porvenir, ama a tu padre así como amas a tu pareja, perdónalo en su tumba, y
serás feliz.
—¡No puedo! ¡Ni
ahora que él murió ni el día que yo muera! Mi amor solo es para mi esposa y mi
hijo, no por un ser despreciable como lo fue él.
—Lamento tu
decisión —me respondió al escuchar mis últimas palabras.
La señora se fue
por donde vino. Tan elegante, con galantería digno de un ángel extraviado en
las playas de aquí del pacifico en las que me encuentro. Las horas pasaron como
la fresca brisa de la noche en su premura antes que sea descubierta por el
brillo y candor de la luna, de quien hasta los astros más lejanos andan
enamorados de ella también. Al seguir aquellos consejos, estábamos a punto de
levantar el cadáver, cuando el reloj marcaría las doce en punto de la noche, mi
hermana con toda su ira en contra mía, sujetaba una sábana blanca para
cubrirlo, mi madre solo observaba y yo centralizando las fuerzas en mis brazos
para poder levantar los restos mortales de aquel hombre que odié toda mi vida,
de aquel individuo que me odió desde el momento en que nací. Nadie llegaba, ni
nadie lloraba, nadie se encontraba triste; más bien parecía nacer un ambiente
de paz y tranquilidad en casa. Cuando justo la palma de mis manos llegó a pasar
por la piel de aquel cadáver, es cuando desperté, desperté súbito y un poco
asustado. Miré el reloj y marcaba las seis de la mañana con treinta y cinco
minutos.
Desde inicio me
di cuenta que mi madre jamás estuvo de acuerdo con el proceso que había sido
iniciado en contra de mi padre por Violencia Intrafamiliar, jamás estuvo de
acuerdo con cada paso que se daba y era un punto más a favor de quienes
habíamos sido afectados por esa violencia; como declaré en mi libro cuyas
páginas narra la historia mía, -ingenua, obsesiva, sumida en los quehaceres
cotidianos del diario vivir-. Jamás estuvo de acuerdo, es más cuando ya
estábamos de llegada a la culminación del proceso penal, y ya se había dictado
la sentencia para que pagara la pena condenatoria él, ella me dijo algo que me
dolió en alma y corazón, -todas esas cochinadas de nada me ha servido, soy
capaz de agarrarlas y tirarlas al fuego-. Refiriéndose a la documentación que
se había acumulado del proceso. Con esa expresión mis sospechas estaban más que
confirmadas, de que ella nunca estaba de acuerdo con todo esto. Esa tarde me
sentí destrozado, todo el tiempo que había invertido por más de dieciocho meses
en par de segundos fue tirado al fuego y se consumió. Con todo ese proceso ya
estuve afectado, la moral decaída, bajos sentimientos, muchas noches sin poder
haber dormido bien. Y hoy recordar todo eso me sigue doliendo aunque tan lejos
me encuentro del lugar de los hechos, lágrimas se deslizan por mis mejillas,
¡es increíble que siga llorando aun ya estando lejos de toda esa
pesadilla!
10 de abril fue
la fecha clave en donde se dictó la sentencia en contra de quien había
agraviado mi vida por más de treinta años y, al final de todo se declarara
culpable él mismo. Y ella seguiría sumida en su ingenuidad para que llegara
aquel 19 de junio y decidiera por sí misma que todo regresara a como fue en el
principio, motivo que no dejara que me quede con los brazos cruzados, no podía
más después de muchas batallas ganadas haber perdido la guerra. Tuve que irme
del lugar, abandonar para siempre y tratar de olvidar todo lo que había pasado
hasta aquel día 19.
Ya ha pasado
mucho tiempo más desde aquella fecha, a los pocos días tenía todo listo para
abandonar el sitio, recuerdo los cuatro días antes, quemé muchísimas cosas que
sentí que desde ese momento no me servía más; quemé ropa, cuadernos, hojas
sueltas de mis manuscritos, incluso libros viejos de consulta, me deshice de
insumos e instrumentos que eran parte de mi trabajo como artista; por poco me
doy por vencido que el arte no era lo mío, que solo era momentos de desahogo
para serenar mi alma contrita, para escurrir las lágrimas de mis ojos
reprimidos, para apaciguar mi mente confundida y conducta de agresividad
reprimida como había sido diagnosticado por un especialista, además del estrés
crónico que estuve padeciendo, y causa de esto la depresión aguda, los
malestares en el cuerpo, el dolor de estómago, la espalda, pero principalmente
el constante dolor de cabeza, que a veces llegaba al punto de volverme loco,
causa por el cual no podía ya ni dormir noches enteras. Solo para desahogar
todo eso había tomado los caminos del arte, en ese momento sentí que así era y
no me servía para más por eso debía deshacerme. Aquella tarde mientras ordenaba
el espacio para dejar vacía la habitación, por infortunio cae mi estante de
libros con cientos de ellos dentro, al punto de romperse los vidrios y sus
marcos, como diciendo: -Hasta este momento te serví, desde hoy en adelante
¿quién más utilizará mis espacios? Nadie. Te vas, me dejas, entonces me
autodestruyo para dejar de ser lo que fui para ti- y eso fue lo que pasó. Aquel
estante lo tenía desde el año 2007, por más de doce años conservó mis libros,
recuerdo el primer libro que en él habitó, “La vida es sueño” titulaba y,
detrás de él ingresaron muchos más durante los doce años hasta quedar repleto.
Todo eso sucedió
durante esos cuatro días, por fin sentí que me había deshecho de casi todo,
casi digo porque ahí intervino mi amada para animarme que no podía deshacerme
de lo elemental que se convertía en lo mío, el arte por las letras, porque el
ser artista corría por mis venas, aunque sentía que todo eso estaba de sobra en
mi vida. En ese momento sentí que por más de 12 años había desperdiciado mi
vida, ¡me daba coraje haber dejado que eso ocurra! ¿Pueden creer? ¡12 años
desperdiciados! Aferrado a aquello que creía que era lo mío. Y ahí estaba mi
amada, mi hermosa mujercita queriendo apaciguar mi dolor en esos momentos, me
abrazaba, me animaba diciendo que lo que llevaba en la sangre no podía ser
sustituido por nada en este mundo, que era sagrado y debía luchar por ello.
—Te amo —me
susurraba al oído— te amo y quiero que conserves tu talento, no dejes que
muera, que yo siempre te apoyaré, porque es lo que te gusta mi amor, escribir
—y me abrazaba a tal punto de sacarme lágrimas de emoción y ella secaba mis
lágrimas con sus cálidos dedos, me miraba fijo a los ojos—. Es por una buena
causa que ahora tomas esta decisión de cambiar el destino y sabes muy bien que
es temporal, pronto volveremos a estar juntos y juntos sacaremos adelante
nuestro hogar, tu talento, nuestro sueño.
De ese modo me
vine a donde ahora estoy con algo sagrado que llevo en el dedo anular izquierdo
y no es otro sino el pacto del amor que sellamos juntos aquel 1 de junio a la
medianoche en honor a sus cumpleaños, en frente de sus seres queridos, su
familia. El honor se lo debo a aquel suceso que también fue causa motivante
para estar aquí, lejos de mi tierra. No me lamento, aunque sí en momentos me
quiere atrapar la tristeza, la nostalgia de haber dejado allá a mi amada
Justina, mi hermosa chiquita y mi hijo; son ellos ahora mi razón de respirar,
mi fortaleza para luchar día a día.
¿Qué si extraño
mi país o a mis padres o amigos o algunas costumbres? La respuesta es un
rotundo NO, no extraño a ninguno de ellos más que a quien juré amor eterno. El
honor y el respeto se lo debo al anillo que Justina me puso aquella noche
prometiéndome amor eterno y afirmando mi lealtad a ella por aquel acto que fue
sublime por primera y única vez en mi vida. Por honrar ese honor es que pude
llegar a las costas del Pacífico, para deleitarme con el vuelo de las gaviotas,
el canto fino y las olas de la mar, a la par del canto sereno de los leones
marinos que en ella habitan; esperanzado que no me vuelvan a atormentar más
esas horribles pesadillas; quiero olvidar todo lo que ya quedó en el pasado,
quiero borrar de mi mente todo ese mal que fue sembrado. Por sobre todo, quiero
olvidar a él, nunca más regresar a esos sitos que para mí fueron lúgubres.
Quiero olvidar para siempre a aquel a quien alguna vez intenté llamar PADRE
solo porque por mis venas corre su sangre y nunca pude porque no me nacía.
Nuevas
experiencias van marcando en mi vida desde que llegué por estos lares, nuevas
costumbres, modismos y más por aprender; nuevos amigos con quienes río y sonrío
en cada puesta del sol, por fin con estas nuevas experiencias siento que vivo
para mí, que por mí solo puedo valerme, siento que soy yo por primera vez; al
ver el vuelo de estas aves marinas, al escuchar el fastuoso canto de los leones
marinos siento que he recuperado mi identidad.
Mil veces gracias
a la mujer dueña de mi vida por abrazarme y acariciar a mi alma con su amor,
por sacarme esa sonrisa muchas veces soñada, por hacer en mí que regrese esa
confianza; mil veces gracias por hacer que en mi renazca ese niño interior que
parecía estar muerto. Por animarme con dulces palabras y la ternura de su voz
que todo desde ese momento sería distinto para bien de nuestro hogar. El brillo
de sus ojitos, dos hermosos luceros que hicieron magia en mi existencia, magia
de amarla por amarme ella primero a mí; y en honor a ese amor que nos tenemos
Justina y yo, en estos momentos me animo a llegar con esta reflexión hasta
ustedes queridos lectores que me siguen desde diferentes lugares en este barco
azul llamado Tierra.
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