LOS
SISTEMAS Y OPERADORES DE JUSTICIA
No
podía ser de otra manera sino caminar por el sendero encontrado, aquellas vías
que me conduzcan a la verdad, muchas veces en este proceso no pude evitarme de
tropezones, caídas dolorosas, hasta momentos de desfallecimiento y desistencia
a seguir en mi objetivo. Por mi propia usanza tuve que probar incluso aguas con
sabor amargo cuando de justicia y sus operadores se trata; me viene a la
memoria, cuando recién me hallaba en la primera etapa de este procedimiento,
cómo tenía que mirarle la cara a mi adversario, para exigirle que vaya a
brindar sus declaraciones ante los señores fiscales por ejemplo, tenía que
persuadirle para que vaya de buena fe, de manera voluntaria si no quería
agravar su situación jurídica, ya que si no hacía así, sería aprehendido donde
quiera que se encontraba y sería llevado entre dos policías, enmanillado, una
vergüenza por las calles a vista de todos hasta la fiscalía. No supo asimilar
esas recomendaciones, hizo caso omiso a muchas citaciones, incluso lo tomó a
son de burla, faltando el respeto aun a altas autoridades, por la cual estas
tuvieron que proceder lo que correspondía por norma; muchas veces tuvo que
pasar días y noches enteras encerrado en celdas policiales por portarse mal
durante las investigaciones.
Cuántas
veces he tenido que enfrentarme también a la crueldad con que tratan especialmente
los jueces a aquellos que buscamos justicia, muchas veces tuve que encontrarme
frente a preguntas inadmisibles de ellos que perecen creerse todo por encima de
todos, delante de ellos muchas veces me sentí más víctima que de aquel quien me
agravió la vida; me viene bien claro a la mente unas preguntas de un operador
de justicia en una de las audiencias por ejemplo, cuyas interrogantes iban
dirigidas a mi madre quien se hallaba también en calidad de víctima y estas absurdas
cuestionantes decían:
—¿Usted
señora quiere que el señor vaya a la cárcel?
—Bueno
señor juez, —mi madre trataba de responder de la manera más clara—quizás es la
primera vez que me encuentro en estas instancias, pero yo, al igual que mi hijo
también he sufrido violencia…
—Yo le estoy preguntando claro señora, a ver, —y el juez
interrumpía a la respuesta de mi madre— yo no quiero que me cuentes nada
¿quieres que el señor vaya a la cárcel? ¿Qué cosa quieres?
—Bueno… sí. —Con duda mi madre afirmaba su respuesta,
atemorizada.
—¿Será que corresponde por una violencia física o
psicológica mandar a la cárcel a una persona? —mientras que las preguntas irracionales
de dicha autoridad seguían con aires de malicia— ¿Será que si a vos te golpean
o insultan, estaría bien enviar a la cárcel al sujeto?
—Si no hay tranquilidad en mi hogar, nunca la hubo. Yo no
puedo seguir tolerando vivir así, hasta cuándo…
—Imagínate, a mí me traen aquí un montón de procesos…
violencia física y psicológica ¡no da pues! —Y otra vez la respuesta de mi
madre terminaba siendo interrumpida por la frialdad de una autoridad operador
de justicia— imagínense, acá a todo el mundo entonces meteríamos a la cárcel, y
me parece que no está bien lo que se está haciendo.
—Señor juez, —entonces intervino mi persona en aquella
oportunidad con un poco de enojo— hay normas y leyes que tipifican estas
acciones de violencia física, psicológica y conexos como delito y debe ser
sancionado.
—¿A sí? ¿Usted cree eso?
—No es que crea señor, sino estoy replicando lo que dice la
ley; incluso el maltrato psicológico es más dañino que un golpe físico, solo un
sicólogo podrá determinar el grado de afectación en la que se encuentra la
víctima, será primer, segundo, hasta quinto grado quizás, cuyos parámetros
deberá saber determinar él…
—¡No le voy a escuchar más! Eso que quiere decir, dígaselo
al investigador.
—Así como un médico que sabe determinar el grado de
quemadura en un paciente, que esto puede ser en un primer, segundo o tercero. Señor
juez, de una cortadura, de una fractura uno se puede recuperar rápido, pero de
un daño psicológico no. Es un proceso largo…
—¡Dije que no lo voy a escuchar más! No me obligue a
hacerle desalojar de esta sala —El juez con sus amenazas intentando intimidarme
y hacerme callar también. Mientras mi persona aún poniéndose más fuerte y de
pie, echándole en cara las leyes que debía conocer él más que yo.
—También hay una ley en específico cuyos capítulos
determina que una mujer en particular, quien ha sido víctima de violencia
física, psicológica y conexos, debe ser tratada con respeto, calidad y calidez,
y usted está incumpliendo esa norma y más como autoridad.
—¡Guardias! ¡Sáquenlo de esta sala a este hombre! ¡Apártenlo
de mi vista! —él dando órdenes para que me desalojen de la sala; mientras yo
seguía todavía con más fuerza.
—¡También quiero recordarle que todos somos iguales ante la
ley! No importando que usted sea juez o ellos abogados y yo un simple
ciudadano; ¡usted no puede abusar de su autoridad contra mi persona ni contra
la de mi madre! ¡Que usted sea juez no le da derecho a tratarnos como le plazca
solo porque está sentado en esa silla!
Como persona tuve que pasar por puentes de altercados como
éste, por cuyos ríos pasaban aguas turbias dispuestas a ahogarme si caía, y con
esas experiencias recogidas aprender que no puedo fiarme de operadores de
justicia que a veces va en desmedro de uno mismo. He visto muchos casos donde
paradójicamente un denunciante quien se convierte en víctima, termina yendo
preso a la cárcel, sobrevictimado; y el victimario, libre de toda condena,
absuelto de toda culpa. De tales casos que se ven, a la vez se escuchan que los
sistemas de justicia en nuestros países son poco confiables; personalmente
pienso que no es ese el problema, refiero que más bien el problema está en
quienes operan esos sistemas, interpretándolo a su criterio y libre albedrío
muchas veces. Estoy seguro que el problema está en ellos, son de ellos que poco
o nada debemos confiar, los sistemas de justicia son solo herramientas
configuradas para hacer con ellas lo mejor que se pueda a partir de los
operadores, estos que pueden ser causantes de un irremediable estropicio o de
un buen uso.
Hice lo que tenía que hacer con la ayuda de mis seres
queridos, especialmente mi amada esposa y mi madre que a pesar de peligrar su
situación jurídica por mala interpretación de situaciones por la que pasó, se
convirtió también en parte denunciante en contra de quien estigmatizó mi vida y
la de ella.