Por siempre seré
El resiliente
Escrito
por Efraín Muyurico Alaka
¿Cuántas veces he caído? ¿Cuántas más me faltan para
levantarme y ser justo? Perdí la cuenta, los números se entremezclan en mi
consciente, por eso otra vez me pregunto ¿Cuántas más debo registrar para no
llevar el título de «impío» por caer en el mal, si es que así fue? De sorpresa
en mi caminar vespertino me encontré con este proverbio: (Porque siete veces
cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal.
‘Proverbios 24:16’). ¿Acaso fue escrito para mí? Me quedo quieto a
mirarme a mí mismo. Es cuando…
Desde que tengo uso de razón, desde que aprendí a
manejar mi cognición en cada amanecer, tenía que ver a un monstruo con máscara
vociferando o golpeando, en cada mediodía o anochecer me tocaba sentir temor al
verme frente a una bestia sin cuernos, sin cola, tan solo de dos patas, listo a
querer abalanzarse sobre mí, o sobre mi hermana menor. Por más de tres décadas,
a mi madre la mantuvo bajo su dominio aberrante, enmarcado en sus caprichos
torcidos sin consideración, sin reflexión, principalmente sin visión de familia.
¿Qué recuerdo bueno tengo de él? Nada, solo heridas abiertas
en el fondo de mi ser. Mas no he huido, estuve ahí aferrado a mi fuerza
interior, tratando de apaciguar la situación, velando por la integridad de mis
dos cercanas, tratando de hacer entender a mi madre principalmente que esa
realidad no estaba para nada bien, se debía cambiar dirección para recuperar la
integridad, la verdadera identidad de familia. Pero no pude, porque para ella fue
normal, llegó a naturalizar aquella realidad. A pesar de eso, no hui de
aquello, aunque en muchas oportunidades quise hacerlo, había las ocasiones para
consumar aquel cambio en mi rumbo, pero no, mi fuerza y Yo Interior me pedían a
demostrar sublime fortaleza y no rendirme, no dejarme torcer ni el brazo ni mi
ideal.
¿Qué buenos recuerdos tengo de él? Nada más que
aquellos golpes de día o de noche, aquellas noches enteras que no podía dormir
por el dolor causados, o los gritos endemoniados, principalmente las heridas provocadas.
Aquel intento de asesinato sobrellevado por mi madre y consecuencia de eso mi
existencia marcada para siempre, con cicatrices hasta en el alma. Esos son los
únicos recuerdos, nefastos sin duda, los que tengo de aquel transformado en monstruo.
¿Qué sí lo he perdonado? Sí. No solo setenta veces
siete, sino, tres veces más, (setenta veces siete por tres). ¿Acaso no era
suficiente? Cada aberración se le fue eximido, cada lágrima derramada por su
causa de día o noches enteras se le fueron perdonados de corazón, con alma
serena, con espíritu sonriente, con semblante liviano en silencio.
Entonces fue el giro inesperado, tenía que transformarlo
en inspiración, en líneas de superación, resiliente, en silencio.
—Escribe —me sugirió alguien en mi transitar.
—¿Podría hacer eso? —Fue mi respuesta inmediata.
—Claro ¿Quién más sino tú mismo contando tu historia?
Es así tras superar aquella realidad, llego con esta
historia a tus manos. Mi historia, mi superación en este plano existencial, invitándote
a ser fuerte, a levantarte de las caídas que te tocó enfrentar también. Alguien
una tarde, también me animó con estas palabras, ‘no te rindas, que la vida
sigue’, y yo te digo, ‘no desfallezcas, que los amaneceres, la hermosa aurora,
siempre llega con sorpresas en tu diario despertar’. Soy fuerte,
resiliente, sin frac ni condecoración como el Maestro Nazareno, quien tampoco
recibió ningún reconocimiento más que golpes de todo ángulo. Después de todo,
también soy un ser humano como tú, o como él, o como aquél que te anima a poder
caminar con la mirada en frente, de la mano con tu ideal sano, principalmente
de la mano con Cristo nuestro hermano mayor, en los caminos de Dios nuestro
Padre Celestial.
Escribe, me dijo, eso hice, y lo más interesante, en
tres episodios, algo que no estaba en mis planes. Es cuando alguien en una
ocasión también me preguntó:
—¿Cuánto tiempo demoraste en escribir tu historia?,
¿tres, cuatro, o fueron más años?
Entonces mi respuesta fue totalmente distinta.
—Toda una vida fue el tiempo que me tomó escribirla, sigo
escribiéndola, con la pluma en mano, pluma cuya tinta nunca se acaba, con la
seguridad de ser así hasta dos o tres segundos antes de partir de este plano
existencial.

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