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lunes, 10 de septiembre de 2018

Como pigmeos en lo desconocido

Como pigmeos en lo desconocido



 Sin embargo, todavía recuerdo a detalle las dos semanas antes que fuera nuestra boda, cada paso, cada escala, cada ciudad por la cual pasamos que para ella y para mí se convertía en desconocida, fueron más de cuarenta horas de viaje solo de ida; en algunas de ellas nos sentimos como un pigmeo en medio de gigantes;
para ella y para mí se transformaba como si nos halláramos en un mundo muy distinto al nuestro, un universo aparte, donde todo era diferente, su gente, su estructura, su clima; por encima de todo, su idioma, y ésta fue la causa principal por la cual personalmente me sentí pequeño; nos encontrábamos sin horizonte, sin saber a dónde ni cómo llegar; atrapados en una esquina nos hallábamos no sólo yo, sino mi amada más, los dos con asombro por lo que veíamos todo disímil.

Soy artista, y como tal fui invitado a una ciudad distante para compartirles mis mensajes de reflexión plasmados en libros, sin embargo, no podía ir solo esta vez, no podía dejarla abandonada en vísperas de nuestro matrimonio. No faltaban más de dos semanas para que nos casáramos. La llevé conmigo, porque quería que ella se sintiera más importante que yo en dicho evento, quería que por ser parte de mi vida, firmara libros por ejemplo, conversara con los lectores y más, hasta toma de fotos con quienes la apreciaban; mi sueño fue incluso convertirla en reina del evento artístico cultural, convertirla en centro de atención enternecedora para todos quienes visitaban el lugar.
—¿Vamos? Será algo especial —le dije entonces— fui invitado y no quiero ir solo, deseo que seas mi Dama de Honor.
—¿En serio quieres que te acompañe? —Me preguntó ella asombrada— te invitaron a ti, no a mí.
—Es verdad que me invitaron a mí, amor mío, pero yo te estoy invitando a ti ahora, —le animé agarrándole de la mano y de cuclillas— sin ti, las cosas de ahora en adelante ya no serían los mismos.
—Entonces viajemos —se convenció finalmente— vayamos, porque siento que será muy divertida la situación, por vez primera conoceré a tus colegas artistas.
Claro que para mis colegas escritores fue dichoso conocer a mi amada, muchos de ellos se quedaron impresionados más por su belleza que por su presencia e incluso comentaban que ella sería buscada más que el autor o el libro en cuyas páginas se reflejaba su imagen y nuestra historia, claro que eso me dio gusto escuchar, me animó a seguir en lo que me gustaba.
—Bonita experiencia, mi amor. —Me dijo ella al final de todo— me dio gusto haberte acompañado.
—Gracias, muchas gracias por haberlo tomado de esa manera, mi chiquita hermosa —le abracé agradeciéndole— esa es mi vida de artista, eso me gusta hacer y por eso vivo, mi amor.
—Ahora que ya estamos aquí, quiero proponerte algo —me dijo con la vista fija en mí.
—¡¿Algo?! —Me sorprendí— ¡Adelante, te escucho mi amor!
—Me invitaste para que te acompañara aquí, me pediste que fuera tu Dama de Honor; ahora te pido que tú me acompañes a un lugar diferente, un lugar muy especial. ¿Me harías ese honor?
—¡Claro que sí! —Le contesté emocionado— ¿Dónde quieres llevarme? ¡Voy contigo!
El evento artístico duró dos días. Al final, decidimos continuar con la travesía hacia allá de donde el sol salía cada mañana, donde ella me dijo que fuéramos; quizás en nuestro subconsciente queríamos llegar a su cuna,  mas nunca alcanzábamos y, es cuando después de largas horas de viaje, pasando algunas ciudades de por medio incluso la frontera, llegamos a la ciudad que jamás pensamos conocer, porque ni su nombre sabíamos aún, solo pensamos que era la ciudad donde la cuna del sol se encontraba, y daba con su salida aquel amanecer, quedamos maravillados, aunque un poco cansados por el viaje extenuante, para empezar, como al inicio dije, el idioma se nos hizo diferente, no entendíamos lo que decían los habitantes, incluso el nombre mismo de la ciudad al inicio se nos hacía un poco difícil pronunciar, pero luego nos acostumbramos.
Comenzamos a recorrer por sus calles como peregrinos en medio de lo desconocido, a punto de perdernos más en medio de la muchedumbre, quizás nos convertimos en centro de atracción para los del lugar que nos veían como extranjeros, de inmediato se dieron cuenta que éramos foráneos y en su idioma nos sugerían que fuéramos a uno u otro lugar, aunque no los entendíamos. El día se hacía largo, el sol no podía llegar a lo más alto en su recorrido, claro que me sentía tan asombrado, en algún momento con los ojos abiertos como tal si fueran platos, jamás en mi vida había pensado llegar a una ciudad tan diferente en todo sentido; todo fue idea de mi pareja, recuerdo que me dijo:
—¡Vamos!, vayamos a conocer ciudades nuevas, será divertido —y como una ovejita obediente solo le seguí. Sentí tanto asombro que no encontraba palabras para decir dónde me encontraba, mientras que mi amada me veía como si estuviese asustado y trataba de tranquilizarme con palabras suaves y dulces como siempre fue su modo de hablarme cuando me encontraba en perplejas situaciones.
—Tranquilo —me decía— todo va a estar bien, no te asustes, estás conmigo y, si estás conmigo, no te pasará nada.
—No estoy asustado, —le respondía— ¡estoy asombrado! Todo esto parece un sueño para mí.
—¿De verdad? —Me preguntaba entonces— ¿Crees que estas soñando?
—Sí —contestaba— es un sueño y quisiera despertar, ¿me puedes hacer despertar por favor mi amor?
—¿Cómo? —Se sorprendía ella a tal petición.
—Dame un pellizco y, despertaré. —Le pedía entonces.
—Bueno, si eso quieres…
Y al ser pellizcado sentía el dolor, hasta se hizo moretón en mi brazo. Eso me daba a entender que no estuve soñando, que todo era existente, que de verdad me encontraba en aquella ciudad desconocida, de la mano de quien en cuerpo y alma me amaba y yo a ella. Recorrimos extravagantes en algunas de sus calles, mientras las horas pasaban y nada entendíamos de aquellos que en nuestro izquierdo y derecho, en nuestro delante y atrás hablaban. Me puse sensible, es algo que no podía evitar a la hora del almuerzo, me puse así porque quizás me sentía impotente por algo que no estuve haciendo bien y, ella otra vez tratando de tranquilizarme.
—¡Cálmate! No te pongas así —me animaba— hemos venido a disfrutar, no a ponernos tristes.
—¡No sé qué me pasa! No me siento bien. Siento que no estoy ayudando en nada, ¡me siento inútil en tu delante! —y un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas— yo quería que tú te sintieras bien, te sintieras especial en el evento, te sintieras importante más que yo, pero parece que no resultó ser así y te siento enojada conmigo, ¡eso me pone mal!
—No digas eso mi amor —me decía ella— no te preocupes, todo está bien, ¿sí? no estoy enojada, no contigo, y claro que me sentí importante en dicho evento, conocí a tus colegas escritores, pude conversar con los lectores y más, ¡todo fue maravilloso! ¿entiendes? ¡todo!; pero ahora solo tratemos de disfrutar, de alegrarnos un poco más ¿O quieres que me vaya y te deje solo aquí?
—¡No por favor! ¡No me dejes! —le pedía como si un niño se lo pidiera a su madre.
—Entonces tranquilízate, la gente nos mira, tratemos de estar bien, ¿sí?
—Si mi amor. —respiré hondo y sequé mis lágrimas con un paño que mi amada sacando de su cartera me alcanzó.
La tarde era calurosa y extenuante, la travesía continuaba en sus calles que para nosotros se hacía desconocida, hicimos el esfuerzo de aguantar hasta la caída de la noche; cuando el manto de la oscuridad nos cubría con su aire templado. El cambio de la situación fue un vuelco total para mí, no podía creer todo lo que ella había planeado sin que yo me enterara, ¡y entendí que por eso ansiaba tanto con ese viaje ella más que yo!
Claro que al caer la noche, momentáneamente ella se ausentó de mi lado.
—Espérame aquí —me dijo— enseguida regreso.
—Claro —le respondí— no te preocupes.
Es algo que por un momento me tuvo intrigado, porque sentía que la espera se hacía interminable, pero cuando reapareció, me dejó pasmado hasta los tuétanos, palabras no encontraba para expresar lo hermosa que se veía, había ido a transformarse como si un ángel fuera para mí.
—¡No sé qué decir! ¡Cómo describir la belleza que irradias mi amor!
—No tienes que decir nada, amado mío, mi chiquito hermoso —me respondió— simplemente soy yo. Esta noche quise lucir especial para ti, y eso es lo que estoy tratando de hacer; esperanzada de que te dé gusto verme así.
—¡Me encantas! —le contesté entonces— por eso te digo que no hay palabras en mis labios para describir tu belleza.
—¡Te amo! —Me susurró al oído— ¡Te amo tanto y quiero que esta noche sea especial! Aquí mismo, en esta ciudad que es desconocida para los dos, quiero que esta noche sea nuestra noche, así que, sígueme, que un lugar maravilloso nos espera.
—¡Un lugar! —me asombré— ¿Qué lugar será?
—Tú sigue mis pasos y te sorprenderás más.
Y tomamos un taxi, éste que nos llevaría a dicho sitio señalado por mi amada. Tenía los labios color carmesí, con brillo en los ojos, rayos de amor en su mirada y el cabello suelto a la espalda que revoloteaba al compás de la suave brisa; además de un vestido y una chaqueta, que hacía juego con su vestido, como para encandilarse. Si durante el día me sentí un pigmeo en medio de extraños gigantes en aquella urbe desconocida, en aquel momento delante de ella me sentí la décima parte del pigmeo, a la par de la noche y la ciudad entera que parecían estar extraviadas en tanta belleza para entonces de mi prometida.
Al paso de cuarta hora, llegamos donde tenía que ser, sitio espectacular, de cuya galantería no pasó por mi mente ser expectante, todo ya estaba preparado, un sitio novelesco que hacía juego con la noche y música en vivo también del género romántico solo para los dos, los chefs nos habían esperado pacientemente y cuando llegamos, nos hicieron sentar en las mejores sillas y mesa que tenían reservados para nosotros, expresándonos bienvenida en su idioma que yo no entendía nada, pero mi amada parece que sí y entablaba conversación explicando lo que se debía hacer. Nos sirvieron la mejor cena que nos podían ofrecer, característico de la ciudad,  novedoso para nosotros, acompañado de su delicioso refresco de fruta también propio del lugar. Las luces tenues del ambiente hacían que la noche sea especial, sensiblera.
—¿Qué tienes? —Me preguntó.
—Sigo soñando —le contesté entonces.
—No es un sueño, amor lindo. —Me dijo—. Todo esto hice preparar en honor a nuestra boda que será la siguiente semana, y quise que fuera una sorpresa, porque te amo, así que, no es un sueño, vivimos algo real juntos, de la mano. ¡Y eso no es todo!
—¿Qué? ¡¿Hay más?! —Me sorprendí.
—Sí, un detalle más que veremos más adelante, solo espera; esta cena solo es un adelanto. Soy yo quien quiere que tú te sientas importante, especial, no solo por mí ni para mí, sino para todos los seres humanos de este tiempo, porque naciste para eso, con tu talento para ayudar a quienes de verdad lo necesitan; tú exististe para ayudar a los demás con tu arte, y yo estoy para apoyarte en todo, mi amor —me miraba fijo a los ojos mientras me decía todo eso— ahora siéntate tranquilo, que yo me encargo de todo lo demás.
Me quedé mudo al oír todo eso, mientras que uno de los chefs servía la cena en los platos correspondientes, a la par del refresco en copas de cristal. Jamás antes en mi vida había recibido tanta atención, digno de un rey y mi amada la reina.
—¿Qué te parece todo esto? —Me preguntó en algún momento mi amada mientras disfrutábamos de la exquisita cena.
—No puedo ordenar palabras para describir todo lo que hiciste, amor mío. —Le contesté— es como si no tuviera suficiente aliento para expresar lo que siento.
—Come —me sugirió— cena despacio que tenemos toda la noche, ella es nuestra esta vez.
Y la música sonaba con sus más suaves melodías, cuando muchas otras personas llegaban al lugar, también para acomodarse en distintas sillas alrededor de mesas adornadas con manteles blancos, como si ya fuere un ambiente de ceremonia matrimonial y nos saludaban.
—Son nuestros invitados —me dijo entonces el amor de mi vida— no tengas pena ni te asustes.
Cuando terminé de cenar el primer plato, ella misma levantándose me sirvió otro.
—Tienes que comer, —me sugirió con dulces palabras— tienes que terminar todo, ya que fue preparada en nuestro honor.
—¡No podré! ¡Sabes que como poco! —Le respondí.
—Haz el esfuerzo, quizás sea la única vez en nuestras vidas.
Y cenamos hasta donde pudimos, al final, la cena nos ganó; mientras que los chefs atentos nos vigilaban para recibir cualquier orden que pudiéramos precisar. Al paso de cuarta hora más tras haber degustado del más exquisito plato, un hombre entró para saludarnos, personalmente no lo conocía, pero parecía que mi amada sí. Entonces él inició una ceremonia dirigiéndose a nosotros, aunque yo no lo entendía, sin embargo, deducía que nos felicitaba por haber visitado dicha ciudad y, nos recomendaba para que nos vaya bien en nuestra vida matrimonial, mientras que los invitados aplaudían dirigiendo sus miradas hacia nosotros. Fue una ceremonia alucinante en la que el hombre nos llamó al palco de donde dirigía dicho acto. Fuimos y nos bendijo, luego nos hizo desfilar para que todos los invitados nos pudieran estrechar la mano y felicitarnos.
Todos sabían que nos íbamos a casar en una semana más, y nos auguraban bienaventuranza con la bendición de Dios. Al final del acto, todos se regocijaban con nosotros y, el hombre que dirigió la ceremonia, nos entregó un enorme corazón de algodón de color rojo puro, explicándonos que simbolizaba al amor que debíamos conservar en toda situación y lugar, además de un manto de lino fino, esto para protegernos en tiempos de tempestad. Sin embargo, por encima de todo eso me dejó atónito algo más, y es que el hombre le entregó a mi amada un corazón de bóvido en una bandeja de cristal bien protegida, y le recomendó:
—Lleva este corazón a tu país, tan pronto lleguen, cocínalo y coman, tu amado debe comer más que tú, al comer, se estarán cubriendo de todo peligro que les pueda asechar en todos los ámbitos. Coman y, estarán libres de toda situación perturbadora.
—Así lo haré. —Respondió mi amada después de todo— te doy las gracias por este maravilloso obsequio, te agradezco mucho por la recomendación.
Tras haber culminado el acto ceremonial, fuimos llevados a caminar en medio de los invitados que seguían alegrando nuestra noche con cantos siempre en su idioma, además de aplausos que no dejaban de sacarnos sonrisas. Todo el acto ceremonial culminó faltando tres horas para que amaneciera. Y esas pocas horas que quedaban, procuramos descansar, para que al amanecer pudiéramos iniciar con el viaje de retorno. Seguro surge una pregunta en quienes me siguen. «¿Pasó algo más que solo el descanso?» Y probablemente van especulando que la respuesta es, «SI»; lamento defraudarlos, porque la respuesta correcta más bien es, «NO». Fuimos muy cautos en ese sentido. Esa fue nuestra determinación mutua la tarde que nos comprometimos, ésta que mantendríamos hasta el día o después de la celebración de muestro matrimonio.
Cinco de la mañana fue la partida de aquella ciudad llamada Cuiabá, allá en la República Federal de Brasil cuyo nombre por fin pude memorizarme a la perfección, con escala al mediodía en otra ciudad llamada Cáceres.
En dicha ciudad por ser escala, nos dimos la oportunidad de ir a dar un paseíto esporádico por algo más de una hora, conociendo la Plaza de los Olvidados, lo bauticé con ese nombre porque tenía un aspecto de abandono, descuidado, con habitantes hallados en las mismas condiciones, a punto de ser fulminados en la historia de su país. La bauticé así porque hasta sus bancas donde sentarse mostraban una total pobreza y olvido. Un poco de vida le daban solo aquellos famosos mochileros exponiendo su artesanía en alguna y otra esquina. No nos lamentaríamos por ver eso, más bien capturar imágenes para llevarnos de recuerdo de entre medio posando nosotros. También fue la oportunidad para visitar otro sitio por los minutos que nos restaban de explorar. No sería el mar, pero se veían barcos orillados en los caudales de un gigantesco torrente.
Tras aquella escala el viaje continuó para llegar a las dos de la tarde con treinta minutos ya cruzando la frontera, a la población de San Matías, para una escala más, de ahí partir en un nuevo bus y estar a las nueve de la noche en San Ignacio de Velasco, donde se llevó el evento artístico literario en días anteriores, ahí hubo un poco de receso, luego el viaje continuó hacia la ciudad de Santa Cruz, llegando a las cinco de la mañana con treinta minutos del día que seguía. Hasta ahí, las horas de viaje fueron veinticuatro con treinta. En dicha ciudad se haría otra escala, para finalmente continuar el viaje hacia la ciudad de Cochabamba, se estimaba otras doce horas. El cansancio fue fatal para mí en lo particular, durante el viaje de Santa Cruz a Cochabamba, sentía desfallecer, a tal punto de quedarme dormido como para que nadie me pudiera hacer despertar, ni mi amada que iba en mi lado, a tal punto que ella en pos de juego mientras yo dormía, sin que me diera cuenda me había amarrado las manos con cables como si un preso estuviese esposado y llevado a donde correspondía. Ella misma me hizo despertar a duras penas de mi más profundo sueño para hacerme notar que estuve amarrado, claro que al encontrarme en esa situación, nos echamos a reír.
 —¿Tan profundo te has dormido que no te has dado cuenta ni de lo que te he amarrado? —Me preguntó ella con una sonrisa socarrona socarrona en sus labios.
—Creo que sí, mi amor, estoy agotado, siento como que si me hubiese transformado en una alma en pena; —le contesté como en sueños— debe ser por el largo viaje.
—Entonces sigue durmiendo, —me sugirió— descansa, que el viaje aún es largo.
Y me volví a dormir. Sin embargo, el viaje se prolongó por algunos contratiempos suscitados en la carretera, de tal forma que llegamos a las diez de la noche a nuestro destino final. En total las horas de viaje desde Cuiabá hasta Cochabamba fueron cuarenta y uno. Quizás el viaje más largo en toda mi vida incluso como artista, un recorrido de más de mil quinientos kilómetros solo de regreso.
A la velocidad del sol fue la intención llegar después de dicha extenuante travesía en aquella ciudad desconocida por nosotros, pero no fue posible, porque el sol avanzó más rápido que el bus que nos transportaba, este que iba en la misma dirección que el sol, aunque hayamos partido antes que dicho astro saliera de su escondite. Fue maravilloso conocer aquel país llamado Brasil, maravillosa su gente, su idioma, aunque no entendíamos el portugués, será inolvidable haber recorrido por aquella calurosa ciudad llamada Cuiabá, aunque al final nos sentimos extraviados y pigmeos en medio de gigantes. Es una ciudad no como nos lo pintaron antes que fuéramos, es todo lo contrario y mucho mejor de lo que imaginábamos, su sistema de transporte por ejemplo, fue algo que me llamó la atención y me dejó impresionado, el cuidado de sus calles, la delicadeza en la limpieza, el orden y respeto en sus habitantes.
No sé si he logrado mi objetivo, no sé si ella se sintió como quise que se sintiera, dichosa, alegre, parte de la actividad artística allá en la ciudad de San Ignacio de Velasco donde fui invitado. Pero yo me sentí muy especial, alagado en aquella cena sorpresa organizada por mi amada. Fue el regalo más grande en toda mi vida antes que nos casáramos.
Al retornar a Cochabamba, ella cocinó el corazón de bóvido, tal como se le había sido recomendado, y comimos, sería como una especie de ritual para nuestro porvenir fructífero dentro del matrimonio. Así lo vi después de todo.

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