Por senderos olvidados
Después de muchos años, tal vez cinco para ser exactos, vuelvo a
transitar por este extraño camino de…, ya se darán cuenta cuál.
Muy bien recuerdo, en mayo de 2019 se me fue ordenado viajar hacia las costas del Pacífico para encontrarme con quienes serían mis maestros, elegidos por el Insuperable, encargados de prepararme para lo que se venía más adelante. Recordarán todos, el inicio de la etapa pandémica a nivel mundial confirmado aquel 31 de diciembre de 2019 y, su manifiesto en Bolivia, recién en marzo de 2020. Con aquel suceso mi salud también se agravaría tras muchos años de haber cargado situaciones desfavorables en ese ámbito. Para sobrellevar aquella pesadumbre, me prepararon los maestros a los que conocí en ese viaje.
Claro que más tarde fue escrito el libro, donde narra toda esa
etapa sobrellevada, y cómo aquella batalla para la que me había preparado,
vencí de la mano con mis amigos, mis colegas escritores principalmente que no
me soltaron, hasta cuando casi perdí aquella batalla, no me dejaron; al igual
que mis hermanos en Cristo, estuvieron presentes para alentarme hasta el último
momento que no acaba todavía
De ahí aquí han pasado muchas primaveras, muchos inviernos más,
muchas lunas llenas para volver a viajar donde no eran mis planes, no al menos
en la condición que me encuentro.
Hace tres semanas, antes que fuera el comienzo del año nuevo,
reflexionaba con mi madre, sobre una situación de familia, ya que por voluntad
propia desde hace un año decido buscar un ambiente más sano para precautelar mi
salud principalmente, luego, otras facetas de mi existir in…; pero, muchas
situaciones me seguirían uniendo, principalmente a mi madre y, ahora a un niño,
mi querido sobrino quien al parecer me ve como a un padre, que si estoy mucho
tiempo ausente de su vida, ya empieza a extrañarme, a preguntar de por qué no
estoy con ellos, “¡por qué la que era mi habitación ha quedado vacía?”.
Incluso personalmente aquel pequeño en su inocencia me expresa
estas palabras desde su forma de decirlo:
―¡Tío, por qué te has ido? Vuelve a
vivir con nosotros, tu cuarto está vacío, vuelve, que yo te cuidaré de…
Y más. Claro que escuchar aquello desgarró mi ser, lloré en
silencio por el aprecio de alguien que recién está conociendo la vida y, no
quiere soltarme la mano. Pero no puedo volver, está decidido que así deben ser
las cosas para mí y mi salud.
Sin embargo, por no preocupar a mi sobrino, por no afectar su
estado anímico, con mi madre me pongo de acuerdo para que yo pueda ir a
visitarles un par de días a la semana no por mucho tiempo, o ellos puedan venir a mis aposentos; solo hasta que el
pequeño asimile el porqué de mi decisión de haberme ido de aquel lugar.
Es así cuando me tocó ir una vez más hasta aquella zona donde
antes era mi hogar. Eran días de lluvia, con precauciones tomadas llego al
barrio. Para mi sorpresa, mi hermana menor, madre del pequeño, por fin había
llegado también de su largo viaje por más de medio año; pero el niño al verme,
corre a abrazarme y comentarme, siempre en su forma de expresar las palabras,
que su mamita había llegado día antes.
―¡Que
bien! ―le respondí, sumándome a su alegría y abrazo―.
Me alegra escuchar que tu mami ya está aquí.
―Y tú, tío, ¿cuándo te vendrás a vivir con nosotros? Vuelve a tu cuarto, yo te
voy a cuidar del…, ―volvió
a repetir lo que ya en una anterior oportunidad me había expresado en su inocencia
lleno de ternura―.
Vuelve, trae tus cosas.
Escuchar
aquello, y por segunda vez de la misma voz, me hizo llorar a borbotones. No
sabía qué responder en ese momento. Mi hermanita me vio y vino hacia mí para
hacer que me calmara. Me animó refiriendo que las cosas desde ese momento en
adelante cambiarían, estaríamos más unidos que nunca.
Pasaban
los minutos, recién aparece mi mamita, al verme me saluda sorprendida, y me doy
cuenta que se alistaba para salir a la ciudad y retomar su actividad económica
en el mercado donde tenía un lugar fijo para dicho fin.
Entonces,
mi hermana al verme, comenta que más bien iría ella en lugar de mi madre.
―Iré
yo, mamita ―comenta―. Ustedes quédense aquí con el pequeño. Además está feo el tiempo, tienen que cuidarse, porque tú y mi
hermano están delicados de salud.
―Bueno, si es lo que deseas, entonces que así sea ―Mi madre acota.
―Claro, no ve que está lloviendo, te puede afectar
más tu salud.
De
esa forma, mi hermana es más bien quien sale con la mercadería alistada por mi
madre hasta antes que yo llegara.
Mi
madre desde que mi hermana y yo éramos pequeños, se dedicaba al negocio de
derivados lácteos, en el que sus dos hijos le ayudábamos de acuerdo a donde
nuestras fuerzas daban (claro que esa faceta se narra en un libro publicado en
2016).
En
aquel momento mi madre intentaba retomar aquel oficio. Al final, después que mi
hermana decidiera en su lugar más bien ir, la acompañamos a la esquina de donde se toma
movilidad. Mi hermana con un tacho de leche y un valde con queso, además de
otros enseres en una bolsa de mano, cuando el tiempo seguía frívolo, lluvias
esporádicas de rato en rato.
En
esas condiciones mi hermana logra tomar movilidad, mientras que mi sobrino no
me soltaba la mano, como diciéndome:
―Tú no
te vas a ir, tío.
Claro
que no era mi intención irme, acababa de llegar para acompañarle. Al retornar a
casa nos encontramos con algunos vecinos, nos saludamos. Al verme a mí de mucho
tiempo, se sorprenden, se alegran a la vez. Me preguntan dónde me había ido,
que al no verme más en el barrio, me extrañaban. Claro que no tenía que explicarles a dónde y
por qué me había ido del barrio.
En
ese momento se oscureció más. Nubes negras de repente cubrieron todo el valle.
Los vecinos ante tal situación un poco se estremecen, aceptando al final que
así deben ser las cosas, porque además era su época. Ahí aparecen más personas,
al reconocerme se detienen a saludarme, con el mismo tenor que los primeros
vecinos. Además de agregar que en la ciudad se suscitaban conflictos sociales
cada vez más funestos.
―Se vienen días desagradables, hay que estar preparados ―comentan.
―¿Sí, no ve? ―acoté,
entonces con naciente tristeza en mi mirada―.
Conflictos que nunca acaban. Ni el factor del tiempo les detiene. Qué pena.
Es
entonces cuando sobre eso comentábamos, repentinamente empieza a llover, las
personas reunidas tratamos de protegernos como podíamos debajo de algún árbol
que ahí cerca encontramos. De inmediato las calles se convirtieron en ríos, por
las que corrían aguas turbias, al ver aquella situación, me preocupé y de
inmediato sugerí a mi madre que continuáramos hacia casa. Me despedí de
aquellas personas y, proseguimos con nuestro caminar.
Mi
sobrino no se soltaba de mí ni por un segundo. Llegamos como pudimos, empapados
por la lluvia, pero ya más seguros, cuando de repente vimos la ropa que
llevábamos, misteriosamente se secaron en un par de segundos, por lo que no
había necesidad de cambiarse otra.
Mi
madre se dispone a preparar el alimento de mediodía, a la par que la lluvia
cesaba también; ahí nos dimos cuenta que hacía falta alguna verdura para
agregar al almuerzo. Por lo que me dispuse ir a comprar a la verdulería más
cercana que conocía en aquel barrio. Mi sobrino que no despegaba su mirada de
mí, o por lo menos cada cierto minuto dirigía su mirada para ver qué hacía o, a
dónde pretendía caminar.
Al
percibir mi intención de ir a la tienda, inmediatamente corre hacia mí.
―Te acompaño, tío,
vamos ―expresa en tono tierno―.
Compraremos autos, también un oso, y un barco para navegar en ese charco. ―Haciendo referencia a los globos inflables en forma
de barcos o animales para que los niños jueguen en una piscina.
―Claro, vamos entonces ―Me adherí
a su inocencia―. Pero no te has de soltar de mí
hasta llegar a la tienda porque el camino está hecho barro. ¿De acuerdo?
―Sí, tío; vamos entonces, con cuidado,
sin hacer ruido ―Con
sonrisa dibujada en sus ojitos, agrega.
Nos
dirigimos al lugar de intención, hacía frio, a la par de algunas gotas de
lluvia que no acababa. Llegamos a la tienda; otra vez para encontrarme con más
personas comentando sobre conflictos que se agrandaban en la capital, con
tristes semblantes ellas. Confirmando además de marchas y bloqueos esporádicos
en diferentes regiones de la ciudad. Oír eso me puso un poco nervioso. De
repente en mi delante aparece un charco de aguas turbias.
―¡Tío, tío! ―Mi sobrino entonces me hace regresar en mí―.
¡Cuidado que te caigas al agua!
―No te preocupes, pequeño, me estoy fijando bien ―respondí para que se tranquilizara.
Compramos
lo que hacía falta para cocinar, y un par de productos lácteos para el infante.
Retornamos a casa antes de lo previsto, entonces mi madre se dispone a preparar
lo pensado para el mediodía. Además de comentarme una ocurrencia, la de llevar
almuerzo a mi hermana. Claro, era buena idea, no podía cuestionar aquello.
Antes
del mediodía el almuerzo estaba ya listo, ella se alistó también para ir y
cumplir con su ocurrencia; mi sobrino y yo la acompañamos otra vez a la esquina
de donde se tomaba movilidad para ir a la ciudad. En ese trajín, una vez más no
pude evitar a personas comentando sobre lo mismo de la mañana, o sobre las de
la verdulería. Por tercera vez escuchar, en mí causaba una profunda tristeza.
Esta
vez no di mucha importancia, agarré de la mano a mi sobrino y retornamos a casa
para almorzar también.
Así
transcurrían las horas, mi madre no retornaba de la ciudad; en primera
instancia no me preocupaba esa situación, percibía que seguro se había quedado
acompañándola a mi hermana. Se hacía más tarde; 17:00 horas, para ser exactos.
De repente llega un mensaje en mi celular, reviso, me doy cuenta que es una
tarjeta de invitación para participar en un encuentro de escritores que se
organizaba en la ciudad de Tarija.
¡Wau…
Tarija!!! En ese momento me acordé de
una similar invitación recibida de mis colegas de la misma ciudad para un
encuentro de escritores en Navidad de 2016. Todavía es más, el recuerdo de lo
que ocurrió en aquella oportunidad, suceso, más tarde documentado en un libro
de memorias, porque fue relevante para mi carrera literaria.
Me
emocioné por recibir la invitación a volver después de tantos años a aquellos
valles donde la uva y el vino son su máxima expresión. Seguí leyendo la tarjeta
para captar más detalles y tomar recaudos. Repentinamente fui invadido por una
tristeza, porque el evento empezaba al día siguiente. Tardía llegada para mí aquella
invitación.
De
todas formas, me dispuse a viajar, incluso sabiendo que las flotas viajantes a
dicha ciudad, ya no encontraría a esas horas, porque por estrategia de llegada
a destino, salen a las dos de la tarde de la terminal. Entonces de inmediato se
me ocurre viajar a una ciudad intermedia y, de ahí transbordar como en muchas
anteriores ocasiones me había tocado hacerlo. La única opción era llegar a
Potosí, de ahí, en la mañana continuar a Tarija. Única alternativa para llegar
a tiempo.
Los
minutos seguían transcurriendo, mi madre aún no llegaba, recién me sentía un
poco preocupado, porque con quién dejaría a mi sobrino. A la par de alistarme
lo más rápido que pude. Por fortuna en casa de mi madre se hallaba resguardada
una parte del material bibliográfico, obras de mi autoría, ocupaban aquello que
era mi cuarto, lo suficiente para llevar al evento. Ahí también se encontraba
una maleta, aquella que me acompañó llevando justamente libros a la ciudad
donde se me convocaba.
Minutos
más tarde estuve listo, mi sobrino me miraba presintiendo que me iría, y mi
madre nada que llegaba; entonces me puse en cuclillas como pude por la
situación en que me encuentro, le agarro a mi sobrino de sus manitos para
explicarle que viajaría y a mi retorno se lo traería un regalo por ser sobrino
bueno. Entendió y se quedó tranquilo como nunca antes había ocurrido con él, comprendiendo
además que seguro en cualquier momento llegaba mamá.
Por
tercera vez en el día, salgo a la esquina, en esta oportunidad agarrado de mi
equipaje. Esperaba por una movilidad pública, ésta no aparecía, seguía
esperando apelando a mi paciencia, aquella que me caracterizaba hasta en los
peores momentos. Cada vez la oscuridad más espesa, al mismo tiempo que volvía a
llover; ya casi siete de la noche. Ahí por fin aparece un trufi que llegaba de
la ciudad al barrio, para en la esquina y, es mi madre quien por fin llegaba.
Se sorprendió al verme con mi equipaje.
―¿Estás viajando? ―me preguntó tras bajar del transporte.
―Sí,
mamita ―respondí sin rodeo alguno―.
Me llegó una invitación repentina, y me animé a asistir.
―¿Y
tu sobrino? ―volvió a preguntarme―. No me digas que le dejaste solo en casa.
―Así es
―Afirmé―.
Extrañamente entendió lo que le expliqué sobre mi
viaje y, se quedó tranquilo en casa.
―¿Ah,
vaya! ¿Raro no? ―se sorprendió más―. ¿Y
cuánto tiempo te perderás? ―Volvió a preguntarme.
―El evento dura tres días según especifica la invitación, seguro que al
cuarto día ya estaré retornando ―acoté.
―Bueno, si es así, de aquí a cuatro días te estaremos esperando tu hermana, sobrino y yo. ―Agregó como a modo de despedida. Ahí también añadió―: no pude retornar rápido, porque, sí, hay conflictos en la ciudad, reducidos
grupos de personas están bloqueando en algunas calles, además marchas de
protesta que ha paralizado toda la ciudad, por eso ni el transporte público está
circulando regularmente.
―Ah, ahora entiendo el porqué de tu demora, pero lo
bueno es que ya estás aquí ―acoté.
―Así
es, por suerte apareció esa movilidad que nos recogió a quienes esperábamos
para llegar aquí.
―Ah, qué bueno, seguro pronto cesarán esos conflictos,
no queda más que apelar a la paciencia.
―Pero ¿y tú? ¿Como llegaras a la terminal? ¿no se te
dificultará? ―me preguntó con algo de preocupación.
―No creo ―fueron
las dos únicas palabras en contestación.
―Bueno, que llegues bien, entonces, hijo a tu
destino.
―Gracias, mamita, que Dios te oiga.
―¡Por
cierto, el chofer del trufi, comentó que regresaría a la ciudad recogiendo
pasajeros!, al verte, acotó que con más animosidad te recogería a ti, en
particular, y te llevaría hasta la terminal.
―¿A sí? ¡oh…! ―me asombré al oír lo último de mi madre―. ¿Por
qué será no?
―No sé, hijo; tal vez te conoce.
―Puede ser ―dije,
algo intrigado.
Minutos
más tarde volvió el trufi, lleno de pasajeros, como que no había más espacio
para mí. De todas formas para y, los pasajeros hacen campo para que pueda subir
también. Ya en el trufi, al modo de cerrar la puerta, me despido de mi madre y,
el vehículo continúa su recorrido.
En aquellos instantes seguía lloviendo, por el que los pasajeros se sentían preocupados. Cuando ya algunos kilómetros de haber recorrido, el camino se pone feo, por lo que aquel transporte no puede avanzar más, entonces los pasajeros se desesperan, empiezan a protestar, unos por entes políticos incapaces; y otras voces de las que vuelvo a escuchar sobre los conflictos suscitados durante el día, las marchas y bloqueos que nada bueno le hacía a la ciudad, que solo defendía los caprichos de un individuo ebrio de poder. Y nosotros los vulnerables, solo empujados a la enajenación.
En
ese momento me puse triste, tenía que desistir de aquel viaje, porque no me
encontraba en condiciones. La movilidad de repente se encontraba en medio del
barro empantanado en un lugar además irreconocible, a la par de poca luz en el
lugar, parecía un barrio abandonado, solo con algunas casas cuyas paredes se
desmoronaban por terminar remojadas.
El
chofer del trufi como podía intentaba hacer avanzar la movilidad, pero este no
recorría, ni atrás ni adelante; a la par que la lluvia no cesaba. La tristeza y
desesperación fue mayor en los pasajeros que, intentamos bajar de aquel
vehículo, pero no había cómo, no hallábamos dónde pisar; solo nos quedaba
esperar por un milagro, si es que eso sucedía o por gracia divina, o por
caridad de algún ser humano que nos pudiera encontrar en esa situación.
Intento salir del lugar con mi equipaje en hombro, y de esa
manera retornar a casa de mi madre sin importar si me tocaba caminar toda la
noche por llegar. Los demás pasajeros intentaban ser osados también, pero valor
les faltaba y, se quedaron ahí; mientras yo, simplemente también desaparecí en
aquel rarísimo caminar.
Una suave brisa rozó mi rostro, aquello que provocó mi repentino
despertar, haciéndome dar cuenta que regresaba de un extravagante caminar por
el sendero de los sueños combinado con la realidad sobrellevada en los últimos
días, como referí al inicio, a la par de mirar el reloj digital en mi mesita de
noche y, éste marcaba la hora 05:30 de la mañana en punto.
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