Más allá de la dimensión
Sin embargo, aquel amanecer fue diferente para ella que se despertaba
y aún se sentía cansada, como si a toda fuerza hubiera trabajado mientras
dormía, miraba a su alrededor, habían muchos cuerpos que también parecían estar
dormidos, entre ellos, el de sus dos hijos, y féretros en lados de algunos de
ellos;
no entendía dónde se encontraba, comenzó a caminar deslumbrante, como en el umbral de su belleza, fría brisa rosaba su rostro, y su pelo que revoloteaba; de pronto vio algo más que le era familiar, no recordaba dónde había visto antes, y en aquel momento también descansaba allí, en su subconsciente volaban uno y mil recuerdos difusos, es cuando se dio cuenta que se miraba a ella misma, ¡sí! ¡Era su rostro! ¿Acaso se hallaba frente a un espejo? ¡No! Su cuerpo descansaba inerte allí, cubierto solo por una sábana blanca al igual que los otros cuerpos y el de sus mismos hijos. No entendía cómo es que había llegado allí.
no entendía dónde se encontraba, comenzó a caminar deslumbrante, como en el umbral de su belleza, fría brisa rosaba su rostro, y su pelo que revoloteaba; de pronto vio algo más que le era familiar, no recordaba dónde había visto antes, y en aquel momento también descansaba allí, en su subconsciente volaban uno y mil recuerdos difusos, es cuando se dio cuenta que se miraba a ella misma, ¡sí! ¡Era su rostro! ¿Acaso se hallaba frente a un espejo? ¡No! Su cuerpo descansaba inerte allí, cubierto solo por una sábana blanca al igual que los otros cuerpos y el de sus mismos hijos. No entendía cómo es que había llegado allí.
Al transcurrir de algunos minutos más, llegaron dos hombres y su
amado esposo, a su amado sí lo pudo reconocer de inmediato, éste estaba
compungido, lo pudo sentir tan pronto lo miró, su alma desmenuzada que le
seguía al hombre como con la única fuerza solo de la brisa cual era su señera
fuente de esperanza, el hombre comenzaba a echar quebranto mientras que los dos
hombres recogían los cuerpos, en los féretros en los que correspondía a cada
uno. Y ella no estaba convencida de lo que estaba pasando.
—¿Dónde llevan a mis hijos? —Preguntó a gritos. Y nadie, ni su
amado escuchaba eso—. ¡No me quiten! ¡No se lleven! ¡me necesitan!
—¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasar esto? —También echaba en
grito su amado al ver que los cuerpos eran puestos en los ataúdes.
—Aquí estoy —decía ella acercándose al compungido— ¡mi amor,
aquí estoy! ¡no te dejaré nunca, no tendría porqué hacerlo! ¡te amo! ¡Y por ese
amor que te tengo no te abandonaré nunca! —y le abrazaba por los hombros a su
amado.
Éste no escuchaba la voz de ella, ni sentía sus abrazos; y ella
no podía hacer más, todo era vano, hasta sus palabras más amorosas se esparcían
para desaparecer en el céfiro.
—¡Mi amor! —Comenzaba a gritar poniéndose en frente de él— ¡aquí
estoy! ¡Mírame! ¿me ves? ¡no llores por favor! ¡no! ¿Me escuchas? ¡Mírame!
Una vez más esfuerzos vanos de ella que se daba por vencida que
se encontraba en otra dimensión, en la de los muertos, porque veía que a su
cuerpo y el de sus hijos eran enterrados en un cementerio, y ella quedaba como
flotando en el aire, sin poder irse a donde correspondía, donde sería su eterno
descanso. Sin embargo, aquel amanecer fue diferente para ella que se despertaba
y aún se sentía cansada, como si a toda fuerza hubiera trabajado mientras
dormía, miraba a su alrededor, habían muchos cuerpos que también parecían estar
dormidos, entre ellos, el de sus dos hijos, y féretros en lados de algunos de
ellos; no entendía dónde se encontraba, comenzó a caminar deslumbrante, como en
el umbral de su belleza, fría brisa rozaba su rostro, y su pelo que revoloteaba;
de pronto vio algo más que le era familiar, no recordaba dónde había visto
antes, y en aquel momento también descansaba allí, en su subconsciente volaban
uno y mil recuerdos difusos, es cuando se dio cuenta que se miraba a ella
misma, ¡sí! ¡Era su rostro! ¿Acaso se hallaba frente a un espejo? ¡No! Su
cuerpo descansaba inerte allí, cubierto solo por una sábana blanca al igual que
los otros cuerpos y el de sus mismos hijos. No entendía cómo es que había
llegado allí.
Al transcurrir de algunos minutos más, llegaron dos hombres y su
amado esposo, a su amado sí lo pudo reconocer de inmediato, éste estaba
compungido, lo pudo sentir tan pronto lo miró, su alma desmenuzada que le
seguía al hombre como con la única fuerza solo de la brisa cual era su señera
fuente de esperanza, el hombre comenzaba a echar quebranto mientras que los dos
hombres recogían los cuerpos, en los féretros en los que correspondía a cada
uno. Y ella no estaba convencida de lo que estaba pasando.
—¿Dónde llevan a mis hijos? —Preguntó a gritos. Y nadie, ni su
amado escuchaba eso—. ¡No me quiten! ¡No se lleven! ¡me necesitan!
—¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasar esto? —También echaba en
grito su amado al ver que los cuerpos eran puestos en los ataúdes.
—Aquí estoy —decía ella acercándose al compungido— ¡mi amor,
aquí estoy! ¡no te dejaré nunca, no tendría porqué hacerlo! ¡te amo! ¡Y por ese
amor que te tengo no te abandonaré nunca! —y le abrazaba por los hombros a su
amado.
Éste no escuchaba la voz de ella, ni sentía sus abrazos; y ella
no podía hacer más, todo era vano, hasta sus palabras más amorosas se esparcían
para desaparecer en el céfiro.
—¡Mi amor! —Comenzaba a gritar poniéndose en frente de él— ¡aquí
estoy! ¡Mírame! ¿me ves? ¡no llores por favor! ¡no! ¿Me escuchas? ¡Mírame!
Una vez más esfuerzos vanos de ella que se daba por vencida que
se encontraba en otra dimensión, en la de los muertos, porque veía que a su
cuerpo y el de sus hijos eran enterrados en un cementerio, y ella quedaba como
flotando en el aire, sin poder irse a donde correspondía, donde sería su eterno
descanso. Con
aquel actuar la luna cayó tras la noche junto con las estrellas y, todo fue tan
oscuro, como cuando el mundo recién se encontraba en vísperas de su creación y,
cuando Dios dijo: —Hágase la luz— y la luz se hizo, con nuevos amaneceres y
atardeceres.
Extraído
del libro: Luz María, luz de amor
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