Por poco y fue fatídico aquel…
7 de 7 del 2024
Jamás olvidaría la segunda batalla mayor de mi vida consumada,
lucha contra aquellos siete demonios, quienes de alguna manera querían
arrastrarme a los antros de su jefe mayor, Lucifer, aquel empedernido ser del
abismo empecinado con la demostración de mi fortaleza, de una u otra forma
buscando verme rendido a sus pies; al final, no logrando con sus propósitos. Mas
bien mi persona amparada en esa fortaleza, pisoteando en cada desafío sus
propósitos contra mi integridad en los tres ámbitos que llevo en alto como ser
humano sin frac.
Luego de unos años tras aquel suceso, día sagrado para mí, otra vez frente a un nuevo desafío justo cuando cumplía un año más de vida, sorprendente acontecimiento; no me lo podía creer, aquellos siete serviles de Lucifer esta vez dentro de mí, transformadas en cristalinas piedrecillas en mismo número, siete. La batalla se consumó con algunos pormenores, los que poco a poco, otra vez se van superando.
Fueron momentos de desesperación, claro que la angustia por
minutos quiso asfixiarme, haciéndome naufragar en la mar de lamentos los tres
estados que conforma mi ser. Un desafío al final controlado, siempre bajo el
amparo de aquella fortaleza por la cual estoy cubierto desde la primera batalla
que me tocó sobrellevar a escasos meses de haber nacido. Desde entonces,
esperanzado en recuperar mi paz en su integridad, además de mi salud a medida
de la regeneración tras aquel nuevo desafío consumado el 18 de abril del 2024,
día de mis cumpleaños.
Para acompañar aquella recuperación, uno de mis planes consistía
en visitar determinados lugares, de esta forma forjar momentos y espacios de terapia,
de encuentro conmigo mismo y la naturaleza en su máxima expresión; pero quién
podía imaginar que las asechanzas de aquel deplorable ser del infierno volviera
a interponerse por donde caminaba; esta vez no me hallaba solo, sino en
compañía de dos personas importantes para mí; mi sobrino, hijo de mi hermana
menor y mi tía, hermana mayor de mi madre.
Lo curioso es que, este hecho sucedió alineándose al mismo
número de quienes me enfrentaron en aquellas batallas, era domingo, siete, del
mes séptimo; siete de siete. El recorrido de la mano con mi sobrino y mi tía se
hacía largo. En esos momentos recordaba no haber caminado tanto así la primera
vez, siete años antes, cuando de manera sorpresiva me tocó llegar por esos
mismos lugares, persiguiendo un afán. En esta ocasión el recorrido se
cuatriplicaba, extrañísima situación que no podía entender. Por fin llegamos a
un río, por un momento me alegré, porque me acordé que bordeando aquel río ya
nos encontrábamos cerca de llegar al lugar que nos propusimos.
Claro, mi sobrino durante el recorrido por el bosque, en
momentos haciendo volar su imaginación de encontrarse con lobos, corría a
prisa, y en momentos de repente se detenía; cada sonido, ya sea de una hoja
seca de algún árbol cayendo, o el mismo crujir de alguno de ellos, para el
infante era la huida de un lobo. En otros momentos, un poco de miedo y
preocupación le hacía estremecer, y aquello se reflejaba en su simple mirada.
La inocencia de un pequeño que alegra a los grandes.
Ya en la orilla de aquel río relativamente caudaloso, me di
cuenta de algo, ¡había que cruzar!, no bordear como recordaba de la primera vez.
Entonces nos dispusimos a experimentar esa aventura de entrar a las aguas medio
cristalinas que corrían, organizándonos qué es lo primero que se debía hacer. Nos
pusimos de acuerdo, primero se debía hacer pasar los equipajes, de eso se
encargaría mi tía, luego regresar y volver a pasar cargado de mi sobrino,
finalmente a mí, ayudarme a pasar agarrándome del brazo sano, ya que por mi
nueva realidad desde aquella segunda batalla que me tocó pelear, mi pierna y
brazo derecho quedaron afectados gravemente.
Justo al poner en acción lo acordado, se manifestó quien no esperaba, con cuidado ingresaba al agua para alcanzarle uno de los bolsones a mi tía, quien ya se encontraba un poco más al fondo del rio, no a más de un metro de donde me hallaba yo; mi sobrino, atento en la orilla todavía. Cuando justo en ese momento pasó un leve vientecillo, fue suficiente para que mis piernas terminaran tambaleando, con el agua que me cubría hasta las rodillas simplemente. Perdí equilibrio, al segundo sentí cómo el frío de aquellas aguas cubría todo mi cuerpo. Centímetro a centímetro me hundía boca arriba, intentaba agarrarme de alguna roca firme con mi mano sano, buscaba la manera de pararme, mas no lograba, traté de mantener la calma al máximo. En ese momento veía cómo, mi bolsón se hundía en el agua junto conmigo, por poco y me quita la fuerza con que iba el agua, logrando con aquello otra bolsa de mano más pequeña que sostenía con mi mano, la que tiene dificultad para hacer movimientos o sostener objetos como debe ser. Veo cómo logró arrebatarme y a flote se lo llevaba.
En ese momento, en su desesperación mi sobrino, quien todavía se
encontraba en la orilla del río, grita, llora al ver lo que sucedía,
—¡Tío, tío,
cuidado, agárrate de esa piedra! —sugirió.
Una piedra sobresalida del agua se encontraba en mi detrás, intento
agarrarme de ella, pero no pude, en cada intento solo me hundía más junto con
mi bolsón. Por querer auxiliarme, mi sobrino, todavía de escasos tres años y
medio, por instinto casi corre a donde me hallaba yo.
—¡No, no
vengas, quédate ahí donde estás! —le dije, mientras intentaba
sostenerme de lo que podía.
El agua poco a poco me arrastraba. Entonces mi sobrino volvió a
gritar:
—¡Tío, la
bolsa se la está llevando el agua!
Tras decir esas palabras, en su desesperación y con lágrimas que
se deslizaban por sus mejillitas, intenta correr una vez más a querer rescatar
aquella bolsa ya también.
—¡No vayas…,
todo estará bien, rescataremos la bolsa! —le consolé desde mi aferrada
posición, a punto de ser arrastrado por el agua.
En dicha bolsa, por cierto, ecológica, se encontraban nuestros
zapatos, los que nos habíamos sacado para entrar al agua, y en aquel momento
veía, cómo, uno de mis zapatos, de alguna manera salió de la bolsa y, de forma
independiente era arrastrado por el agua, flotaba como un barco negro sin tripulantes
ni capitán que dirija.
Me daba por vencido que perdía aquella bolsa, aunque segundos
antes, solo para animar a mi sobrino, dije que, todo estaría bien, de alguna
manera recuperaríamos lo que en ella había. Mi tía, en esos momentos, también
en su desesperación grita y, viene hacia mí para intentar ayudarme a parar, no
pudiendo con aquella intención, por poco y ella más se hunde
—¡Sobrino!,
pero ¡qué ha pasado! —Angustiada me pregunta, a la par de seguir intentando ayudarme a
ponerme de pie.
—¡Mi pierna
me traicionó, tía, me desequilibré y terminé hundiéndome! —respondí.
—Ay…, no…, no
tengo la suficiente fuerza para ayudarte a ponerte de pie, ¡qué vamos a hacer? —En su angustia, ella expuso.
De verdad que no podía ayudarme a ponerme de pie. En ese
momento, más abajo, vi la bolsa que me había arrebatado el agua, además de mi
zapato que era arrastrado por cuenta propia, se habían detenido en una piedra
apenas sobresalida del agua, casi en la orilla. Era un pequeño milagro ver
aquello, de alguna manera terminaron ahí. Entonces le indiqué a mi tía que vaya
rápido a recuperar aquellos objetos náufragos, ella haciendo caso a mi
indicación, trata de salir con cuidado a la orilla y, va al rescate, por un
pelo y no logra dar alcance, porque por la gravedad del agua, se movían, a
punto de liberarse de aquella piedra que los había detenido momentáneamente.
—¿Están los
dos pares de zapatos? ¿No falta ninguno? —En su desesperación, pregunta mi
sobrino desde el otro lado, todavía sin poder contener las lágrimas, por lo que
sucedía frente a él.
—Los tuyos y
los míos…, no se ha perdido ninguno, tranquilo, ¿sí? —Volví a
expresar sin titubeos, para que mi sobrino se tranquilizara.
Mi tía ya estando a lado del infante, le entrega la bolsa con
los zapatos, para que él mismo se convenciera al ver. Tras ese acto, ella
vuelve a zarpar en el agua, de alguna manera para intentar ayudarme a ponerme
de pie.
Es cuando surgió un milagro, mi tía y yo vimos acercarse al río
a un joven de unos 24 a 27 años, traía botas blancas, solera verde hoja y
pantalón plomo claro. Mi tía al verle le llamó pidiendo auxilio, él, al presenciar
la situación en que nos encontrábamos, vino lo más rápido que pudo, sin
dificultad alguna pasó por el río, llegando hasta donde me encontraba.
—¡Qué pasó? —nos
preguntó.
A grandes rasgos mi tía relató lo sucedido, además de comentarle
mi estado de salud y condición en la que me encuentro, a medida cuando aquél
joven me ayudaba a ponerme de pie, liberándome del bolsón sumergido en agua.
Entonces fue él, quien nos ayudó a cruzar el río, uno por uno.
Tras aquel acto milagroso, dicho joven continuó con su caminar
sereno, hasta desaparecer en el confín del sendero dentro de aquel bosque. Y
nosotros, a salvo, intentando recuperar la calma, reflexionando sentados al
otro lado del río, yo, como pollo remojado desde la punta de mi pie hasta la
corona en mi cabeza, sin saber qué decir, sin encontrar cómo asimilar aquel
suceso, por poco fatídico.
Al paso de recuperar aquella calma ansiada, también continuamos
con el recorrido por el camino angosto dentro de aquel bosque, según mi sobrino,
donde lobos huían al vernos invadir su espacio, en cada caída de hoja seca y
esta hacía un ruido, estrepitoso en algún momento.
Como en un inicio creía recordar, tras pasar aquel río, la
llegada al lugar del propósito debía estar cerca, no a más de cien o ciento
cincuenta metros; pero el caminar nunca terminaba, el sendero seguía
extendiéndose sin final, dejándome en completa perplejidad aquella sensación.
Para amortiguar la distancia, encontramos de qué platicar entre los tres, de
esa forma recuperamos la sonrisa en nuestras miradas, de por sí surgían temas
de qué conversar y reír.
Más horas largas de haber caminado tras cruzar aquel río, por
fin llegamos al lugar de la idea, mi tía se dio cuenta de aquello. Vimos una
edificación de maderas, al frente de ella un par de niños correteando y su
madre al fondo de aquella casa sencilla, sentada, con algún quehacer. Era otra
de mis tías, quien al vernos llegar se sorprendió, nos invitó a pasar para
descansar un rato. Más sorprendida terminó al ver a mi sobrino y no a su madre,
a la par de mirarme a mí todavía mojado. De inmediato surgieron los
comentarios, malos y buenos, para desechar y acoger. Hasta risas burlonas, por
poco y carcajadas diabólicas, principalmente por lo que me había pasado a mí en
el río.
Pareciera que, en ese momento, ella estaba poseída por Lucifer y sus siete demonios, quienes, utilizando a ella como títere, se reían hasta por poco terminar ahogándola a ella, además de los comentarios totalmente fuera de la realidad, lejos de su órbita, además de imaginarios lejos de alcanzar. Al paso de otra hora haber descansado ahí entre aquellas pláticas poco o nada placenteras, nos dispusimos a visitar a la otra edificación de madera, aquella que se encontraba a unos metros de la primera; segunda edificación de maderas a la que habíamos pensado llegar desde inicio. Ahí fue un reencuentro emotivo con mi tío de mucho tiempo, además de primos y más sobrinos, nostalgias y sorpresas se deshojaron al ritmo de la frescura ya casi al final del ocaso, por poco y lágrimas, las que pode contener. La conversación ahí fue más placentera que en la primera edificación.
—No imaginé de tu avance más al
rincón de este lugar —En algún momento comenté—. La primera vez cuando vine
hace siete años, recuerdo haber caminado no más de una hora. Pero ahora, fueron
cuatro veces más. ¿Por qué recorriste tanto así?
Mi tío al escuchar aquel
comentario y las preguntas, por un momento se quedó callado, sin poder ordenar
las palabras para responder. Luego sonrió y, dijo lo que tenía que decir:
—No he recorrido a ningún lado.
La primera vez que llegaste también de sorpresa, fue aquí mismo, ¿recuerdas?
Entraste por allá, cuando en todo este sector las naranjas y mandarinas se
veían amarillas, algunas en el suelo se podrían.
—Claro que recuerdo eso y más,
recuerdo tu rostro de sorpresa al verme llegar por ahí —señalé la dirección—.
Pero aquella vez llegué en menos tiempo. Y ahora, fue cuatriplicado,
¿comprendes eso? —Pregunté.
—Claro que comprendo —fue su
respuesta inmediata—. Aquella vez todavía estabas sano, no del todo, pero sí un
poco mejor; y ahora tu salud se agravó, de eso estamos conscientes, por eso,
seguro tus pasos fueron más lentos.
—No creas —Quise ganarle—. Caminé
tan rápido como aquella vez. Fue extraño; pero, bueno, ya estamos aquí, y ahora
no hay ni una mandarina amarilla colgando de las ramas, ¿de qué fruta disfrutaremos?
—Fue mi pregunta otra vez.
En aquella conversación amena, por fin la noche cayó, sentí
cansancio extremo, entonces con mi sobrino nos dispusimos a descansar; con la
caída de aquella noche, también recién intenté asimilar lo que me había sucedido
en el río. ¿De verdad me pasó lo que en ese momento recordaba? ¿De verdad
apareció aquel joven para auxiliarnos? En todo el recorrido no nos encontramos
con ninguna persona que pudiera ir o venir por aquel camino, sino es hasta casi
ya a punto de llegar al lugar de la idea, nos cruzamos con una señora y su
hija, quienes con dirección al pueblo se dirigían. Tras el saludo, por
curiosidad le preguntamos si conocía a la persona y su parcela donde
pretendíamos llegar. Nos contestó que sí le conocía, recomendándonos seguir
derecho por el camino, que estábamos ya cerca de llegar. Fueron las únicas
personas con quienes nos encontramos después de aquel joven en el río.
En aquel momento ya recostados para descansar, cuando el reloj
marcaba 19 horas con 7 minutos y, 7 segundos, recién ponía en claro lo
sucedido, me invadió una tristeza al asimilar que aquella dama de atuendos
negros me había vuelto a coquetear, quería llevarme a sus aposentos, lugar del
que no podría regresar más. Mi sobrino parecía asimilar lo que en ese momento sentía
mi ser.
—Todo está
bien, tío, no estés triste —me dijo agarrándome de la mano—, ya pasó, estamos aquí, en el
bosque ahora, y no hay lobos. —Continuó exponiendo en tierna voz.
En ese momento no pude contener mis lágrimas, le pedí que me
abrazara, lo hizo con tanta ternura.
—Fuiste y
serás mi ángel siempre, tú, al igual que ese joven, me salvaron de esa tragedia
—correspondí,
también con palabras dulces a su gesto, entre lágrimas—; por eso te
quiero mucho, hijo mío —continué expresando.
En aquel momento el niño parecía yo, y el adulto mi sobrino, fue
un momento emotivo. Y así, nos quedamos dormidos.
Fue increíble, en el minuto preciso apareció quien tenía que
aparecer, ni minuto más, ni minuto menos tras aquel incidente por poco
catastrófico para mí. ¿De verdad era un ángel? Tuve que aceptar que sí. ¿Fue
coincidencia? ¿o estaba trazado así mi destino para aquel día?, otra vez,
cabalísticamente conjugaron los números siete. El siete de siete, con la única
variante del veinte veinticuatro, dichos números al final se transforman en
ocho; a horas 7 con 7 y 7 de la noche.
Satán planeó siete meses para ejecutar su plan de volver a
desafiarme a una nueva ofensiva, y del séptimo mes el día siete para intentar arrastrarme
a sus antros, como si hubiera conversado y negociado con cada uno de los meses
para que sean sus aliados; siete lunas llenas y otras tantas las nacientes
tuvieron que pasar, con una única advertencia aquel día dieciocho del mes
cuarto, cuando vi a los siete en forma de piedras cristalinas siendo sacadas de
dentro de mi cuerpo, junto con uno de mis órganos que perdía para siempre con
aquella intervención quirúrgica necesaria.
Al final el plan de Satán, aquél de hacerme arrastrar con
caudales en el río, al que también le convenció para ser su aliado, además del
vientecillo, por su obsesión de verme derrotado y rendido a sus pies fue en
vano; con la ayuda de ángeles, principalmente dos en aquel momento, volví a
vencer; y me encuentro aquí para contarlo.
Después de consumarse aquel hecho infausto y, nuevamente tras su
derrota, aquello que no quiso aceptar, terminó apoderándose del cuerpo de mi
tía quien nos recibió en la primera edificación de casa campestre de madera; y
desde su voz, además con sus siete ángeles que le acompañaban se echó a reír
siete veces, a la par de hacer comentarios impropios también en mismo número.
Claro que no era ella, eso estaba claro desde inicio, sino, él y sus secuaces.
Tras aquel suceso, queda demostrado, y es que mi fortaleza es
inquebrantable, además de constatar la protección del Insuperable, del Soberano
de este universo a través de sus millares de ángeles, unos visibles, otros no;
unos palpables, otras, en forma de fuerzas sobrenaturales, de muchas de ellas,
seguro no me doy cuenta que me acompañan.
Con todos ellos seguiré de pie, seguro de vencer más desafíos, además
en conjugación con lo cabalístico, ante las asechanzas de aquel empedernido
lobo rapaz y sus legiones serviles quienes seguro le lamen la cola por perder
una, y una, y una más de las batallas a las que me desafía.
Soy un guerrero con mil batallas ganadas y otras tantas por
ganar, no me rendiré, hasta cuando decida lo contrario quien me cuida.
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