Lo inevitable
Noche anterior a aquel
juicio, nos servíamos de una taza de leche con chocolate y buñuelos, Aurora
jugaba entre nosotros con tierna mirada, mientras nos servíamos, inicié una
conversación de algo que me afligía y no podía ocultar de mi esposa esa
situación. Lo inevitable era lo inevitable, no se podía hacer nada para
cambiarlo.
—Mis
enemigos nacieron, lo ineludible queramos o no, sucederá —dije aquella noche del
día antes de la sentencia, además de mis cumpleaños número treinta— está marcado
en el destino de mi vida.
—¿Cómo
así? —Contestó mi esposa— ¿no habrá modo de impedir acaso?
—Lamentablemente
no lo hay, está trazado así en el vaticinio, ¿te acuerdas? ¿te conté verdad? Tras
nuestro primer encuentro cuando recién nos vimos aquella noche —no pude evitarme
de un profundo suspiro—. Pero mis suspiros llevarán tu nombre siempre, noche
día, en amaneceres y atardeceres.
—¡Te
defenderé con uñas y dientes si así tiene que ser mi amor! —Mirándome a los
ojos con triste mirar, me expresó— ¡No dejaré que te hagan daño una vez más!
¡No lo dejaré!
—Es una
profecía, no podemos evitar que suceda, cariño, no podemos evitar; aún no sabemos
qué vaya a pasar en el Tribunal mañana, pero pase lo que pase, será un detalle
para que la predicción marcada dé su curso.
—¡Mi amor!
Me entristece el alma oírte decir eso. ¡Dime! ¿Qué debo hacer para ser fuerte
en tu ausencia?
—Solo
dejar que me vaya el día que me convoquen al lugar donde será el destino final
de mis días en vida, ¡no impedir que viaje a Egipto! —Cerré mis ojos, mordí mis
labios para reprimir lágrimas, luego continué— por favor, cuando llegue ese
día, ¡no me detengas!
—¿Cómo
quedarme sola desde entonces? De llorar no dejaría, noche día, quizás hasta
quedarme ciega.
—¡Aún
falta mucho para eso, mi amor! Solo eso sé ahora, son etapas las que debo ver pasar,
la primera es que nacieron mis enemigos, se desarrollan, se harán fuertes quizás
de aquí a dos décadas; aunque eso me desuela, tu amor me consuela; debemos
estar preparados, fortalecer también nuestro amor, amarnos más día a día que
pasa.
—Probablemente
te amaré más que ahora, aquel día en que te marches, además de seguir enamorada
como fue desde el primer día. Pero si te vas, ¿cómo vivir sola? ¡Me harás mucha
falta! ¡Lloraré en tu ausencia!
—¡No
estarás sola mi reina bella! No lo estarás.
—Los hijos
solo son hijos, ellos crecerán. Tú eres mi compañero de vida, ¡mi hombre!
—¡Son
nuestros hijos, te cuidarán!
—¡No será
por mucho! Harán sus vidas, también se irán, ¡entonces me quedaré sola! ¡Eso no
quiero para mí! ¿Comprendes? ¡No!
—¡Aurora
no te dejará nunca! —le dije entre lágrimas que no pude evitar que se
deslizaran por mis mejillas— por eso se llama así nuestra niña hermosa que para
entonces será toda una señorita, la llamamos así porque será tu despertar, tu
sonrisa, tu consuelo, la suave brisa en momentos de tu aflicción. ¡Te amará
como te amo yo! ¿Sabes? ¡Te amo mucho, ella lo hará igual!
—Me da
pena quedarme sola después de todo lo que estamos construyendo —me dijo también
con lágrimas que se deslizaban por su rostro.
—También
yo me pongo triste en momentos, —le abracé—. Cuánto no quisiera evitar que eso
pase, ¡pero no puedo!
—No sabré
cómo vivir, el sol se apagará para mí, no podré soportar el dolor, tu ausencia ¡porque
no soy tan fuerte! ¡abrázame fuerte por favor! ¡no me sueltes nunca! ¡nunca!
—Hasta
entonces habremos construido la torre de la felicidad, juntos, agarrados de la
mano, aquella con que siempre soñaste, nuestro castillo de la fe, será la base
de tu fortaleza, mi hermosa mujercita, y estará bien fundamentado en nuestro
amor; ¡eso te mantendrá fuerte!
—Sí, pero
tu compañía me hará mucha falta mi amor, será algo reemplazable, ¿comprendes
eso?
—¡Aurora!
Ella te guiará. Sé que no regresaré de ese viaje, acabarán ahí con mi vida mis
enemigos; entonces te esperaré del otro lado de la vida, lo haré pacientemente,
y desde allí te cuidaré, también te guiaré, ¡no dejaré que nadie te lastime!
—no dejaba de llorar abrazado a ella y en sus hombros. Mi amada igual.
—Llora,
¡llora hasta no poder! —me animaba ella con su dulce voz también quebrada— ¿Sí?
¡Llora! Que sea lo que Dios disponga para nosotros. Y que sea lo que Dios para
nosotros provea.
—Cuánto no
quisiera que me dejes morir en tus brazos, ¡que nunca me dejes que vaya a
Egipto!
—Así será,
mi niño hermoso, ¡así será!, si tengo que hacer mil cosas para cambiar eso, lo
haré.
—¡Cuánto
no quisiera que nunca dejes que viaje allá ¡ni por más que me ofrezcan el mundo
entero!
—¡Te amo!
Solo sé que te amo, ¡nunca dejaré de amarte! —me dijo en su más tierna voz—.
Vamos a dormir ¿Sí? Ya es tarde, mañana es un gran día, y debemos estar
lúcidos.
—Sí,
chiquita hermosa, vamos a descansar.
Recostado en
la cama, ya con mi mujercita bien dormida en mi lado, no podía dormir, miraba a
todos lados en plena oscuridad, escuchando el chirrido de algún grillo
extraviado en el vergel de la casa. Pensaba y, no dejaba de hacerlo, mi mente
no podía evadir aquel macabro pensamiento. Desde niño mi deseo fue viajar a
Egipto, quizás por querer empaparme del misticismo en sus pirámides, luego al
Tíbet para encontrar paz; luchar hasta cumplir con ese sueño, pero después que
supe que sí viajaría y lo que ahí con mi vida pasaría, mi alma se turbó, mi
corazón se entristeció sabiendo que ahí acabarían sus días en manos de sus
enemigos; jamás pensé que esto sería así, jamás se me pasó por la mente, y hoy
al consolidar que así será, solo debo aceptar. Mis enemigos crecen, lo sé,
aunque aún no los he visto, quizás nunca los veré, es producto de este proceso
que llevé adelante en contra de mi agresor; ya antes de entrar a la última
sofocante etapa procesal, aquel a quien demandé, me dijo que todo lo que había
hecho hasta ese momento, se me iba regresar como el bumerán que cuando se lanza
a algún lado, regresa al punto de partida. Intentó intimidarme con veneno en
sus palabras, expresando que él era inocente, que más bien yo era el maldito culpable,
el responsable de todo lo que estaba pasando, y por eso debía ser condenado a
muerte lejos de aquí donde nadie que me conoce, me vea morir; me lo dijo en mi
cara en la misma puerta de la Fiscalía, que todo lo que estuve haciendo con él,
lo harían conmigo tarde o temprano.
Cuando
escuché la palabra “muerte”, algo en mi ser se desmenuzó, como que mi alma se enmudeció
de miedo. Ahí recordé lo que estaba expresado en el vaticinio, y ahí me di
cuenta que a esos enemigos los procreó él en alguna parte, con alguna mujer,
por los cuentos que se supo de su actuar infiel a mi madre. Me da miedo, pero
debo ser fuerte por quien me ama, por quien amo con todo mi ser. Y dejar que
pasen las cosas y situaciones que tengan que pasar.
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