Carrera de los descalzos
No es fácil correr cuando el asfalto
Te muerde la piel con su lengua de piedra,
Cuando el mundo, con labios de hierro,
Te exige cordones, horarios, sistemas.
Oh, los otros, los bien atados,
Los de paso seguro y brillo en la frente,
Ellos no sienten la espina, la fiebre,
La punzada cruel de la cuerda invisible.
Te dicen: “No sirves. Eres aire.”
Pero ¿qué saben ellos del peso del miedo?
¿Qué saben del vértigo al borde del día,
De la fiebre que lame los huesos desnudos?
Si nací sensible, nací sin cadenas,
Descalza, sin vendas, sin bridas, sin normas.
Y aunque este mundo se tape los ojos,
Aún sangran mis huellas sobre su piedra.
_____*_____
Luz
Tal vez logre abatir la penumbra esquiva del sino,
porque no me pertenece,
Pero no a ti, luz. Eres vestigio mío y me habitas.
Me pertenece el vértice acerado de la verdad,
La incandescencia del amor y su dulce eco.
Me pertenece la euforia que se desliza en mis palmas,
La libertad que centellea en los
párpados de la clemencia.
Y, aun así, la existencia, con su
enigmática ternura,
Me revela un semblante tibio,
Y yo, errante en la intemperie,
Erijo mi fuerza en la osamenta de un templo.
_____*_____
Pronunciar un "te amo" es un vértigo,
una arista filosa en la lengua,
un conjuro que en un soplo
condena o redime.
Dicen que una palabra es un filo exacto,
puede ser cuna o cadalso,
puede erigir un altar o desmoronar un alma.
Tal vez el silencio sea un puñal más justo,
una tregua de sombras donde la verdad
se talla con actos y no con ecos,
donde la redención no se nombra,
pero se edifica en la piel.
Vanessa Giacoman L.
Narradora y poeta contemporánea boliviana
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