Los viernes de espejismo, ¡oh quimera en penuria!
¿Quién podía imaginar que las cosas sean efímeras en el
campo de ser dos? Acciones azarosas, aventura que me conduciría al camino final
lamentoso; al menos eso me queda decir después de aquel…
Viernes, 24 de junio de 2022; día de compromiso con Yobana en el ayuno que organiza la iglesia “Bendita Trinidad”, en el cerro de K’uturipa, al sur de la ciudad de Cochabamba. Además de comprometernos delante de Dios, aquel día de ayuno, a la caída del ocaso conozco a su mejor amiga, la señora Benita, y delante de ella, a Yobana le entrego un poema dedicado y enmarcado en forma pergamino, con ello reafirmando mi amor hacia ella, para que atestigüe su mejor amiga la sinceridad de mi corazón con ese detalle. Luego el brindis en compañía de sus hijos, quienes me miraban con beneplácito, felicitándonos por ese compromiso primero ante Dios, luego en frente de ellos.
Esa noche se consuma el amor, en una entrega total en
cuerpo y alma, dulce y encendida pasión desenfrenada; algo que no creí que iba
a suceder tan pronto del compromiso, porque ella misma antes de aquel día
refería que eso no sucedería nunca, porque no estaba en sus planes, ni en los
míos hasta aquel momento; tal vez el 23 de julio, por el día de la amistad, o
directamente el 21 de septiembre, por el día del amor y la primavera; o en la
noche de Navidad. Al parecer lo tenía todo bien calculado, planificado con
anterioridad incluso antes de conocerse conmigo.
Al día siguiente de aquel acontecimiento planificamos
casarnos lo más antes posible, por lo civil, el 21 de septiembre y, por lo
religioso, a mediados de diciembre. De cuyo acontecimiento personalmente en
fecha 27 de junio anuncio en mis redes sociales acompañado de una imagen
captada de aquel 24 de junio en el ayuno, y de inmediato surgen las reacciones
de beneplácito y felicitaciones de quienes me siguen en esos medios.
Con el pasar de los días, emocionados por consumar el
casamiento, empezamos a recabar documentos para el matrimonio por lo civil,
además de comprar prendas tanto para ella y para mí. Todo pasaba tan rápido,
quizás de manera azarosa; como si dos adolescentes estuvieren enceguecidos por
el amor fortuito. Pensamos en un matrimonio sencillo, algo con lo que estuve de
acuerdo, también siempre era esa mi mentalidad que coincidió con la de ella.
Viernes, 15 de julio, un día especial.
Ella tiene la necesidad de ir a laboratorio, porque sentía
malestar. Cuando vamos a aquel lugar y, tras recoger los resultados, nos
enteramos que ella está embarazada, ¡seré papá por primera vez en mi vida! Algo
que para mí estaba lejos de alcanzar. La alegría nos abrazó a los dos, nos
sentamos en algún lugar para asimilar aquella noticia. Por la emoción, no
dejábamos de abrazarnos, sin importar que la gente nos viera. Horas más tarde, la
primera persona en enterarse después de mí, es una extranjera, a quien la
aprecio mucho por ser un ángel en mi vida desde cuando se complicó mi salud,
(Milena, de Nicaragua) quien mediante una llamada telefónica nos felicita tras
que le doy la noticia. Y ella nos augura bendiciones, todo siempre bajo la
gracia de Dios, con el bebé que viene en camino. Incluso nos expresa que
mandaría ropa para bebé, en cuanto se supiera si es varón o mujer nuestro hijo
que venía en camino.
Ese mismo día por la tarde nos vamos a una piscina
atemperada, con sauna al que voy después de 15 años quizás. Me venía a la
memoria, la última vez que había ido fue cuando cursaba el último año de
secundaria, allá por los años 2007.
En varias oportunidades ella comenta que no tiene a nadie
en la ciudad, ni en su pueblo natal, no se lleva bien con sus hermanos ni sus
tíos; por lo que debía encargarme yo de conseguir testigos, padrinos y demás
formalidades para la ceremonia por lo civil. Situación que causó curiosidad en
mí. No me que quedaba otra más que aceptar aquella condición y seguir con el
plan.
Entonces fui encaminando en conseguir testigos, también
algunos intentos de padrinazgo, surgían los nombres de parientes y algunos
conocidos en lista. Todo bien hasta ahí. Incluso ya habíamos ido a entrevistarnos
con el oficial de registro civil, para quedar fecha y demás situaciones para la
consumación de aquel día único en nuestras vidas. Pero de repente fue cambiado
la idea. La boda sería sin padrino alguno, totalmente íntimo, quizás en
compañía de algunos hermanos de la iglesia, mi madre, mi hermana y los hijos de
ella. Después de consumar aquello, irnos de luna de miel a la ciudad colonial,
así de simple. Ahí acabaría aquel acontecimiento único y sagrado ante los ojos
de Dios en cielo, luego ante los hombres en la Tierra.
Los días siguen corriendo por su cuenta, así como nosotros
con los planes. Ya es viernes, 5 de agosto de 2022
Un día de tristeza, porque me doy cuenta que el amor se va
enfriando. Y me lo confirma ella a las 10:00 de la mañana al decirme que ya no
me ama, que nada va a funcionar como se estaba planeando hasta aquel momento. Entonces
me pregunté, ¿Qué será del fruto de nuestro amor que seguramente fue fortuito
aquel viernes 24 de junio? ¿Qué será de los preparativos para la boda? ¿En qué
quedará todo?
Esta situación de tristeza se fue agudizando desde el
viernes, 22 de julio, porque la comunicación ya no era la misma, miradas
opacadas, palabras ásperas y deshonestas, como diría un predicador.
Y el martes, 26 de julio en la noche surgió un hecho
todavía más desagradable, con la visita de hermanos y el pastor de su iglesia quienes
ya me conocían a mí, porque ella me había presentado como su pareja en la
iglesia días anteriores, incluso me felicitaron y me dieron la bienvenida a su
iglesia, lo mismo que en mi iglesia a ella, mi pastor le estrechó la mano y le
dio también la bienvenida; pero en su casa aquella noche en vez de animarnos,
nos desairaron en cuerpo y alma con argumentos que según ellos estábamos en mal
camino, en pecado por estar viviendo sin antes habernos casado primero. Yo solo
escuchaba y desechaba aquellas palabras de mi vida, porque bien sabía que no
estaba haciendo nada malo, así como José y María, padres terrenales de Jesús
convivieron estando comprometidos, pero sin casarse hasta que el Divino niño
nació.
Situación que hizo ella y yo nos sintiéramos desalentados,
día después, especialmente ella, quién fue sobrecogida por un malestar en todo
su cuerpo. Con ello haciendo que se enfriara más el amor entre ella y yo. Desde
ese momento, la de la razón siempre sería ella, mis palabras u opiniones no
valían más ante su mirada apagada, percepción encaminada, ante su alma
zarandeada por el mismo Leviatán, porque simplemente ella dejo que sucediera
así. No supo aferrarse a la fortaleza Divina, menos resistirse a Satán y sus
acechanzas de desaire, conociendo la Palabra de Dios. Mal utilizó el nombre
mismo para sus placeres personales simplemente.
Me dio mucha tristeza percibir eso, mi corazón lloraba en
silencio, tras la opresión que sentía por aquella situación que ya apenas
sobrellevaba. Hubo un momento en que no podía evitar llorar a borbotones. ¿Y
quién me abrazó? No ella, sino la niña de apenas ocho años, aquella niña cuya
situación mía con ella sería su padre adoptivo. Me abrazó, me consoló, me habló
con palabras dulces, expresándome: —No llores, papá, todo va a estar bien,
por favor, no estés triste, ¿sabes? Eres el mejor papá del mundo para mí que no
he conocido a mi verdadero padre—; y ella, sí, Yobana solo miraba el acto, quien sabe tal vez
como una chiquillada aquel hecho de melancolía reflejada en mis ojos llorosos.
Me sentía triste hasta en el alma, porque según ella, había
sido yo, el que transitaba por los caminos de la transformación nefasta, el
cambio que ella no pensaba de mí; que, si al inicio era dulce y cariñoso,
afable y detallista, además de humilde y sincero; en aquellos momentos superaba
de ser el humano más problemático de los últimos tiempos, además de vestirme
mal, ponerme incorrectamente los zapatos, incluso hasta el de peinarme mal y
presentar la mirada opacada para ella y quienes nos rodeaban. Se había
equivocado al encontrarme y verme para su esposo, porque simplemente no era el
tipo de hombre que esperaba para sus deleites libidinosos en nombre de Dios.
En un principio creía que esas reacciones y acciones de
lastimarme eran por los cambios hormonales que estaba sufriendo por su
embarazo, además de sobrellevar un embarazo de alto riesgo por su edad, también
se va complicando el estado de su salud, por el que ya no quiere levantarse ni
de la cama. Pero hasta el extremo de herir a la pareja con aquellas palabras
ásperas, imposible que solo sea por los cambios hormonales. Imposible que por
eso hasta me diga que potencialmente estoy interesado en sus bienes. Imposible
que me diga, el día que ella se muera, yo me vaya de aquel lugar, debo hacerlo
solo agarrado de mi hijo y mi computadora, porque es lo único que poseo en la
vida. Por otra parte, hasta mis formas interactuar en las redes sociales están
mal para ella. Que es sádico comentario el haber escrito que: —me llevaría a mi hijo—, si así tiene que ser la realidad forzada.
¿Creen que esas acciones o reacciones sean por cambios
hormonales? Personalmente yo no creo, y muchos, incluso hasta madres también en
etapa de gestación están de acuerdo conmigo, que una mujer en esa condición no
puede actuar hasta ese extremo de lastimar el corazón de uno, y menos el de su
pareja cual es padre del hijo que espera.
Siguen transcurriendo los días, ya es viernes, 12 de
agosto, se confirma que no habrá boda, porque simplemente no hay más amor de
pareja, que sí en algún momento se decidió casarse incluso solo por el hijo que
viene en camino, porque la lógica era que un hijo no puede nacer fuera del
matrimonio, conociendo la Palabra del Altísimo, después de todo ni por eso no
habrá boda. Ya no importaba si el bebé nazca dentro o fuera de un matrimonio. Con
esa decisión poco a poco voy regresando a la nada, al vacío de mis lamentos por
aquella azarosa situación de mi efímera ilusión, de mi pasado a la más cercana
acción.
Una semana más tarde, viernes, 19 de agosto.
Todo acabó, planes de familia, proyectos de vida en pareja
simplemente se esfumaron. Ella no quiere verme más ni en pintura, ni
transformado en polvo. Con palabras más hirientes todavía. Además de no cumplir
con una promesa por la que ahora me encuentro en una dificultad con respecto a
proyecto editorial.
Lo más interesante es que ella me hace una pregunta soez: —¿Cómo puedes estar
seguro del niño que crece en mi vientre es tu hijo? ¿Cómo comprobar que
realmente es tu hijo, si alguien más pone duda sobre eso?— ¿Qué me quiso decir
con eso? Una pregunta devastadora. Para con ella dar fin a lo que había surgido
aquel viernes 24 de junio a las una de la tarde. Un simple espejismo una vez
más para mí corazón agobiado. Aquello por lo que creí que era un milagro
doblemente sucedido, al final resultó ser no más que una simple ilusión. Ella
no me conoce, ni yo a ella, simplemente debo desaparecer para ella, porque ni
el hijo que lleva en su vientre no es mío, así quiso que sea, no me quedó otra
más que seguirle la corriente y regresar a mi actividad anterior.
Solo quedan recuerdos, claro que de muchos buenos momentos
que al inicio surgieron; para empezar, la tarde que nos conocimos y nos
familiarizamos fue con el exquisito chicharrón de llama que venden al lado
norte de la plaza San Antonio en el centro de la ciudad de Cochabamba, luego,
en los siguientes atardeceres de calor sofocante, los exquisitos helados con
maní, o los queques de diferentes sabores o frutas que ella misma hacía para
deleitarme acompañado con infusión caliente de hierbas aromatizantes, incluso
muchas de ellas medicinales, que solo ella preparaba a su estilo.
Es más, recuerdo que con ese detalle logró abrir las
puertas de mi corazón que estaba cerrado para no abrir a nadie, pero ella
logró, no entiendo cómo, solo lo hizo, para dejarlo más revuelto que un
terremoto lo haría con su fuerza. También otro momento, pero de tristeza para
mí cuando ella me dijo por llamada telefónica: —tú
te estás ilusionando conmigo, y eso yo no quiero, así que mejor, cortémosla
aquí nuestras pláticas, olvidemos que nos hemos conocido—. Aquello me sorprendió
—¿Cómo? ¿Yo ilusionándome contigo? Eso no
es así. Quedamos como amigos y, así debe ser. Bueno, si estás creando
imaginarios que no son, entonces que aquí acabe todo. No te conocí, ni tú a mí.
¡Adiós!—. y al paso de algunas horas viene el arrepentimiento y las
palabras de disculpas de su misma voz mediante una nueva llamada: —discúlpame por haberte hecho pasar un mal
momento. No sé qué me ha pasado, no me di cuenta; pero después sí, por eso te
llamo, para disculparme—. Y mi respuesta sincera: —claro que te disculpo, no pasa nada, Yobis—. Y más recuerdos
malos y buenos, tristes y alegres.
Con ello afirmando por segunda vez que las cosas de amar no
es lo mío. Que ella solo me lastima hasta el fondo de mi alma.
Yobana convirtiéndose en una coleccionista de algunas prendas
que solo a mí me correspondían utilizar. Quién sabe, para qué las tiene, o por
qué las escondió. Tal vez para asemejarme con otro, como a mí me hacía con su
anterior pareja, refiriendo en algún momento que hasta el mismo abrigo que su
anterior pareja usaba, también utilizaba yo; —esas similitudes no
pueden ser casuales—, —por eso, tú siempre eres el hombre que buscaba después del
fallecimiento de mi esposo, aunque de quien como ya sabes, me divorcié, y a los
pocos meses de aquello, penosamente él falleció. Por eso soy libre—. Y qué casualidad que justo ese abrigo me escondió
principalmente. Además de haber sido su juguete de diversión, su muñeco de
distracción libidinoso. Para luego de todo y cansarse de mí, echarme como a un
perro sin amo. Totalmente hasta con el
alma perturbada por crearse esos imaginarios tontos, realidades con falta a la
verdad. También no me quedó otra más que dejárselo aquel precioso obsequio que
ella me dio la segunda vez cuando nos vimos después de habernos conocido. Una
Biblia, con dedicatoria y su nombre además de la fecha estampada en la guarda
de aquel libro sagrado aquella tarde la segunda vez cuando nos vimos y día
después ella, me salió con ese imaginario de estarme ilusionando con ella, que
eso no era para nada bueno.
Reconozco que una vez más cometí incluso el error de haberles
presentado a mis mejores allegados a ella como mi pareja, por lo que me
felicitaban, me auguraban bendiciones, lo mismo que a ella. ¡Cometí el garrafal
error por segunda vez de haberle presentado a mi madre como mi futura esposa!
Por lo que ella se alegró y recibió con beneplácito la noticia, la abrazó,
dándole la bienvenida a la familia. ¿Al final para qué? Solo para que mi madre
sea burlada por ella. ¡Qué tristeza me da al recordar aquel momento! Vergüenza
siento por aquel acontecer sádico. Una segunda vez consecutiva sucedió eso. Por
segunda vez se burlaron de mis sentimientos.
Muchos de mis allegados al enterarse de lo que sucedió
después de todo, se pusieron tristes, no quedando más que animarme con palabras
de aliento y fortaleza para mi alma contrita una vez más. Qué pena, no volverá
a suceder nunca más esto. Las puertas de mi corazón ahora sí se cerraron para
siempre después de este alboroto efímero.
Y si algún día por algún medio aquel niño supiera que soy
su padre, estoy seguro que vendrá a buscarme, o yo a él. Por ahora no puedo
llegar ni a la puerta de aquella casa donde vive ella, ya que, si lo hago, de
inmediato llamará a la fuerza nombrada por ley para hacerme apresar y ser
llevado al rincón de los olvidados, los marginados por la sociedad. Me lo
advirtió ella misma aquel viernes, la última de nuestra plática funesta. ¡Qué
cruel! ¿Verdad?
¡Qué casualidad! Justo al terminar de escribir esta
historia es que anoche domingo, 28 de agosto, a ella, sí, a Yobana y a la
pequeña que me abrazó aquella mañana, la veo en mis sueños. Fue maravilloso,
ella se hallaba cuesta abajo, con una sonrisa dibujada en su rostro, en sus
manos sostenía verduras para cocinar, además de un cuchillo en su otra mano. Me
miraba, no dejaba de sonreír. En su cabeza llevaba un gorro negro de lana,
entonces pude darme cuenta también que su pancita había crecido más. La niña se
hallaba a mi lado, —todo va a estar bien,
papá, no te preocupes—, simplemente me decía.
Al parecer me encontraba a la entrada de una sala, donde
veo a otro par de personas que le dirigían la palabra a ella, parecían ser sus
hermanos. Entonces, agarrado de la mano de la niña intento acercarme a ella.
Cuando de pronto aparecemos en otro lugar en un colectivo ella y yo, además de
muchas otras personas que también iban en aquel colectivo, miraban atentos
nuestros movimientos, o escuchaban comedidos lo que ella y yo hablábamos. La
niña que antes estaba en mi lado simplemente desapareció, trataba de ubicarla
con mi mirada por todos lados, pero no había rastro de ella.
La ruta de aquel vehículo era de extremo naciente a extremo
poniente en la ciudad. Durante aquel recorrido ella y yo hablábamos de
organizarnos mejor para vivir en pareja y formar el hogar que ansiábamos. De
pronto aparecemos en el extremo poniente, y ella me dice: —Chao, hasta aquí no más te acompañe—. Tras esa expresión
desaparece de mi lado y yo aparezco como en una especie de campo, donde veo
muchos cultivos de verdura. Ahí percibo que ella y yo habíamos formado un
hogar, que ella me esperaba en casa. De por sí me viene esa idea de que ella me
esperaba en casa.
Justo ahí desperté, veo la hora, ya era madrugada. No sé
qué me habrá querido mostrar ese sueño. Una incógnita más para mi ser después
de todo.
La maldad del hombre crece cada día, y lo interesante es
que lo hace desde todos los ángulos posibles, incluso dentro la familia que es
el núcleo de la sociedad, de padres a hijos o viceversa, en las parejas que, si
no son ellos, son ellas, todavía con actos más viles; y todo el círculo social.
Qué triste ver eso para mí, así como lo fue para María Ramírez Bustamante,
aquel 12 de diciembre de 2012 cuando cumplía cien años de vida, en vez de
alegrarse por sus cumpleaños, más bien lloró al ver esta desagradable
situación.
Viernes, 7 de octubre, un poco más de cinco semanas más
tarde de la última plática de aquel viernes, 19 de agosto, no he perdido las
esperanzas de retomar el diálogo, porque en mí siempre va a primar el principio
de la comunión y comunicación por encima de las afrentas. Pero vanos fueron los
intentos, solo para recibir más reproches, más palabras deshonestas, de una
mujer que solo fue poseída por el mismo Leviatán, porque ella se lo permitió,
dejó ser zarandeada. Una vez más, que triste realidad. Me da pena por sus
hijos, la pequeña, la que le sigue y el hijo mayor. Solo pido al Soberano para
que ilumine sus caminos en la vida. Sin olvidar lo que su mejor amiga, la
señora Benita le dijo aquella tarde cuando platicamos después del compromiso —Espero que cambies tu forma de pensar ahora, tu forma de
ver la realidad—; esas palabras jamás olvidaré, estoy seguro que por algo
realmente serio fueron expresadas. Seguramente detrás de esas palabras hay
mucho por destapar. No por nada se vierten expresiones de esa naturaleza.
Al final me toca y debo aceptar también que solo se cumple la Palabra de Dios que refiere: “Y la maldad del hombre aumentará”. Cosa que nadie puede cambiar, y no queda más por decir, menos afrentar.
Con todo ese acontecimiento nefasto, a través de este medio
quiero decirles que no habrá tal boda que anuncié en mis redes sociales. Cosa
que causa una tristeza profunda en mi corazón.
Adiós, floresta de encantos amorosos no hechos para mí,
porque desde aquella vez no creí más en ti, porque solo me hieres el corazón,
lastimas mis ojos, dos tristes luceros que se apagaron para ti.
Este es un resumen de una triste historia basada en un hecho real, cuya narración será el final de un libro en verso que había dejado de escribir hace casi diez años atrás, ahora retomo ese manuscrito.
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