El beso del adiós
Me
encuentro en el mismo lugar
donde
la última vez nos vimos,
la
misma mesa, las mismas sillas,
Tengo
el corazón que quiere cantar,
por
las alegrías que juntos vivimos,
o
los momentos cuando reímos;
cuán
hermoso cuando aquella flor juntos vimos.
Mas
la silla donde ella se sentó aquel día
ahora
tristemente está vacía,
quizás
extrañando su postura, sonrisa o mirada;
dejé
de ser yo por verla y ella más no apareció.
Trato
de buscarla, entre veredas encontrarla,
en
alguna esquina por donde cruzamos hallarla,
alguna
huella de sus pasos divisar,
y
no hay rastro alguno de quien aquella vez amé.
Camino
despacio por aquella misma calle,
recuerdo
que fue la misma fecha y hora,
hace
un año exactamente, 21 de septiembre,
también
el cielo encapotado con algunas gotas
de
lluvia que cada vez se hace más fuerte,
como
cuando fue aquella tarde,
que
nos empapó mientras abrazados estábamos,
solo
los besos cubrían nuestros labios
de
ser mojados también por aquel rocío,
nuestras
miradas se transformaban
en
calor para nuestros cuerpos;
es
todo lo que viene en remembranza,
sus
pasos para mí fue como una danza,
y
su voz digno de ángeles que oyen alabanza.
Esta
vez el cielo se cae a pedazos, de gota en gota,
como
si fueran lágrimas
de
mi alma que se desmenuza,
siento
el frío que me hace tiritar,
y
de dolor al no verla gritar,
pero
por fin llego a la esquina
donde
fue nuestro último beso,
que
aquella vez solo era el beso
de
un –hasta
pronto mi amor-.
Jamás
imaginé que ese beso
sería
el final de nuestro encuentro,
el
beso y un abrazo de un adiós
para
siempre en silencio;
jamás
imaginé que esa esquina sería testigo
de
nuestra dolorosa y pasiva despedida,
jamás,
jamás imaginé que ahí sería su partida.
Me
paro en el mismo punto donde nos abrazamos,
para
abrazarla una vez más
esta
vez con el recuerdo en el tiempo.
La
amé por su dulzura, de su mirada la ternura,
la
amé porque ella también me amó
y
su amor fue tan puro
como
el agua cristalina en una copa.
La
amé y aún la amo, por eso no puedo olvidarla,
quiero
aunque sea por un instante encontrarla,
una
vez más bajo aquella lluvia besarla y abrazarla,
expresarle
lo mucho que su amor me hace falta;
no
acepto su partida, mientras el cielo una vez más
a
gotas se cae y me empapa el rostro.
La
amé por como fue ella, tierna y sencilla,
ilusionado
que fuera aquello que me faltaba,
de
mi costado derecho la costilla;
así
fue para mí María, mi dulce María,
quien
para mí ahora tristemente falleció,
dejando
en orfandad al fruto de nuestro amor,
una
hermosa niña de apenas un año,
que
por decisión de ella se llamó Ema,
simplemente
porque unía nuestros nombres,
E
de Efraín
y ma de María,
hermosa
flor rosada.
¿Qué
será de esa niña
me
parte el alma saber que crecerá sin su madre,
y
no pueda hacer nada yo como su padre,
porque
nunca supe dónde la tenía escondida.
El
destino a mi amada se la llevó,
como
si sus pasos fueran
subir
por las gradas de aquella esquina
hasta
llegar al infinito del cielo,
y
ahora que me moja la lluvia,
siento
que son lágrimas de ella
que
fríamente roza mi piel,
para
decirme al oído,
que
desde el otro lado
de
la vida me sigue amando
como
cuando en vida me amó.
Me
duele su partida,
me
desgarra el alma;
ahora
solo quiero encontrar
a
la niña fruto de mi amor con ella.
A
veces siento y pienso que aquel beso
fue
el culpable de su ida,
aquel
beso que pasivamente
fue
de un adiós para siempre.
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