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miércoles, 26 de septiembre de 2018

El beso del adiós


El beso del adiós




Me encuentro en el mismo lugar
donde la última vez nos vimos,
la misma mesa, las mismas sillas,
la misma esquina del portón cafecino.
Tengo el corazón que quiere cantar,
por las alegrías que juntos vivimos,
o los momentos cuando reímos;
cuán hermoso cuando aquella flor juntos vimos.
Mas la silla donde ella se sentó aquel día
ahora tristemente está vacía,
quizás extrañando su postura, sonrisa o mirada;
dejé de ser yo por verla y ella más no apareció.
Trato de buscarla, entre veredas encontrarla,
en alguna esquina por donde cruzamos hallarla,
alguna huella de sus pasos divisar,
y no hay rastro alguno de quien aquella vez amé.
Camino despacio por aquella misma calle,
recuerdo que fue la misma fecha y hora,
hace un año exactamente, 21 de septiembre,
también el cielo encapotado con algunas gotas
de lluvia que cada vez se hace más fuerte,
como cuando fue aquella tarde,
que nos empapó mientras abrazados estábamos,
solo los besos cubrían nuestros labios
de ser mojados también por aquel rocío,
nuestras miradas se transformaban
en calor para nuestros cuerpos;
es todo lo que viene en remembranza,
sus pasos para mí fue como una danza,
y su voz digno de ángeles que oyen alabanza.
Esta vez el cielo se cae a pedazos, de gota en gota,
como si fueran lágrimas
de mi alma que se desmenuza,
siento el frío que me hace tiritar,
y de dolor al no verla gritar,
pero por fin llego a la esquina
donde fue nuestro último beso,
que aquella vez solo era el beso
de un –hasta pronto mi amor-.
Jamás imaginé que ese beso
sería el final de nuestro encuentro,
el beso y un abrazo de un adiós
para siempre en silencio;
jamás imaginé que esa esquina sería testigo
de nuestra dolorosa y pasiva despedida,
jamás, jamás imaginé que ahí sería su partida.
Me paro en el mismo punto donde nos abrazamos,
para abrazarla una vez más
esta vez con el recuerdo en el tiempo.
La amé por su dulzura, de su mirada la ternura,
la amé porque ella también me amó
y su amor fue tan puro
como el agua cristalina en una copa.
La amé y aún la amo, por eso no puedo olvidarla,
quiero aunque sea por un instante encontrarla,
una vez más bajo aquella lluvia besarla y abrazarla,
expresarle lo mucho que su amor me hace falta;
no acepto su partida, mientras el cielo una vez más
a gotas se cae y me empapa el rostro.
La amé por como fue ella, tierna y sencilla,
ilusionado que fuera aquello que me faltaba,
de mi costado derecho la costilla;
así fue para mí María, mi dulce María,
quien para mí ahora tristemente falleció,
dejando en orfandad al fruto de nuestro amor,
una hermosa niña de apenas un año,
que por decisión de ella se llamó Ema,
simplemente porque unía nuestros nombres,
E de Efraín y ma de María,
hermosa flor rosada.
¿Qué será de esa niña
que no la volví a ver desde que nació?,
me parte el alma saber que crecerá sin su madre,
y no pueda hacer nada yo como su padre,
porque nunca supe dónde la tenía escondida.
El destino a mi amada se la llevó,
como si sus pasos fueran
subir por las gradas de aquella esquina
hasta llegar al infinito del cielo,
y ahora que me moja la lluvia,
siento que son lágrimas de ella
que fríamente roza mi piel,
para decirme al oído,
que desde el otro lado
de la vida me sigue amando
como cuando en vida me amó.
Me duele su partida,
me desgarra el alma;
ahora solo quiero encontrar
a la niña fruto de mi amor con ella.
A veces siento y pienso que aquel beso
fue el culpable de su ida,
aquel beso que pasivamente
fue de un adiós para siempre.

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