Ofensiva intromisión edil, en la festividad de Urkupiña
Por: Johnny Fernández Rojas
periodista y gestor cultural
La Festividad de
Urkupiña, es un evento eminentemente religioso, y ese el rótulo que siempre
debe ostentar; categoría evidenciada y con contundencia durante la pandemia. En
esas contingencias (dos ocasiones), no se advirtieron la presencia de
folkloristas, ni comerciantes, y menos aún, funcionarios municipales.
Consecuentemente, esas muestras fueron constataciones de su naturaleza y la reminiscencia de sus cimientos. Al respecto, obliga referirse a sus inicios, testimonios de ella dan fe que, la población urbana de Quillacollo, no participaba, sólo observaba a la expresión devocional de los feligreses a la Virgen de la Asunción, que procedían, principalmente, de los sectores rurales de la provincia.
Esos devotos procuraban constituirse en las vísperas del 15, en
horas de la noche, y al son de sus instrumentos musicales de viento y percusión
rendían pleitesía a la Virgen, y como parte de su mística cultural, libaban
alcohol. Al día siguiente, aguardaban la Misa de Fiesta, acompañaban en la
Procesión, y luego procedían a retirarse. Al año siguiente, repetían lo mismo,
y sin exageraciones lo hacían así, por siglos.
La presencia nativa sólo era percibida por los representantes
eclesiales, y probablemente, por un tímido y necesario comercio. Por tanto, la
Fiesta de la Virgen de la Asunción, era estricta y eminentemente religiosa.
El tiempo pasó y con él, llegaron los cambios, incluido el
nombre de Asunción a Urkupiña.
El antecedente antes citado, obliga a admitir acerca de la
amplia influencia, que debió ejercer en esas manifestaciones, el Equipo
Sacerdotal de Quillacollo, sin embargo, en los últimos tiempos, este influjo
eclesial ha sido alevosamente anquilosado por la acción municipal, que
prácticamente avasalló con su impertinencia, y hasta inclusive, la práctica de
actitudes arrogantes en casi todas las decisiones, y en el que lamentablemente,
priman los desatinos y las pifias.
Legal y socialmente, las labores del alcalde, son: la
construcción de obras, reparar las vías en general (no sólo por el recorrido de
la “Entrada”), asimismo, asegurarse de la iluminación apropiada en todos los
espacios públicos, una tenaz regulación del flujo vehicular, el control
riguroso de la dinámica comercial, la discreta construcción de sanitarios y
otras. En estos tres años, estas aún aguardan estoicamente una atención
juiciosa, madura y con futuro, prerrogativas ajenas a los actuales ediles
quillacolleños. Ineludiblemente,
algunos demandan un impostergable concurso municipal, que se los encara y se
las trata de manera improvisada y precipitada, características de la actual
administración.
Los municipales extraviados de sus principales funciones,
deambulan entre la falta de seriedad y la irresponsabilidad social, mientras
que la población con movimientos de la cabeza, parece expresar su desazón, su
decepción y hasta su frustración.
Desde hace varias décadas, y ante la permisibilidad del Equipo
Sacerdotal, las sendas autoridades municipales, presumieron y asumieron
protagonismos, y hasta poses de desmedida autoridad en todos los quehaceres
“urkupiñísticos”.
Pese a que las fiestas agostinas, adquirieron la categoría de
Festividad, y con ella, la adjudicación del honorífico título de fenómeno
social. Los miembros de la cuestionada e inerme Comisión Interinstitucional,
aún la consideran como fiesta, es decir, convencidos que su ocurrencia se
circunscribe a su entorno, limitada manifestación, y el desarrollo de la misma,
sólo al interior del municipio. Actualmente, la Festividad goza de una
acelerada ebullición y efervescencia religiosa internacional. Y ahí su moderna
exigencia.
El apartamiento de la Alcaldía de los niveles de decisión en la
preparación y ejecución de la Festividad, es una demanda de hace varios años,
porque en su superfluo actuar, abundan los desaciertos y las torpezas. Un
aporte positivo de la Alcaldía en este propósito, sería el definitivo
alejamiento de toda esta causa. Principalmente, porque no cuenta con personal
idóneo, no cumple con su rol al interior de la Comisión y principalmente, no
aprehende a esta, como fenómeno social.
La Ley de la República 2536, del 23 de octubre de 2003,
sentenció: “Confórmase una Comisión Interinstitucional para la organización y
promoción de la Festividad Religiosa de la Virgen Nuestra Señora de Urkupiña,
con la participación de representantes de la Prefectura del Departamento,
Alcaldía Municipal de Quillacollo, Instituto Boliviano de Turismo, Asociación
de Conjuntos y Fraternidades Folklóricas e Iglesia Católica”.
De la citada “Comisión”, cuatro de ellas cambiaron de razón social:
el Instituto Boliviano de Turismo, funge como Vice Ministerio de Turismo
(dependiente del Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural); la
Prefectura, fue bautizada como Gobierno Autónomo Departamental, la Asociación
de Conjuntos y Fraternidades Folklóricas, que adoptó su nominación: Asociación
de Fraternidades Folklóricas “Virgen de Urkupiña, la Alcaldía reconocida como
Gobierno Autónomo Municipal; la Iglesia Católica, mantuvo su nominación.
Variaciones que la califican a la Comisión Interinstitucional de
“ilegítima”, aunque en algún grado, legal. Situación que amerita también una
imperiosa revisión, orientadas a su reestructuración. Los representantes de
éstas, excepto del Vice Ministerio, se reúnen apresuradamente, semanas previas
a la Festividad, para atender y encarar emergencias y eventualidades del
proceso preparatorio.
La incomprensión plena del significado del fenómeno social y el
relegamiento de un permanente tratamiento estratégico, son condiciones que
exigen una sostenida dedicación y una visión apropiada, variables que
sistemáticamente, son excluidas por las actuales autoridades el gobierno
municipal.
Por lo menos en estas tres últimas décadas, la representación
edil, con su presencia al interior de la Comisión, y fuera de ella, en su
deliberada intención de inmiscuirse en las diligencias del proceso
organizativo, sólo se entusiasmó en generar fricciones y roces, con los
diversos contextos de sus influencias, actitudes que neutralizan la proyección
de esta manifestación religiosa en otros ámbitos, como la postergación
indefinida de la declaración de Patrimonio de Humanidad por la UNESCO.
Estas fiestas agostinas, el alcalde Héctor Cartagena Chacón,
debería aprovecharlas para recibir con humildad bendiciones de la Virgen de
Urkupiña, y principalmente, implorar iluminación y racionalidad, para el poco
tiempo que resta, antes de dejar el cargo.
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