en 200 años, más retrocesos que avances
Ante la inminencia de conmemorar el
Bicentenario de la fundación de la República de Bolivia, obliga a ensayar una
valoración de su trayectoria, cuyos resultados preliminares, y después de una
especie de tanteo de la misma, arrojarían índices encontrados.
Los lideres naturales de estas tierras, en más de 100 años, previos a la fundación de Bolivia, y que dirigieron levantamientos, enfrentamientos, batallas, etc., y una infinidad de ellos, ofrendaron sus vidas por un ideal innegociable que lo señorearon con intensidad: la independencia de esta región.
Los postulados de sus rebeldías y
conspiraciones, fueron: expulsión de la
administración colonial, protección y uso racional de los recursos naturales, el
establecimiento de un gobierno propio, la fijación de la delimitación
territorial, la restitución las prácticas culturales y otros.
El 6 de agosto de 1825, la esperanza de la
independencia como una contundente realidad, estaba sellada. Un país
independiente con administración “propia”; y pese a la depredación, aún con incalculable
riqueza mineral; actitudes apremiantes para restablecimiento de la gama de
expresiones culturales y el estreno del gentilicio como ciudadanos bolivianos.
La familia y la misma sociedad cohesionadas,
estimulados por la práctica de una fraternidad con desbordante expectativa de
aliento y optimismo, porque la mita se constituía en una irreversible y
sistemática desmembración hogareña.
Ocasión sumamente particular, para un sin
igual nacimiento. El tormentoso presente y la nebulosa del futuro, quedaron
atrás, para abrir paso a la certidumbre y a la convicción, de un porvenir con
abundante augurio.
Ánimos generalizados, también sustentadas por el
acta constitutiva de la nueva patria, que enfatizó como prerrogativas, las
siguientes dispensas: “…derechos de honor, vida, libertad, igualdad,
propiedad y seguridad”, es decir, que una vida digna por excelencia, serían
los paradigmas.
El primigenio documento también sentenció,
para su cumplimiento de la anterior: “Y para la invariabilidad y firmeza de
esta resolución se ligan, vinculan y comprometen, por medio de esta representación
soberana (diputados), a sostenerla tan firme constante y heroicamente,
que en caso necesario sean consagrados con placer a su cumplimiento, defensa e
inalterabilidad, la vida misma con los haberes, y cuanto hay caro para los
hombres”.
Es decir, instruyó el asumir una postura de militante
entrega, inclusive con el sacrificio de la vida misma, para la dispensación y
cumplimiento sin equa non, de esos mandatos en beneficio de la población.
Otro acápite esa “Carta Magna”,
determinó: “se erige en un Estado soberano e independiente de todas las
naciones”.
También se suman otros preceptos, que
seguramente, creyeron los constituyentes, que ese legado, tendría un fiel y
sagrado cumplimiento, por los antecedentes de heroicidad y gallardía de los que
procedían, varios de ellos, con tintes inclusive, de hazañas épicas.
La ingenua aspiración inicial de empezar desde
“cero”, desdichadamente se truncó en innumerables ocasiones, y hasta la fecha,
aun se sigue con notorias lesiones a esa ilusa candidez.
Los antivalores de los que dirigieron o
pretendieron dirigir a la República de Bolivia, a lo largo de este lapso, más
bien se ocuparon de un sistemático desplome, de esa robusta estructura
estrenada hace dos centurias.
Tuvieron que pasar 200 años, para advertir
algunas infaustas consecuencias que conjugan con la “omisión” de funciones, principalmente
por los responsables de las generaciones que ocuparon estas tierras, en ese
largo proceso, en función a los roles desempeñados.
Muestras sobran.
Hace dos siglos, se nació sin adeudos
económicos internos, ni externos. Después de ese lapso, la deuda interna es
incalculable, de la externa se tiene referencias que bordean los 14 mil
millones de dólares, la más alta del transitar republicano.
Las primeras delimitaciones territoriales,
establecieron el disfrute de más 2.3 millones de kilómetros cuadrados de
extensión, actualmente, se detenta de casi 1.1 millones de kilómetros cuadrados,
es decir, fue cernada más de la mitad de la geografía nacional, producto de los
cuestionados encuentros bélicos y misiones diplomáticas, incluido la costa
marítima.
La decantada independencia y soberanía, quedó
ahí. Desde los primeros años; la dependencia de los países limítrofes y otros
fuera de ellos, fue una acometida avasalladora, obviamente, en desmedro de un
crecimiento y desarrollo autónomo del país.
En cuanto a los recursos naturales, los
estertores y los resabios de la “inagotables yacimientos” de la añorada
bonanza, aceleran su ocaso.
La ilusión de una vigorosa consistencia y
coexistencia de la familia boliviana, gradualmente adquirió un desenfreno de
sus lazos fraternos, para dar paso a la polarización, el distanciamiento y la
discriminación de sus habitantes, y con ello, hasta los rencores y aversiones
internas, las que pretenden asumir roles de marcada intolerancia.
Probablemente, la alienación cultural que
auspicia la alineación, es la que con mayor rigor se impuso. Los esfuerzos
aislados, y cada vez, con menos entereza, pretenden reivindicar el linaje, la
prosapia y el legado cultural, sin igual de los antepasados andinos.
Inclusive, con el ejercicio del abuso de
poder, el nombre original de la República de Bolivia, fue cambiada por el de
Estado Plurinacional de Bolivia.
En la realidad y después de los 200 años de
fundación de ese ideal republicano, con la creación estatal, la situación que se
atraviesa, desafía los fecundos mandatos de esos soñadores, idealistas y
patriotas, que renunciaron definitivamente a sus intereses, para abrirse al
bien mayor; lo secundaron algunos primeros directivos de la República, y los
actuales los alejaron inmisericordemente.
La desobediencia a la taxativa documentación
de 1825, los gobernados y gobernantes, después de este tiempo, al parecer,
confluyen en una afrenta a los dictámenes de ese primer cuarto del Siglo XIX.
Seguramente, también hay otros cumplidos que contribuyeron a consumar la
herencia de país, pero no alcanzaron, lamentablemente, las categorías de las precedentes
citas.
La decidida retoma de los sabios certeros, atinados y fecundos mandamientos de hace dos siglos, contribuiría de manera sustantiva a encaminar un país con patriotismo, integridad y decencia, tal como fuera concebida el 6 de agosto de 1825. Nunca es tarde.
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