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miércoles, 24 de enero de 2024

Por senderos olvidados

 

Por senderos olvidados

Después de muchos años, tal vez cinco para ser exactos, vuelvo a transitar por este extraño camino de…, ya se darán cuenta cuál.

Muy bien recuerdo, en mayo de 2019 se me fue ordenado viajar hacia las costas del Pacífico para encontrarme con quienes serían mis maestros, elegidos por el Insuperable, encargados de prepararme para lo que se venía más adelante. Recordarán todos, el inicio de la etapa pandémica a nivel mundial confirmado aquel 31 de diciembre de 2019 y, su manifiesto en Bolivia, recién en marzo de 2020. Con aquel suceso mi salud también se agravaría tras muchos años de haber cargado situaciones desfavorables en ese ámbito. Para sobrellevar aquella pesadumbre, me prepararon los maestros a los que conocí en ese viaje.

Claro que más tarde fue escrito el libro, donde narra toda esa etapa sobrellevada, y cómo aquella batalla para la que me había preparado, vencí de la mano con mis amigos, mis colegas escritores principalmente que no me soltaron, hasta cuando casi perdí aquella batalla, no me dejaron; al igual que mis hermanos en Cristo, estuvieron presentes para alentarme hasta el último momento que no acaba todavía

De ahí aquí han pasado muchas primaveras, muchos inviernos más, muchas lunas llenas para volver a viajar donde no eran mis planes, no al menos en la condición que me encuentro.

Hace tres semanas, antes que fuera el comienzo del año nuevo, reflexionaba con mi madre, sobre una situación de familia, ya que por voluntad propia desde hace un año decido buscar un ambiente más sano para precautelar mi salud principalmente, luego, otras facetas de mi existir in…; pero, muchas situaciones me seguirían uniendo, principalmente a mi madre y, ahora a un niño, mi querido sobrino quien al parecer me ve como a un padre, que si estoy mucho tiempo ausente de su vida, ya empieza a extrañarme, a preguntar de por qué no estoy con ellos, “¡por qué la que era mi habitación ha quedado vacía?”.

Incluso personalmente aquel pequeño en su inocencia me expresa estas palabras desde su forma de decirlo:

¡Tío, por qué te has ido? Vuelve a vivir con nosotros, tu cuarto está vacío, vuelve, que yo te cuidaré de…

Y más. Claro que escuchar aquello desgarró mi ser, lloré en silencio por el aprecio de alguien que recién está conociendo la vida y, no quiere soltarme la mano. Pero no puedo volver, está decidido que así deben ser las cosas para mí y mi salud.

Sin embargo, por no preocupar a mi sobrino, por no afectar su estado anímico, con mi madre me pongo de acuerdo para que yo pueda ir a visitarles un par de días a la semana no por mucho tiempo, o ellos puedan venir a mis aposentos; solo hasta que el pequeño asimile el porqué de mi decisión de haberme ido de aquel lugar.

Es así cuando me tocó ir una vez más hasta aquella zona donde antes era mi hogar. Eran días de lluvia, con precauciones tomadas llego al barrio. Para mi sorpresa, mi hermana menor, madre del pequeño, por fin había llegado también de su largo viaje por más de medio año; pero el niño al verme, corre a abrazarme y comentarme, siempre en su forma de expresar las palabras, que su mamita había llegado día antes.

¡Que bien! le respondí, sumándome a su alegría y abrazo. Me alegra escuchar que tu mami ya está aquí.

Y tú, tío, ¿cuándo te vendrás a vivir con nosotros? Vuelve a tu cuarto, yo te voy a cuidar del…, volvió a repetir lo que ya en una anterior oportunidad me había expresado en su inocencia lleno de ternura. Vuelve, trae tus cosas.

Escuchar aquello, y por segunda vez de la misma voz, me hizo llorar a borbotones. No sabía qué responder en ese momento. Mi hermanita me vio y vino hacia mí para hacer que me calmara. Me animó refiriendo que las cosas desde ese momento en adelante cambiarían, estaríamos más unidos que nunca.

Pasaban los minutos, recién aparece mi mamita, al verme me saluda sorprendida, y me doy cuenta que se alistaba para salir a la ciudad y retomar su actividad económica en el mercado donde tenía un lugar fijo para dicho fin.

Entonces, mi hermana al verme, comenta que más bien iría ella en lugar de mi madre.

Iré yo, mamita comenta. Ustedes quédense aquí con el pequeño. Además está feo el tiempo, tienen que cuidarse, porque tú y mi hermano están delicados de salud.

Bueno, si es lo que deseas, entonces que así sea Mi madre acota.

Claro, no ve que está lloviendo, te puede afectar más tu salud.

De esa forma, mi hermana es más bien quien sale con la mercadería alistada por mi madre hasta antes que yo llegara.

Mi madre desde que mi hermana y yo éramos pequeños, se dedicaba al negocio de derivados lácteos, en el que sus dos hijos le ayudábamos de acuerdo a donde nuestras fuerzas daban (claro que esa faceta se narra en un libro publicado en 2016).

En aquel momento mi madre intentaba retomar aquel oficio. Al final, después que mi hermana decidiera en su lugar más bien ir,  la acompañamos a la esquina de donde se toma movilidad. Mi hermana con un tacho de leche y un valde con queso, además de otros enseres en una bolsa de mano, cuando el tiempo seguía frívolo, lluvias esporádicas de rato en rato.

En esas condiciones mi hermana logra tomar movilidad, mientras que mi sobrino no me soltaba la mano, como diciéndome:

Tú no te vas a ir, tío.

Claro que no era mi intención irme, acababa de llegar para acompañarle. Al retornar a casa nos encontramos con algunos vecinos, nos saludamos. Al verme a mí de mucho tiempo, se sorprenden, se alegran a la vez. Me preguntan dónde me había ido, que al no verme más en el barrio, me extrañaban.  Claro que no tenía que explicarles a dónde y por qué me había ido del barrio.

En ese momento se oscureció más. Nubes negras de repente cubrieron todo el valle. Los vecinos ante tal situación un poco se estremecen, aceptando al final que así deben ser las cosas, porque además era su época. Ahí aparecen más personas, al reconocerme se detienen a saludarme, con el mismo tenor que los primeros vecinos. Además de agregar que en la ciudad se suscitaban conflictos sociales cada vez más funestos.

Se vienen días desagradables, hay que estar preparados comentan.

¿Sí, no ve? acoté, entonces con naciente tristeza en mi mirada. Conflictos que nunca acaban. Ni el factor del tiempo les detiene. Qué pena.

Es entonces cuando sobre eso comentábamos, repentinamente empieza a llover, las personas reunidas tratamos de protegernos como podíamos debajo de algún árbol que ahí cerca encontramos. De inmediato las calles se convirtieron en ríos, por las que corrían aguas turbias, al ver aquella situación, me preocupé y de inmediato sugerí a mi madre que continuáramos hacia casa. Me despedí de aquellas personas y, proseguimos con nuestro caminar.

Mi sobrino no se soltaba de mí ni por un segundo. Llegamos como pudimos, empapados por la lluvia, pero ya más seguros, cuando de repente vimos la ropa que llevábamos, misteriosamente se secaron en un par de segundos, por lo que no había necesidad de cambiarse otra.

Mi madre se dispone a preparar el alimento de mediodía, a la par que la lluvia cesaba también; ahí nos dimos cuenta que hacía falta alguna verdura para agregar al almuerzo. Por lo que me dispuse ir a comprar a la verdulería más cercana que conocía en aquel barrio. Mi sobrino que no despegaba su mirada de mí, o por lo menos cada cierto minuto dirigía su mirada para ver qué hacía o, a dónde pretendía caminar.

Al percibir mi intención de ir a la tienda, inmediatamente corre hacia mí.

Te acompaño, tío, vamos expresa en tono tierno. Compraremos autos, también un oso, y un barco para navegar en ese charco. Haciendo referencia a los globos inflables en forma de barcos o animales para que los niños jueguen en una piscina.

Claro, vamos entonces Me adherí a su inocencia. Pero no te has de soltar de mí hasta llegar a la tienda porque el camino está hecho barro. ¿De acuerdo?

Sí, tío; vamos entonces, con cuidado, sin hacer ruido Con sonrisa dibujada en sus ojitos, agrega.

Nos dirigimos al lugar de intención, hacía frio, a la par de algunas gotas de lluvia que no acababa. Llegamos a la tienda; otra vez para encontrarme con más personas comentando sobre conflictos que se agrandaban en la capital, con tristes semblantes ellas. Confirmando además de marchas y bloqueos esporádicos en diferentes regiones de la ciudad. Oír eso me puso un poco nervioso. De repente en mi delante aparece un charco de aguas turbias.

¡Tío, tío! Mi sobrino entonces me hace regresar en mí. ¡Cuidado que te caigas al agua!

No te preocupes, pequeño, me estoy fijando bien respondí para que se tranquilizara.

Compramos lo que hacía falta para cocinar, y un par de productos lácteos para el infante. Retornamos a casa antes de lo previsto, entonces mi madre se dispone a preparar lo pensado para el mediodía. Además de comentarme una ocurrencia, la de llevar almuerzo a mi hermana. Claro, era buena idea, no podía cuestionar aquello.

Antes del mediodía el almuerzo estaba ya listo, ella se alistó también para ir y cumplir con su ocurrencia; mi sobrino y yo la acompañamos otra vez a la esquina de donde se tomaba movilidad para ir a la ciudad. En ese trajín, una vez más no pude evitar a personas comentando sobre lo mismo de la mañana, o sobre las de la verdulería. Por tercera vez escuchar, en mí causaba una profunda tristeza.

Esta vez no di mucha importancia, agarré de la mano a mi sobrino y retornamos a casa para almorzar también.

Así transcurrían las horas, mi madre no retornaba de la ciudad; en primera instancia no me preocupaba esa situación, percibía que seguro se había quedado acompañándola a mi hermana. Se hacía más tarde; 17:00 horas, para ser exactos. De repente llega un mensaje en mi celular, reviso, me doy cuenta que es una tarjeta de invitación para participar en un encuentro de escritores que se organizaba en la ciudad de Tarija.

¡Wau… Tarija!!!  En ese momento me acordé de una similar invitación recibida de mis colegas de la misma ciudad para un encuentro de escritores en Navidad de 2016. Todavía es más, el recuerdo de lo que ocurrió en aquella oportunidad, suceso, más tarde documentado en un libro de memorias, porque fue relevante para mi carrera literaria.

Me emocioné por recibir la invitación a volver después de tantos años a aquellos valles donde la uva y el vino son su máxima expresión. Seguí leyendo la tarjeta para captar más detalles y tomar recaudos. Repentinamente fui invadido por una tristeza, porque el evento empezaba al día siguiente. Tardía llegada para mí aquella invitación.

De todas formas, me dispuse a viajar, incluso sabiendo que las flotas viajantes a dicha ciudad, ya no encontraría a esas horas, porque por estrategia de llegada a destino, salen a las dos de la tarde de la terminal. Entonces de inmediato se me ocurre viajar a una ciudad intermedia y, de ahí transbordar como en muchas anteriores ocasiones me había tocado hacerlo. La única opción era llegar a Potosí, de ahí, en la mañana continuar a Tarija. Única alternativa para llegar a tiempo.

Los minutos seguían transcurriendo, mi madre aún no llegaba, recién me sentía un poco preocupado, porque con quién dejaría a mi sobrino. A la par de alistarme lo más rápido que pude. Por fortuna en casa de mi madre se hallaba resguardada una parte del material bibliográfico, obras de mi autoría, ocupaban aquello que era mi cuarto, lo suficiente para llevar al evento. Ahí también se encontraba una maleta, aquella que me acompañó llevando justamente libros a la ciudad donde se me convocaba.

Minutos más tarde estuve listo, mi sobrino me miraba presintiendo que me iría, y mi madre nada que llegaba; entonces me puse en cuclillas como pude por la situación en que me encuentro, le agarro a mi sobrino de sus manitos para explicarle que viajaría y a mi retorno se lo traería un regalo por ser sobrino bueno. Entendió y se quedó tranquilo como nunca antes había ocurrido con él, comprendiendo además que seguro en cualquier momento llegaba mamá.

Por tercera vez en el día, salgo a la esquina, en esta oportunidad agarrado de mi equipaje. Esperaba por una movilidad pública, ésta no aparecía, seguía esperando apelando a mi paciencia, aquella que me caracterizaba hasta en los peores momentos. Cada vez la oscuridad más espesa, al mismo tiempo que volvía a llover; ya casi siete de la noche. Ahí por fin aparece un trufi que llegaba de la ciudad al barrio, para en la esquina y, es mi madre quien por fin llegaba. Se sorprendió al verme con mi equipaje.

¿Estás viajando? me preguntó tras bajar del transporte.

Sí, mamita respondí sin rodeo alguno. Me llegó una invitación repentina, y me animé a asistir.

¿Y tu sobrino? volvió a preguntarme. No me digas que le dejaste solo en casa.

Así es Afirmé. Extrañamente entendió lo que le expliqué sobre mi viaje y, se quedó tranquilo en casa.

¿Ah, vaya! ¿Raro no? se sorprendió más. ¿Y cuánto tiempo te perderás? Volvió a preguntarme.

El evento dura tres días según especifica la invitación, seguro que al cuarto día ya estaré retornando acoté.

Bueno, si es así, de aquí a cuatro días te estaremos esperando tu hermana, sobrino y yo. Agregó como a modo de despedida. Ahí también añadió: no pude retornar rápido, porque, sí, hay conflictos en la ciudad, reducidos grupos de personas están bloqueando en algunas calles, además marchas de protesta que ha paralizado toda la ciudad, por eso ni el transporte público está circulando regularmente.

Ah, ahora entiendo el porqué de tu demora, pero lo bueno es que ya estás aquí acoté.

Así es, por suerte apareció esa movilidad que nos recogió a quienes esperábamos para llegar aquí.

Ah, qué bueno, seguro pronto cesarán esos conflictos, no queda más que apelar a la paciencia.

Pero ¿y tú? ¿Como llegaras a la terminal? ¿no se te dificultará? me preguntó con algo de preocupación.

No creo fueron las dos únicas palabras en contestación.

Bueno, que llegues bien, entonces, hijo a tu destino.

Gracias, mamita, que Dios te oiga.

¡Por cierto, el chofer del trufi, comentó que regresaría a la ciudad recogiendo pasajeros!, al verte, acotó que con más animosidad te recogería a ti, en particular, y te llevaría hasta la terminal.

¿A sí? ¡oh! me asombré al oír lo último de mi madre. ¿Por qué será no?

No sé, hijo; tal vez te conoce.

Puede ser dije, algo intrigado.

Minutos más tarde volvió el trufi, lleno de pasajeros, como que no había más espacio para mí. De todas formas para y, los pasajeros hacen campo para que pueda subir también. Ya en el trufi, al modo de cerrar la puerta, me despido de mi madre y, el vehículo continúa su recorrido.

En aquellos instantes seguía lloviendo, por el que los pasajeros se sentían preocupados. Cuando ya algunos kilómetros de haber recorrido, el camino se pone feo, por lo que aquel transporte no puede avanzar más, entonces los pasajeros se desesperan, empiezan a protestar, unos por entes políticos incapaces; y otras voces de las que vuelvo a escuchar sobre los conflictos suscitados durante el día, las marchas y bloqueos que nada bueno le hacía a la ciudad, que solo defendía los caprichos de un individuo ebrio de poder. Y nosotros los vulnerables, solo empujados a la enajenación.

En ese momento me puse triste, tenía que desistir de aquel viaje, porque no me encontraba en condiciones. La movilidad de repente se encontraba en medio del barro empantanado en un lugar además irreconocible, a la par de poca luz en el lugar, parecía un barrio abandonado, solo con algunas casas cuyas paredes se desmoronaban por terminar remojadas.

El chofer del trufi como podía intentaba hacer avanzar la movilidad, pero este no recorría, ni atrás ni adelante; a la par que la lluvia no cesaba. La tristeza y desesperación fue mayor en los pasajeros que, intentamos bajar de aquel vehículo, pero no había cómo, no hallábamos dónde pisar; solo nos quedaba esperar por un milagro, si es que eso sucedía o por gracia divina, o por caridad de algún ser humano que nos pudiera encontrar en esa situación.

Oscuridad, lluvia, frío, barro empantanado, extravío. Fue rarísimo para mí encontrarme en esa realidad nunca antes vivida. En ese momento me armé de valor, abrí la puerta del vehículo, agarré como pude mi equipaje y bajé sin que me importara la condición en que me encontraba, sin importar si terminaba cayendo y me empapaba en aquel barro empantanado. Claro que ni bien descendí, mis piernas se hundieron, quedando cubierto hasta la cintura. Los demás pasajeros se asombran al ver semejante osadía en mí. 

Intento salir del lugar con mi equipaje en hombro, y de esa manera retornar a casa de mi madre sin importar si me tocaba caminar toda la noche por llegar. Los demás pasajeros intentaban ser osados también, pero valor les faltaba y, se quedaron ahí; mientras yo, simplemente también desaparecí en aquel rarísimo caminar.

Una suave brisa rozó mi rostro, aquello que provocó mi repentino despertar, haciéndome dar cuenta que regresaba de un extravagante caminar por el sendero de los sueños combinado con la realidad sobrellevada en los últimos días, como referí al inicio, a la par de mirar el reloj digital en mi mesita de noche y, éste marcaba la hora 05:30 de la mañana en punto.

 

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