Vanessa Giacomán
Magnifica poeta y
cuentista boliviana, destacada en el género del terror contemporáneo
Flor y hueso
Una sábana de escarcha sobre el cráneo.
Los relojes se tragan su aliento.
No hay infancia, solo dientes
Flotando en leche ácida.
Los huesos hablan.
Brillan bajo la piel como secretos.
Una flor abierta en el tórax
Sangra sin pudor.
Una liebre tiembla en la espina.
No corre: espera.
Las campanas caen al suelo,
Sin sonido, sin fe.
El mundo mastica vértebras.
Las escupe donde nadie reza.
Y yo recojo
Cada pétalo que arde,
Cada hueso que escribe.
Ad astra per aspera
Observa,
Esto no es una epopeya.
Es el sudor reseco en una camisa desgastada,
Es encontrarte sin cigarrillos a las tres de la madrugada
Con el corazón en llamas y la nevera vacía.
Ad astra per aspera,
Dicen.
Hacia las estrellas
A través de las espinas, las cuentas impagas,
Las resacas,
Y los lunes que se sienten eternos.
No hay epopeya.
No hay trompetas ni ángeles descendiendo para agradecerte
Por resistir.
Lo único que desciende es el silencio.
Y, a veces, una cucaracha.
Pero, aun así,
Uno continúa.
Porque hay algo allá arriba,
Algo que brilla, aunque esté terriblemente lejos.
Y eso, de alguna manera,
Te impulsa.
No para convertirte en héroe,
Sino para que no te derrumbes por completo
Cuando todo te insta a rendirte.
Por las rudezas del camino, hacia las estrellas,
Sí.
Pero antes:
Lava los platos, paga el alquiler,
Y trata de mantenerte en pie un día más.
Eso ya es suficiente.
_______*_______
Raíz de mi ser
Me conminan a no doler por ti,
Oh madre, vestal del sufrimiento,
Que acepte la fatal mecánica del mundo
Como quien contempla, impávido,
El marchitarse del lirio sin duelo.
Mas ¿cómo no habría de languidecer
Si tú, raíz primigenia de mi sangre,
Te consumes en silente espasmo
Bajo la púrpura de tus propios huesos?
Soy el rosal —sí—
Y tú, mi médula secreta,
Mi subsuelo fecundo.
Cada uno de tus gemidos
Es una grieta en mi carne.
Tiemblas, y yo, presa de la impotencia,
Quiero ser bálsamo, óleo,
Bendición encarnada sobre tu piel vencida.
Mas solo soy un temblor más,
Una lágrima sobre el mármol
Porque me duele lo que te duele.
He aprendido a llorar contigo
Como el alquimista que abraza su alquimia,
No por flaqueza de espíritu,
Sino porque amar
Es descender con dignidad a los infiernos
Y trascender con esperanza.
Una madre…
Una madre es el bastión inviolable
Donde la niñez se guarece
Del oleaje de la existencia.
Y hoy, ese bastión se resquebraja
Y, en su derrumbe,
También se derrama mi alma.
Nos quieren robles,
Erguidos en la intemperie,
Pero ¿acaso no fue tu insomnio
El escudo contra mis pesadillas?
¿Cuántas veces tú sangraste en secreto
Para que yo no supiera del espanto?
No aspiro a la fortaleza pétrea.
Aspiro a ser fiel a tu quebranto,
Como el incienso fiel al templo destruido,
Como la flor que, aun en el ocaso,
Exhala su aroma más sagrado
Y cuyo nombre es como el sol.
_______*_______
Para Tuerca y Tuka
No son metáfora, no
son símbolos, no son idea.
Son carne y ladrido,
son mirada que atraviesa la noche como una linterna tibia. Una es café, como el
barro donde nacen las palabras honestas; la otra es blanca, blanca como una
promesa que se cumple en silencio. Las veo, y todo se ordena. Las oigo
respirar, y la realidad, aunque cruel y llena de espejos rotos, se suaviza un
poco.
Mis perritas —no: mis
compañeras, mis centinelas, mis trozos de cielo caídos a la tierra— caminan por
el cuarto con la dignidad de quienes no dudan de su misión. Y yo, a veces, temo
que alguna fuerza ciega quiera arrojarlas, lanzarlas al mar sin nombre donde
van a parar las cosas bellas que el mundo no supo sostener.
Por eso les pido, con
palabras torpes, que se pongan su vestido más hermoso, uno hecho de juego, de
alegría compartida, de domingos lentos y manos suaves. Que juguemos, sí. Que
todo esté bien mientras dure este hechizo.
Espero, con una
ternura que me asusta, seguir viendo en sus ojos la dulzura de ese amor que no
demanda, que no hiere, que no conoce la traición. Ese amor que se da entero,
sin pedir nada. Ese amor que, sin saberlo, ha sido mi salvación.
Llamas gemelas
Ella te ama con la gratuidad de lo celeste,
Sin demanda ni rúbrica,
Como el astro que besa los inviernos tenues
O la marea que retorna sin que nadie la llame.
Permanece —
En el júbilo que desborda cántaros
Y en el mutismo que cae con densidad pétrea.
Tú: arquetipo y raíz.
Ella: vértigo, disonancia, alquimia.
Mas en su desorden habita una música que aquieta.
Te ampara sin clamor,
Con la naturalidad de lo que no perece.
Y aun en lo amargo,
Te devuelve la dulzura postrera del fruto
Que el temporal dejó intacto.
Él te adora adviene sin umbral ni anuncio,
Cuando el alma es un aposento en ruinas.
Se sienta en tu abismo y aguarda,
Nombrando tus heridas
Con voz que no corta,
Sino roza como un salmo antiguo.
Posee la cifra secreta de tu gozo,
Y sin conjuro alguno,
Te hace reflejo hermoso ante el mundo.
Juntos: conjunción de opuestos.
Luz y penumbra,
Polo y contrafuerza,
Como dos manos que se presienten
En la penumbra del ser.
El mundo puede desgajarse,
Pero su vínculo no obedece al tumulto.
Se saben.
Y con eso, basta.
_______*_______
Promesa para mi madre
Y estaré contigo —sí, madre mía— cuando el pulso se torne
Una cuerda de humo,
Cuando el cuerpo, templo cansado de tanta ternura,
Cruja bajo el peso sagrado de sus días.
Te tocaré la mano como quien ora
Ante el altar primero,
Mis dedos —pequeños, fieles—
Se enlazarán a los tuyos
Y no habrá fiebre ni quebranto
Que deshaga ese lazo antiguo,
Ese amor que me dio forma.
Estaré contigo cuando la salud se oculte
Tras un velo de escarcha,
Cuando las voces blancas hablen de umbrales
Y las paredes del hospital susurren dudas.
Ahí, entre los tubos y las sombras,
Mi voz será un cuenco tibio,
Una canción callada que se aferra a tu oído.
No me apartaré.
Ni el temor,
Ni el cansancio,
Ni la herida del tiempo me harán retroceder.
Porque amarte, madre,
Es también custodiar la noche,
Sostener tu fragilidad con mi aliento,
Llevar, si es preciso, tu dolor
En mis propias vértebras.
Seré llama y cuna,
Vigilia sin sueño,
Centinela muda del umbral incierto.
Y si la muerte osara acercarse,
Me hallará de pie,
Ceñida a ti,
Alzando nuestro lazo como escudo,
Como plegaria que no se extingue, porque nada deja de ser menos
el amor.
_______*_______
No voy a caer.
Seguiré escribiendo poesía,
Aunque el mundo se deslice como vino barato
Por la comisura del abismo.
Hasta el último momento,
Cuando el aire sea humo
Y las palabras se tornen fósiles
En la garganta de los relojes,
Yo estaré ahí, con el pulso temblando
Por terca,
Como una diosa menor que se niega a desaparecer
En el olvido de las vitrinas.
No importa.
Sobreviviré a la muerte
Con tinta en las uñas
Y un poema escondido
Entre los dientes.
Porque hay quienes viven para tener casa
Y otros —como yo—
Para incendiar la con versos.
_______*_______
Carta a mi perrita Tuerca
No sé de qué sombra
viniste,
pero tu cuerpito
hablaba antes que tus ojos.
Traías hambre,
temblor, un silencio que dolía
como si el mundo te
hubiera olvidado.
Soñé con la mujer que
no te amó,
la que te dejó entre
gallinas y frío,
y desperté con un nudo
en el alma,
queriendo abrazarte
hasta el pasado.
Quise regalarte —
el amor, a veces, se
asusta.
Pero tus ojitos me
hablaron más fuerte
que el miedo.
Y aquí estás, Si,
flaquita, herida, invencible.
Tu hernia, tus pulgas,
tus tripas dolidas
no son más grandes que
tu corazón.
Te quedaste,
y en tu quedarse
aprendí lo que es amar sin medida.
Yo te cuido, chiquita,
como si cuidara a la
niña que fui
o a la vida que
todavía cree en los milagros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario