Como pigmeos en lo desconocido
Sin embargo, todavía recuerdo a detalle las dos semanas antes que fuera nuestra boda, cada paso, cada escala, cada ciudad por la cual pasamos que para ella y para mí se convertía en desconocida, fueron más de cuarenta horas de viaje solo de ida; en algunas de ellas nos sentimos como un pigmeo en medio de gigantes;
para ella y para mí se transformaba como si nos halláramos en un mundo muy distinto al nuestro, un universo aparte, donde todo era diferente, su gente, su estructura, su clima; por encima de todo, su idioma, y ésta fue la causa principal por la cual personalmente me sentí pequeño; nos encontrábamos sin horizonte, sin saber a dónde ni cómo llegar; atrapados en una esquina nos hallábamos no sólo yo, sino mi amada más, los dos con asombro por lo que veíamos todo disímil.
Soy artista, y
como tal fui invitado a una ciudad distante para compartirles mis mensajes de
reflexión plasmados en libros, sin embargo, no podía ir solo esta vez, no podía
dejarla abandonada en vísperas de nuestro matrimonio. No faltaban más de dos
semanas para que nos casáramos. La llevé conmigo, porque quería que ella se
sintiera más importante que yo en dicho evento, quería que por ser parte de mi
vida, firmara libros por ejemplo, conversara con los lectores y más, hasta toma
de fotos con quienes la apreciaban; mi sueño fue incluso convertirla en reina
del evento artístico cultural, convertirla en centro de atención enternecedora
para todos quienes visitaban el lugar.
—¿Vamos? Será algo
especial —le dije entonces— fui invitado y no quiero ir solo, deseo que seas mi
Dama de Honor.
—¿En serio quieres
que te acompañe? —Me preguntó ella asombrada— te invitaron a ti, no a mí.
—Es verdad que me
invitaron a mí, amor mío, pero yo te estoy invitando a ti ahora, —le animé
agarrándole de la mano y de cuclillas— sin ti, las cosas de ahora en adelante
ya no serían los mismos.
—Entonces viajemos
—se convenció finalmente— vayamos, porque siento que será muy divertida la
situación, por vez primera conoceré a tus colegas artistas.
Claro que para mis
colegas escritores fue dichoso conocer a mi amada, muchos de ellos se quedaron
impresionados más por su belleza que por su presencia e incluso comentaban que
ella sería buscada más que el autor o el libro en cuyas páginas se reflejaba su
imagen y nuestra historia, claro que eso me dio gusto escuchar, me animó a
seguir en lo que me gustaba.
—Bonita
experiencia, mi amor. —Me dijo ella al final de todo— me dio gusto haberte
acompañado.
—Gracias, muchas
gracias por haberlo tomado de esa manera, mi chiquita hermosa —le abracé
agradeciéndole— esa es mi vida de artista, eso me gusta hacer y por eso vivo,
mi amor.
—Ahora que ya
estamos aquí, quiero proponerte algo —me dijo con la vista fija en mí.
—¡¿Algo?! —Me
sorprendí— ¡Adelante, te escucho mi amor!
—Me invitaste para
que te acompañara aquí, me pediste que fuera tu Dama de Honor; ahora te pido
que tú me acompañes a un lugar diferente, un lugar muy especial. ¿Me harías ese
honor?
—¡Claro que sí!
—Le contesté emocionado— ¿Dónde quieres llevarme? ¡Voy contigo!
El evento
artístico duró dos días. Al final, decidimos continuar con la travesía hacia
allá de donde el sol salía cada mañana, donde ella me dijo que fuéramos; quizás
en nuestro subconsciente queríamos llegar a su cuna, mas nunca alcanzábamos y, es cuando después
de largas horas de viaje, pasando algunas ciudades de por medio incluso la
frontera, llegamos a la ciudad que jamás pensamos conocer, porque ni su nombre
sabíamos aún, solo pensamos que era la ciudad donde la cuna del sol se
encontraba, y daba con su salida aquel amanecer, quedamos maravillados, aunque
un poco cansados por el viaje extenuante, para empezar, como al inicio dije, el
idioma se nos hizo diferente, no entendíamos lo que decían los habitantes,
incluso el nombre mismo de la ciudad al inicio se nos hacía un poco difícil
pronunciar, pero luego nos acostumbramos.
Comenzamos a
recorrer por sus calles como peregrinos en medio de lo desconocido, a punto de
perdernos más en medio de la muchedumbre, quizás nos convertimos en centro de
atracción para los del lugar que nos veían como extranjeros, de inmediato se
dieron cuenta que éramos foráneos y en su idioma nos sugerían que fuéramos a
uno u otro lugar, aunque no los entendíamos. El día se hacía largo, el sol no
podía llegar a lo más alto en su recorrido, claro que me sentía tan asombrado,
en algún momento con los ojos abiertos como tal si fueran platos, jamás en mi
vida había pensado llegar a una ciudad tan diferente en todo sentido; todo fue
idea de mi pareja, recuerdo que me dijo:
—¡Vamos!, vayamos
a conocer ciudades nuevas, será divertido —y como una ovejita obediente solo le
seguí. Sentí tanto asombro que no encontraba palabras para decir dónde me
encontraba, mientras que mi amada me veía como si estuviese asustado y trataba
de tranquilizarme con palabras suaves y dulces como siempre fue su modo de
hablarme cuando me encontraba en perplejas situaciones.
—Tranquilo —me
decía— todo va a estar bien, no te asustes, estás conmigo y, si estás conmigo,
no te pasará nada.
—No estoy
asustado, —le respondía— ¡estoy asombrado! Todo esto parece un sueño para mí.
—¿De verdad? —Me
preguntaba entonces— ¿Crees que estas soñando?
—Sí —contestaba—
es un sueño y quisiera despertar, ¿me puedes hacer despertar por favor mi amor?
—¿Cómo? —Se
sorprendía ella a tal petición.
—Dame un pellizco
y, despertaré. —Le pedía entonces.
—Bueno, si eso
quieres…
Y al ser
pellizcado sentía el dolor, hasta se hizo moretón en mi brazo. Eso me daba a
entender que no estuve soñando, que todo era existente, que de verdad me
encontraba en aquella ciudad desconocida, de la mano de quien en cuerpo y alma
me amaba y yo a ella. Recorrimos extravagantes en algunas de sus calles,
mientras las horas pasaban y nada entendíamos de aquellos que en nuestro
izquierdo y derecho, en nuestro delante y atrás hablaban. Me puse sensible, es
algo que no podía evitar a la hora del almuerzo, me puse así porque quizás me
sentía impotente por algo que no estuve haciendo bien y, ella otra vez tratando
de tranquilizarme.
—¡Cálmate! No te
pongas así —me animaba— hemos venido a disfrutar, no a ponernos tristes.
—¡No sé qué me
pasa! No me siento bien. Siento que no estoy ayudando en nada, ¡me siento
inútil en tu delante! —y un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas— yo
quería que tú te sintieras bien, te sintieras especial en el evento, te
sintieras importante más que yo, pero parece que no resultó ser así y te siento
enojada conmigo, ¡eso me pone mal!
—No digas eso mi
amor —me decía ella— no te preocupes, todo está bien, ¿sí? no estoy enojada, no
contigo, y claro que me sentí importante en dicho evento, conocí a tus colegas
escritores, pude conversar con los lectores y más, ¡todo fue maravilloso!
¿entiendes? ¡todo!; pero ahora solo tratemos de disfrutar, de alegrarnos un
poco más ¿O quieres que me vaya y te deje solo aquí?
—¡No por favor!
¡No me dejes! —le pedía como si un niño se lo pidiera a su madre.
—Entonces
tranquilízate, la gente nos mira, tratemos de estar bien, ¿sí?
—Si mi amor.
—respiré hondo y sequé mis lágrimas con un paño que mi amada sacando de su
cartera me alcanzó.
La tarde era
calurosa y extenuante, la travesía continuaba en sus calles que para nosotros
se hacía desconocida, hicimos el esfuerzo de aguantar hasta la caída de la
noche; cuando el manto de la oscuridad nos cubría con su aire templado. El
cambio de la situación fue un vuelco total para mí, no podía creer todo lo que
ella había planeado sin que yo me enterara, ¡y entendí que por eso ansiaba
tanto con ese viaje ella más que yo!
Claro que al caer
la noche, momentáneamente ella se ausentó de mi lado.
—Espérame aquí —me
dijo— enseguida regreso.
—Claro —le
respondí— no te preocupes.
Es algo que por un
momento me tuvo intrigado, porque sentía que la espera se hacía interminable,
pero cuando reapareció, me dejó pasmado hasta los tuétanos, palabras no
encontraba para expresar lo hermosa que se veía, había ido a transformarse como
si un ángel fuera para mí.
—¡No sé qué decir!
¡Cómo describir la belleza que irradias mi amor!
—No tienes que
decir nada, amado mío, mi chiquito hermoso —me respondió— simplemente soy yo.
Esta noche quise lucir especial para ti, y eso es lo que estoy tratando de
hacer; esperanzada de que te dé gusto verme así.
—¡Me encantas! —le
contesté entonces— por eso te digo que no hay palabras en mis labios para
describir tu belleza.
—¡Te amo! —Me
susurró al oído— ¡Te amo tanto y quiero que esta noche sea especial! Aquí
mismo, en esta ciudad que es desconocida para los dos, quiero que esta noche
sea nuestra noche, así que, sígueme, que un lugar maravilloso nos espera.
—¡Un lugar! —me
asombré— ¿Qué lugar será?
—Tú sigue mis
pasos y te sorprenderás más.
Y tomamos un taxi,
éste que nos llevaría a dicho sitio señalado por mi amada. Tenía los labios
color carmesí, con brillo en los ojos, rayos de amor en su mirada y el cabello
suelto a la espalda que revoloteaba al compás de la suave brisa; además de un
vestido y una chaqueta, que hacía juego con su vestido, como para encandilarse.
Si durante el día me sentí un pigmeo en medio de extraños gigantes en aquella urbe
desconocida, en aquel momento delante de ella me sentí la décima parte del
pigmeo, a la par de la noche y la ciudad entera que parecían estar extraviadas
en tanta belleza para entonces de mi prometida.
Al paso de cuarta
hora, llegamos donde tenía que ser, sitio espectacular, de cuya galantería no
pasó por mi mente ser expectante, todo ya estaba preparado, un sitio novelesco
que hacía juego con la noche y música en vivo también del género romántico solo
para los dos, los chefs nos habían esperado pacientemente y cuando llegamos,
nos hicieron sentar en las mejores sillas y mesa que tenían reservados para
nosotros, expresándonos bienvenida en su idioma que yo no entendía nada, pero
mi amada parece que sí y entablaba conversación explicando lo que se debía hacer.
Nos sirvieron la mejor cena que nos podían ofrecer, característico de la
ciudad, novedoso para nosotros,
acompañado de su delicioso refresco de fruta también propio del lugar. Las
luces tenues del ambiente hacían que la noche sea especial, sensiblera.
—¿Qué tienes? —Me
preguntó.
—Sigo soñando —le
contesté entonces.
—No es un sueño,
amor lindo. —Me dijo—. Todo esto hice preparar en honor a nuestra boda que será
la siguiente semana, y quise que fuera una sorpresa, porque te amo, así que, no
es un sueño, vivimos algo real juntos, de la mano. ¡Y eso no es todo!
—¿Qué? ¡¿Hay más?!
—Me sorprendí.
—Sí, un detalle
más que veremos más adelante, solo espera; esta cena solo es un adelanto. Soy
yo quien quiere que tú te sientas importante, especial, no solo por mí ni para
mí, sino para todos los seres humanos de este tiempo, porque naciste para eso,
con tu talento para ayudar a quienes de verdad lo necesitan; tú exististe para
ayudar a los demás con tu arte, y yo estoy para apoyarte en todo, mi amor —me
miraba fijo a los ojos mientras me decía todo eso— ahora siéntate tranquilo,
que yo me encargo de todo lo demás.
Me quedé mudo al
oír todo eso, mientras que uno de los chefs servía la cena en los platos
correspondientes, a la par del refresco en copas de cristal. Jamás antes en mi
vida había recibido tanta atención, digno de un rey y mi amada la reina.
—¿Qué te parece
todo esto? —Me preguntó en algún momento mi amada mientras disfrutábamos de la
exquisita cena.
—No puedo ordenar
palabras para describir todo lo que hiciste, amor mío. —Le contesté— es como si
no tuviera suficiente aliento para expresar lo que siento.
—Come —me sugirió—
cena despacio que tenemos toda la noche, ella es nuestra esta vez.
Y la música sonaba
con sus más suaves melodías, cuando muchas otras personas llegaban al lugar,
también para acomodarse en distintas sillas alrededor de mesas adornadas con
manteles blancos, como si ya fuere un ambiente de ceremonia matrimonial y nos
saludaban.
—Son nuestros
invitados —me dijo entonces el amor de mi vida— no tengas pena ni te asustes.
Cuando terminé de
cenar el primer plato, ella misma levantándose me sirvió otro.
—Tienes que comer,
—me sugirió con dulces palabras— tienes que terminar todo, ya que fue preparada
en nuestro honor.
—¡No podré! ¡Sabes
que como poco! —Le respondí.
—Haz el esfuerzo,
quizás sea la única vez en nuestras vidas.
Y cenamos hasta
donde pudimos, al final, la cena nos ganó; mientras que los chefs atentos nos
vigilaban para recibir cualquier orden que pudiéramos precisar. Al paso de
cuarta hora más tras haber degustado del más exquisito plato, un hombre entró
para saludarnos, personalmente no lo conocía, pero parecía que mi amada sí.
Entonces él inició una ceremonia dirigiéndose a nosotros, aunque yo no lo
entendía, sin embargo, deducía que nos felicitaba por haber visitado dicha
ciudad y, nos recomendaba para que nos vaya bien en nuestra vida matrimonial,
mientras que los invitados aplaudían dirigiendo sus miradas hacia nosotros. Fue
una ceremonia alucinante en la que el hombre nos llamó al palco de donde
dirigía dicho acto. Fuimos y nos bendijo, luego nos hizo desfilar para que
todos los invitados nos pudieran estrechar la mano y felicitarnos.
Todos sabían que
nos íbamos a casar en una semana más, y nos auguraban bienaventuranza con la
bendición de Dios. Al final del acto, todos se regocijaban con nosotros y, el
hombre que dirigió la ceremonia, nos entregó un enorme corazón de algodón de
color rojo puro, explicándonos que simbolizaba al amor que debíamos conservar
en toda situación y lugar, además de un manto de lino fino, esto para
protegernos en tiempos de tempestad. Sin embargo, por encima de todo eso me
dejó atónito algo más, y es que el hombre le entregó a mi amada un corazón de bóvido
en una bandeja de cristal bien protegida, y le recomendó:
—Lleva este
corazón a tu país, tan pronto lleguen, cocínalo y coman, tu amado debe comer
más que tú, al comer, se estarán cubriendo de todo peligro que les pueda
asechar en todos los ámbitos. Coman y, estarán libres de toda situación
perturbadora.
—Así lo haré.
—Respondió mi amada después de todo— te doy las gracias por este maravilloso
obsequio, te agradezco mucho por la recomendación.
Tras haber
culminado el acto ceremonial, fuimos llevados a caminar en medio de los
invitados que seguían alegrando nuestra noche con cantos siempre en su idioma,
además de aplausos que no dejaban de sacarnos sonrisas. Todo el acto ceremonial
culminó faltando tres horas para que amaneciera. Y esas pocas horas que quedaban,
procuramos descansar, para que al amanecer pudiéramos iniciar con el viaje de
retorno. Seguro surge una pregunta en quienes me siguen. «¿Pasó algo más que
solo el descanso?» Y probablemente van especulando que la respuesta es, «SI»;
lamento defraudarlos, porque la respuesta correcta más bien es, «NO». Fuimos
muy cautos en ese sentido. Esa fue nuestra determinación mutua la tarde que nos
comprometimos, ésta que mantendríamos hasta el día o después de la celebración
de muestro matrimonio.
Cinco de la mañana
fue la partida de aquella ciudad llamada Cuiabá, allá en la República Federal
de Brasil cuyo nombre por fin pude memorizarme a la perfección, con escala al
mediodía en otra ciudad llamada Cáceres.
En dicha ciudad
por ser escala, nos dimos la oportunidad de ir a dar un paseíto esporádico por
algo más de una hora, conociendo la Plaza de los Olvidados, lo bauticé con ese
nombre porque tenía un aspecto de abandono, descuidado, con habitantes hallados
en las mismas condiciones, a punto de ser fulminados en la historia de su país.
La bauticé así porque hasta sus bancas donde sentarse mostraban una total
pobreza y olvido. Un poco de vida le daban solo aquellos famosos mochileros
exponiendo su artesanía en alguna y otra esquina. No nos lamentaríamos por ver eso,
más bien capturar imágenes para llevarnos de recuerdo de entre medio posando
nosotros. También fue la oportunidad para visitar otro sitio por los minutos
que nos restaban de explorar. No sería el mar, pero se veían barcos orillados
en los caudales de un gigantesco torrente.
Tras aquella
escala el viaje continuó para llegar a las dos de la tarde con treinta minutos
ya cruzando la frontera, a la población de San Matías, para una escala más, de
ahí partir en un nuevo bus y estar a las nueve de la noche en San Ignacio de
Velasco, donde se llevó el evento artístico literario en días anteriores, ahí
hubo un poco de receso, luego el viaje continuó hacia la ciudad de Santa Cruz,
llegando a las cinco de la mañana con treinta minutos del día que seguía. Hasta
ahí, las horas de viaje fueron veinticuatro con treinta. En dicha ciudad se
haría otra escala, para finalmente continuar el viaje hacia la ciudad de
Cochabamba, se estimaba otras doce horas. El cansancio fue fatal para mí en lo
particular, durante el viaje de Santa Cruz a Cochabamba, sentía desfallecer, a
tal punto de quedarme dormido como para que nadie me pudiera hacer despertar,
ni mi amada que iba en mi lado, a tal punto que ella en pos de juego mientras
yo dormía, sin que me diera cuenda me había amarrado las manos con cables como
si un preso estuviese esposado y llevado a donde correspondía. Ella misma me
hizo despertar a duras penas de mi más profundo sueño para hacerme notar que
estuve amarrado, claro que al encontrarme en esa situación, nos echamos a reír.
—¿Tan profundo te has dormido que no te has
dado cuenta ni de lo que te he amarrado? —Me preguntó ella con una sonrisa
socarrona socarrona en sus labios.
—Creo que sí, mi
amor, estoy agotado, siento como que si me hubiese transformado en una alma en pena;
—le contesté como en sueños— debe ser por el largo viaje.
—Entonces sigue
durmiendo, —me sugirió— descansa, que el viaje aún es largo.
Y me volví a
dormir. Sin embargo, el viaje se prolongó por algunos contratiempos suscitados
en la carretera, de tal forma que llegamos a las diez de la noche a nuestro
destino final. En total las horas de viaje desde Cuiabá hasta Cochabamba fueron
cuarenta y uno. Quizás el viaje más largo en toda mi vida incluso como artista,
un recorrido de más de mil quinientos kilómetros solo de regreso.
A la velocidad del
sol fue la intención llegar después de dicha extenuante travesía en aquella
ciudad desconocida por nosotros, pero no fue posible, porque el sol avanzó más
rápido que el bus que nos transportaba, este que iba en la misma dirección que
el sol, aunque hayamos partido antes que dicho astro saliera de su escondite.
Fue maravilloso conocer aquel país llamado Brasil, maravillosa su gente, su
idioma, aunque no entendíamos el portugués, será inolvidable haber recorrido por
aquella calurosa ciudad llamada Cuiabá, aunque al final nos sentimos
extraviados y pigmeos en medio de gigantes. Es una ciudad no como nos lo
pintaron antes que fuéramos, es todo lo contrario y mucho mejor de lo que
imaginábamos, su sistema de transporte por ejemplo, fue algo que me llamó la
atención y me dejó impresionado, el cuidado de sus calles, la delicadeza en la
limpieza, el orden y respeto en sus habitantes.
No sé si he
logrado mi objetivo, no sé si ella se sintió como quise que se sintiera, dichosa,
alegre, parte de la actividad artística allá en la ciudad de San Ignacio de
Velasco donde fui invitado. Pero yo me sentí muy especial, alagado en aquella
cena sorpresa organizada por mi amada. Fue el regalo más grande en toda mi vida
antes que nos casáramos.
Al
retornar a Cochabamba, ella cocinó el corazón de bóvido, tal como se le había
sido recomendado, y comimos, sería como una especie de ritual para nuestro
porvenir fructífero dentro del matrimonio. Así lo vi después de todo.
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